El Vizcaíno, el Gallego y el Andaluz

El vizcaíno, el gallego y el andaluz

El título de la entrada de hoy: el vizcaíno, el gallego y el andaluz, puede parecer el inicio de un prometedor chiste, pero no tiene nada que ver. Es una corta historia de corsarios y marineros apresados. También es un poco violenta, pero esta era una época así, compréndanlo.

Estamos a principios de 1801 en la zona de Sonsonete, en lo que es hoy en día El Salvador. Dicha zona era frecuentada por dos fragatas inglesas corsarias que tenían al comercio local contra las cuerdas.

Una de estas fragatas, de la que lamentablemente no disponemos su nombre ni apenas más detalles que los que les voy a relatar, era tenida como el peor enemigo que había en estos mares.

Dicha fragata se hizo con 80 zurrones de tinta del mismo puerto de Sonsonete y había capturado además en poco tiempo a un buque mercante español llamado el Chorro, que venía de Panamá con tabaco y diversos géneros, y otro mercante llamado la Paloma, que se dirigía a Sonsonete con vino y otros efectos. De este último pasaron a la fragata inglesa cinco prisioneros a los que encerraron.

Con todo lo robado los ingleses creyeron oportuno dirigirse hacia la China donde seguramente venderían todo.

Pero todo dio un giro inesperado.

El seis de enero, a las cuatro de la mañana, a la altura de 22 grados, el capitán corsario estaba durmiendo como un bendito en su cámara. El piloto y el contramaestre estaban de guardia en el timón y los 19 hombres restantes de la tripulación dormían bajo cubierta. Vamos, una noche  tranquila en la mar.

Fue el momento elegido por tres de los cinco prisioneros que se encontraban a bordo. Se trataba de tres españoles: un vizcaíno, un gallego y un andaluz, que se pusieron de acuerdo para hacerse con el buque y regresar a aguas españolas.

No se sabe cómo lo consiguieron, pero lograron liberarse y hacerse con alguna pequeña arma blanca. De esta forma el andaluz, cuchillo en mano, acometió al piloto y al contramaestre, que estaban medio dormidos, dejándolos tiesos en el sitio.

Tras ello, el andaluz se dirigió a la cámara para repetir la operación con el capitán. Esta vez la muerte no fue tan limpia y al desgraciado corsario le dio tiempo de gritar antes de morir, lo que ocasionó que los 19 tripulantes se despertaran.

Ahora los españoles sí que estaban metidos en un lío.

Los tres españoles se dirigieron a la boca de la escotilla, único punto por donde se podía acceder, y donde se les unieron los otros dos prisioneros que quedaban. Y así, uno con un hacha y los otros con cuchillos, se dispusieron a esperar a que salieran los corsarios.

Conforme fueron saliendo los marineros ingleses, los prisioneros les acometieron, cercenándole un brazo con el hacha a uno de ellos y haciendo prisioneros al resto, que no se atrevieron a más por no poder aprovechar su superioridad numérica ante el estrecho cuello de botella que suponía la escotilla.

Los cinco ex prisioneros hicieron dar media vuelta al buque y se dirigieron a Guayaquil. Lo cual no fue nada fácil, puesto que ninguno era piloto. Pero gracias a que dieron con una pequeña embarcación española, que les dejó cinco hombres y un práctico, llegaron a los 40 días.

El gobernador de dicha plaza elogió a esos hombres tan determinados e informó al rey en favor de ellos, dándoles una gratificación. La fragata capturada y demás cargamento robado fue tasado en más de treinta mil pesos.