Para defenderse de los golpes de su padre, un zapatero aficionado a la bebida, el georgiano lanzó en una ocasión un cuchillo a modo de advertencia
Los dictadores no nacen con bigote y un fusil bajo el brazo. La personalidad homicida de Iósif (Joseph) Stalin, es, en parte, el resultado de una infancia terrible y una sociedad que dejaba poco espacio a la compasión. Nacido en 1878 en una pequeña localidad georgiana llamada Gori, Iosiv Visarionovich Djugashvili, más tarde conocido como Stalin, convivió desde muy joven con la brutalidad.
Su padre, Visarion, era un zapatero alcohólico y violento apodado «el Loco Besó», que por la noche regresaba a casa borracho y la emprendía a golpes con su esposa y su hijo. Obsesionado con que Iósif no era hijo suyo, las borracheras se multiplicaron con los años. No ayudó a rebajar su adicción el hecho de que muchos clientes de su próspero taller le pagaran con vino, así como la amistad que entabló con Poka, un desterrado político aficionado a la bebida.
Cuenta Simon Sebag Montefiore en su libro «El joven Stalin» (2007) que las palizas llegaron tan lejos como para que un día el niño meara sangre tras un golpe. En otra ocasión, el georgiano se defendió lanzando un cuchillo a su padre durante un episodio de maltrato a su madre.
Su madre, Keke, «esbelta, de pelo castaño y grandes ojos», proveniente de una humilde familia cristiana ortodoxa, comprendió que la violencia de su esposo podía costarle la vida a ella o a su hijo. Ayudada por un jefe de policía local, se fue a vivir prudentemente lejos de su marido, obligado a abandonar el hogar familiar. Con esfuerzo y trabajando duro en distintos oficios, la madre consiguió inscribir a su hijo en la escuela eclesiástica de Gori. El joven, inteligente y aficionado a la lectura, logró una beca para estudiar en el Seminario Teológico de Tiflis, una institución ortodoxa georgiana que le acercaba al sueño materno de que algún día se convirtiera en un influyente pope, una suerte de obispo.
Una enfermedad detrás de otra
El joven Stalin, apodado Soso por sus íntimos, gozaba de una salud frágil. «Si había una enfermedad, era el primero en cogerla», escribió en sus memorias la madre. Nació con sindactilia (la fusión congénita de dos o más dedos entre sí) en su pie izquierdo, padeció sarampión y escarlatina y, siendo un adolescente, sufrió un accidente con un carro de caballos que le rompió el brazo. A los 7 años padeció la viruela, con cicatrices que quedaron grabadas en su rostro durante toda su vida. De ahí que viviera el resto de su vida acomplejado por las marcas en la cara, su andar defectuoso y los rumores que aseguraban que era hijo bastardo.
Si bien su padre desapareció de su vida, la violencia no lo hizo. El entorno social de Gori implicó al joven georgiano en constantes peleas callejeras. Su madre recurrió a los castigos físicos con frecuencia dado que su «carácter se volvió más pendenciero y siniestro» conforme crecía. Stalin compaginaba una trayectoria académica brillante en la escuela religiosa con peleas callejeras contra chicos mayores que él. Una voracidad que se materializó en que, además de poeta juvenil y excelente cantante, el georgiano entrara muy pronto en contacto con libros revolucionarios.
Como consecuencia de su rebeldía y su creciente ateísmo, terminó expulsado del seminario y se rodeó de malas compañías. En esos días pasó del apodo infantil de Soso al de Koba (Invencible), en honor del héroe de un libro de aventuras similar a Robin Hood. Hacia 1898, el futuro dictador de la URSS se afilió al Partido Ruso Social Demócrata de los Trabajadores en Tbilisi (capital de Georgia), una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Stalin nunca perdonó a su padre por aquellas palizas. Volvió a encontrarse con él de forma puntual, si bien son escasas las referencias del georgiano a su progenitor a lo largo de su vida. Con malicia, el dictador cuestionó que Visarion fuera su padre al afirmar que él «era hijo de un cura». De ahí que las circunstancias y la fecha de la muerte de Vissarión no estén hoy claras. Según la hija de Stalin, Svetlana Alilúyeva, su abuelo murió en una pelea en una taberna años antes de que estallara la Revolución. El propio Stalin aseguró en 1912 que para entonces era huérfano de padre.
Sebag Montefiore defiende que murió el 12 de agosto de 1909, según el calendario Juliano, en el hospital Mijailovski, en Tiflis, enfermo de tuberculosis, colitis y neumonía crónica. Fue enterrado en una fosa común.
Fuente ABC