En «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial», Jesús Hernández investiga la figura de los escasos reos que ayudaron al Tercer Reich a «extorsionar a su propio pueblo»
Ríos de tinta se han vertido sobre las atrocidades cometidas por los nazis contra los judíos. Y no es para menos ya que, hasta que Adolf Hitler acabó con su imperio del terror suicidándose en el «Führerbunker» el 30 de abril de 1945, sus SS se vanagloriaban de ser el brazo ejecutor encargado de borrar de la faz de la Tierra a aquel pueblo. No en vano, los líderes de estos fanáticos se ganaron a la postre el sobrenombre de «Bestias nazis» por su barbarie y crueldad. Lo que se suele olvidar es que, al calor de la brutalidad de estos fanáticos, creció también un minúsculo grupo de semitas que aprovecharon aquella triste coyuntura para traicionar a sus compatriotas por propia voluntad.
Los nombres y apellidos de la mayoría de ellos no son tan conocidos a día de hoy como los de Josef Mengele o Hermann Goering. Sin embargo, sus historias son tan reales como las de sus homólogos nazis. Por ello, el conocido historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») ha decidido investigar sus figuras en una de sus últimas obras: «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2018).
El volumen, sin duda, corrobora a golpe de dato que nuestro pasado navega entre claros y oscuros. «La existencia de esos despreciables personajes dinamita esa paradigmática historia de buenos y malos y demuestra que no todos los judíos fueron tan inocentes», explica el autor en declaraciones a ABC.
Con todo, la obra no solo recoge las historias del escaso número de judíos que traicionaron a su propio pueblo para ganarse el favor de los nazis, sino que trata de desvelar también otros episodios escondidos de la Segunda Guerra Mundial como la segregación racial que hubo en el ejército de los Estados Unidos (cuando comenzó la contienda apenas 4.000 negros vestían el uniforme norteamericano) o las matanzas de oficiales polacos que organizó el camarada Stalin a principios de 1940.
«En sus páginas, el lector podrá conocer hechos de todo tipo, desde curiosos e insólitos, hasta trágicos y deplorables, pero teniendo todos en común que, por un motivo u otro, han quedado fuera de lo que habitualmente se explica del conflicto», añade.
Diversas motivaciones
Tal y como explica Hernández a ABC, lo primordial al hacer referencia a estos personajes es incidir en que existieron dos tipos muy diferentes de judíos que apoyaron a los nazis. Los primeros fueron hombres y mujeres extorsionados que no tuvieron más remedio que entregar a su pueblo para evitar la crueldad germana.
«En este caso era cuestión de mera supervivencia», señala el historiador. Por el contrario, en el segundo grupo se incluye a todos aquellos que decidieron por propia voluntad aprovecharse de las ventajas que les ofrecían los hombres de Hitler a cambio de traicionar a sus vecinos y amigos. «Estos últimos son los que trato en el libro», desvela.
En este segundo grupo destacaron personajes tan turbios como Mordechai Chaim Rumkowski, un empresario judío que se convirtió en un auténtico déspota cuando fue puesto al frente de la asamblea encargada de dirigir el gueto de Lodz. «Entre otras tantas cosas, exigía favores sexuales a las mujeres bajo amenaza de incluirlas en las listas de deportados, que él confeccionaba», señala el autor. Por si fuera poco, este ambicioso anciano se excusaba ante sus compatriotas afirmando que, gracias a sus selecciones, lograba aplacar la ira de los nazis y evitaba que las matanzas fuese todavía mayores. El final de este personaje fue tan cruel como lo fue toda su vida.
Rumkowski rozaba la locura, pero hubo un colaboracionista todavía más sádico que él: Abraham Gancwajch. Este polaco comenzó a «trabajar» con las temibles SS a partir de 1939 y, cuando fue organizado el gueto de Varsovia, recibió el encargo de organizar una policía dedicada a combatir el contrabando y delatar a todo aquel que estuviese tramanado algo contra el Tercer Reich. Nuestro protagonista fue mucho más allá. Bajo sus órdenes, sus agentes instauraron un régimen del terror basado en la extorsión económica, el chantaje y el chivatazo.
Lo más preocupante es que, para evitar que la población del gueto atacase a sus agentes, Gancwajch adoptó una estrategia que, a la postre, sería replicada por el famoso Pablo Escobar: dar dinero a los más pobres del recinto para intentar forjarse una imagen de benefactor. Al observar que su poder crecía cada vez más, los alemanes acabaron deteniéndole.
Pero la crueldad no tenía solo rostro de hombre. En Berlín, por ejemplo, se hizo famosa una judía que delató a 2.300 de sus compatriotas durante la Segunda Guerra Mundial. Stella Kübler, apodada el «Veneno rubio», aceptó trabajar para la Gestapo como espía después de que sus agentes amenazaran con deportarla, junto a sus padres, a un campo de concentración.
En palabras de Hernández, comenzó a trabajar para ellos por obligación, pero pronto se «empleó a fondo» en su nueva tarea. De hecho, continuó con ella después de que su familia fuese asesinada en Auschwitz. «En un sorprendente giro de los acontemientos, en esta nueva etapa actuó con auténtico entusiasmo en la localización de los judíos que trataban de sobrevivir ocultos», completa el historiador.
1-¿Qué llevó a algunos judíos a colaborar con los alemanes? ¿Era una práctica habitual?
Yo distingo entre los judíos que se vieron obligados a colaborar con los nazis, por ejemplo, en los campos de concentración, y los que se aprovecharon de esa relación para alimentar sus ansias de poder, y robar y extorsionar a su propio pueblo. En el primer caso era cuestión de mera supervivencia, mientras que en el segundo, que es el que trato en mi libro, se dio un aprovechamiento de esas terribles circunstancias para cometer delitos impunemente. Por lo que he podido saber, ese colaboracionismo corrupto era habitual en todos los guetos.
2-Los personajes de su obra son totalmente desconocidos…
Sí, esos judíos que colaboraron de manera entusiasta con los nazis, obteniendo innobles ventajas a costa del sufrimiento de su propio pueblo, ¿pueden ser también considerados como víctimas de aquella persecución? Mediante libros, novelas y películas distinguimos claramente a los verdugos, los nazis, de las víctimas inocentes, los judíos. Pero la existencia de esos despreciables personajes dinamita esa paradigmática historia de buenos y malos, demostrando que no todos los judíos fueron tan inocentes. Está claro que su existencia resulta perturbadora, por lo que es normal que los historiadores prefieran no mirar hacia esa incómoda “zona gris”.
3-¿Cuáles eran las tareas más habituales que los nazis les encargaban?
La misión fundamental era mantener el orden en el interior de los guetos. Si esas miles de personas hambrientas y desesperadas se sublevaban podían poner en apuros a los alemanes, como se vio en el levantamiento del gueto de Varsovia en marzo de 1943. De ello se encargaría la Policía Judía. También había que confeccionar las listas de deportados y de bienes a confiscar. Por otro lado, los nazis necesitaban delatores que les informasen de cualquier movimiento subversivo. Sin esta amplia colaboración, no sabemos si se hubieran salvado muchas vidas, pero está claro que a los alemanes les hubiera sido bastante más difícil gestionar su política de guetos.
4-¿Qué les llevaba a utilizar reos para controlar lugares como el Gueto de Varsovia?
Para mantener esa calma en los guetos resultaba más efectivo confiar la organización a los propios judíos. Si hubieran tenido que ser los alemanes los que confeccionasen las listas, patrullasen las calles y montasen todo el dispositivo para las deportaciones, el riesgo de desórdenes habría sido mayor, así como el desgaste personal. Curiosamente, hubo campos de exterminio que siguieron el mismo esquema, funcionando con apenas personal alemán, siendo los propios prisioneros los que hacían casi todo el trabajo. Resulta tan desconcertante como turbador esa especie de exterminio autogestionado.
5-Afirma que personajes como los miembros de la Policía Judía del Gueto de Varsovia eran, en ocasiones, más violentos que los propios nazis. Un comportamiento que también se veía en los “kapos” de los campos de concentración…
Creo que a esta cuestión debería responder un psicólogo, pero me aventuro a decir que quizás querían despegarse lo más posible del resto de judíos, que se sabían condenados. Mostrando brutalidad te acercabas más a los nazis, lo que representaba la salvación, y te alejabas de aquéllos que iban a ir al matadero. Sería algo así como la exaltada fe del converso. Igualmente, si a una persona con tendencias violentas le das poder, dará rienda suelta a esa crueldad que lleva dentro. Eso lo sabían los nazis, por lo que solían escoger como “kapos” a delincuentes comunes, que actuaban como perros de presa contra los otros prisioneros.
6-Quizá el ejemplo de maldad (o locura) más destacado de este grupo sea el de Mordechai Chaim Rumkokski… ¿Hasta dónde llegaban sus excentricidades?
Chaim Rumkowski era el presidente del Consejo Judío o Judenrat del gueto de Lodz y parece un personaje salido de la imaginación de un escritor. Puesto a dedo por los nazis, una vez en su cargo se creyó una especie de monarca absoluto. Se desplazaba en una destartalada carroza con escolta, acuñó una moneda propia, el rumkie, y emitió sellos de correos con su efigie.
Por esos delirios de grandeza, la gente le apodaba Chaim I. Instauró una especie de dictadura, reprimiendo huelgas y protestas, además de a sus opositores, todo con el visto bueno de los nazis, encantados con que reinase el orden en el gueto. Como muestra de su baja catadura moral, exigía favores sexuales a las mujeres bajo amenaza de incluirlas en las listas de deportados, que él confeccionaba, unas listas en las que figurarían unos veinte mil niños. Pero eso no le sirvió para sobrevivir. Él y su familia subirían al último tren con destino a Auschwitz, en donde fue linchado por unos judíos que lo reconocieron.
7-Otro de ellos fue Abraham Gancwajch, un hombre que, según afirma en su obra, estaba seguro de que los alemanes iban a ganar la guerra.
Quizás sea el personaje, de entre este detestable elenco, que provoca mayor repulsión. Creó una red colaboracionista en el gueto de Varsovia, con la protección directa de la Gestapo, a quienes reportaban cualquier sospecha. A cambio tenían pista libre para dedicarse al contrabando, el mercado negro y la extorsión. Incluso cometían secuestros, exigiendo un pago para no acusar a la víctima de cualquier cosa ante los nazis.
También impulsó iniciativas benefactoras para la comunidad, pero no eran más que tapaderas, como una ambulancia que usaba para el contrabando. Esa banda mafiosa contaba con unos cuatrocientos miembros, lo que da idea de su relevancia. No sé si Gancwajch creía de verdad que los alemanes ganarían la guerra, aunque eso era lo que aseguraba. Lo cierto es que vivió muy bien bajo el dominio nazi.
8-Por otro lado, otros personajes como Adam Czerniaków se mostraron más «humanos», si es que puede decirse así.
Adam Czerniakow estaba al frente del Judenrat del gueto de Varsovia. Se encargaba de hacer cumplir las órdenes de los alemanes y de confeccionar las listas de bienes a confiscar y de los judíos que debían ser enviados a los campos de exterminio. Su Policía Judía conducía a los deportados a los puntos de embarque. Al menos, trató de salvar vidas cuando los alemanes ordenaron una deportación masiva, en julio de 1942. Cuando vio que no podía hacer nada para evitarla, tuvo un rasgo de dignidad suicidándose.
9-¿Cree que puede existir perdón para los judíos que traicionaron a su propio pueblo? ¿Lo recibieron por parte del pueblo polaco?
Los judíos han preferido correr un tupido velo sobre esos personajes ya que, como he dicho, su existencia supone una quiebra del esquema que se ha forjado sobre aquella persecución. De hecho, los pocos miembros de la Policía Judía que fueron juzgados tras la guerra fueron discretamente absueltos. El perdonarles ahora públicamente, o siquiera analizar y debatir el papel que jugaron, sería ponerlos bajo el foco, y no creo que estén interesados en ello.
En cuanto a los polacos, no me consta ninguna reacción, quizás porque el exterminio de los judíos también es un tema incómodo, debido a que el antisemitismo estaba entonces bastante extendido entre la sociedad polaca, así que tampoco les interesa demasiado revolver aquellos asuntos.
10-¿Cómo es posible que la IIGM sea uno de los conflictos mejor documentados de la historia y, a pesar de todo, siga sorprendiéndonos día tras día?
El caudal de acontecimientos fue brutal, la cifra de protagonistas fue ingente y el escenario fue planetario, y todo ello concentrado en poco espacio de tiempo, por lo que si una cosa abunda son historias interesantes que contar. Además, observo que los historiadores se suelen centrar siempre en los mismos temas, obviando otros que, como el que nos ocupa, resulta realmente atractivo y estimulante. Todo ello hace que aquel conflicto represente un filón realmente inagotable.
11-¿Cuál es el siguiente trabajo que tiene en la mente Jesús Hernández?
Ahora acaba de salir a la venta en la editorial Roca una edición ampliada y actualizada de mi libro «Hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial» y en noviembre, si los dioses quieren, se publicará mi vigesimotercera obra, dedicada a grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, con la que espero también sorprender al lector, ya que he recogido un buen número de hechos que, inexplicablemente, apenas han sido tratados por los historiadores.
Fuente ABC