En pleno franquismo, en torno a 1950, fue revivida la unidad de forma parcial para encargarse de la seguridad del Palacio de la Generalitat y algunas dependencias de la diputación de Barcelona
Lejos de su actual envergadura, con más de 16.000 efectivos, los orígenes de la unidad policial de los Mossos de Esquadra son humildes e incómodos dentro del relato nacionalista. En los años posteriores a la Guerra de Sucesión (1714), esta fuerza catalana realizó su bautismo de fuego, sobre todo, persiguiendo a «sediciosos», esto es, aquellos que aún alentaban en el campo catalán la causa contra la dinastía borbónica.
Ante la inseguridad que dejó el final de la guerra, la administración borbónica creó en el siglo XVIII una serie de «escuadras de paisanos» –de ahí el nombre– para contener a los partidarios escondidos del archiduque Carlos. Disfrazado de monje, el propio Rafael Casanova –Conseller en Cap durante el asedio a Barcelona– huyó de la ciudad para esconderse en la finca de su hijo en San Boi de Llobregat.
En un entorno inestable a causa de los estragos de la guerra, la incapacidad del Ejército regular de vigilar los caminos y el entorno campestre requirió que se armaran estas unidades que ejercían el papel de una policía judicial de carácter militar. Aparte de la lucha contra los miqueletes (una milicia partidaria del bando austracista), entre sus tareas estaban transportar a los detenidos y perseguir el juego ilegal y la prostitución.
El 24 de diciembre de 1721, las «escuadras de paisanos» fueron legalizadas a través de un real decreto del entonces capitán general de Cataluña, Don Francesco Pío de Savola. Su primer mando unificado fue Pere Antón Veciana i Rabassa, alcalde de Valls, que no se posicionó durante la Guerra de Sucesión hasta que al final del conflicto se adhirió al bando borbónico. A raíz de su mando fueron conocidos como «los mozos de Veciana», una excusa empleada por los nacionalistas para elevarle a él, de orígenes relativamente humildes, como fundador de la unidad paramilitar en detrimento del capitán general.
No obstante, la unidad siguió vinculada a Pere Anton Veciana incluso después de su muerte. Según una resolución real del 8 de junio de 1773, el cargo de comandante debía ser ocupado preferentemente por miembros de la casa de Veciana. El cargo, en cualquier caso, era nombrado directamente por las autoridades militares hasta tiempos de la Segunda República. En esas fechas, pasó primero a ser controlado por el gobierno civil a través de la Diputación de Barcelona y luego por la Generalidad republicana (el 26 de enero de 1934).
Una policía de ámbito local
En el génesis de los Mossos, las autoridades reales alistaron en la unidad a delincuentes, antiguos convictos y contrabandistas. Su campo de actuación se limitaba en aquellos años a Vall (Tarragona) por la vinculación de la familia Veciana con esta localidad; y su tamaño seguía siendo reducido: con un comandante primero, un comandante segundo, catorce cabos y 105 mozos. No fue hasta el real decreto del 24 de mayo 1842 cuando adoptaron el nombre de Escuadras de Cataluña y elevaron sus efectivos.
El cuerpo reglamentó sus funciones y estableció un uniforme con claras referencias a su origen borbónico. Como resalta Nuria Sales en su obra «História del Mossos d´Esquadra»: «A través de las épocas, quedan como constante en el uniforme de los mozos de escuadra los colores azul y rojo (colores borbónicos), el gambeto y la curiosa mezcla de alpargatas y sombrero de copa».
Este proceso de profesionalización fue interrumpido cuando el general catalán y presidente del Gobierno, Juan Prim, abolió el cuerpo en 1868 y delegó sus funciones en la Guardia Civil. Solo con la Restauración borbónica, los Mossos recuperaron sus funciones exclusivamente en Barcelona. Las diputaciones de Lérida, Tarragona y Gerona no quisieron hacerse cargo de sus gastos.
La Segunda República devolvió el protagonismo perdido a la unidad. Durante el golpe secesionista de octubre de 1934, los Mossos, unos 300, se colocaron en bloque del lado de Lluís Companys, bajo la dirección del excesivo Pérez i Farrás, a pesar de las dudas de algunos de sus miembros. Defendieron el Palacio de la Generalitat hasta las seis de la mañana del día 7 de octubre cuando cesaran los disparos desde el Palacio de la Generalitat y entregaran las armas.
El diario ABC publicó el 10 de octubre una noticia en la que informaba de cómo 70 mossos de esquadra se habían entregado «a la Benemérita» en Barcelona: «Alrededor de las siete de la mañana del domingo, cuando se supo por radio la rendición de la Generalidad, llegó […] un grupo de unos setenta guardias de la Generalidad, en correcta formación, precedidos por uno de ellos que llevaba un pañuelo blanco en la mano. Al llegar […] se alinearon en correcta formación, entregándose a la Benemérita, quien les desarmó y les mandó detenidos en una camioneta».
A excepción de los mandos, los Mossos fueron liberados en los días siguientes y regresaron a las localidades donde ejercían el servicio. Se consideró que la mayoría se había limitado a cumplir órdenes sin el menor afán político. El cronista de ABC habló en esas fechas con algunos de los mossos involucrados en el golpe, «todos los cuales se muestran bastante indignados de la actuación a que las autoridades les habían obligado en los últimos tiempos y especialmente en la noche del sábado al domingo».
Muchos aseguraron que se habían negado a disparar contra los soldados, y que Pérez Farrás, cuando se vacilaba en rendir la Generalitat, llegó a amenazarles con sus fusiles diciendo que si no luchaban les mataría él mismo.
Muerte y resurrección franquista
Durante la Guerra Civil los Mossos mantuvieron su fidelidad a la República y, al final del conflicto, fueron suprimidos. En pleno franquismo, en torno a 1950, fue revivida la unidad de forma parcial para encargarse de la seguridad del Palacio de la Generalitat y algunas dependencias de la diputación de Barcelona.
El Ministerio de Gobernación dio así autorización a la Diputación de Barcelona, presidida por el Marques de Castelflorite, para la organización de una Sección de Mozos de Escuadra compuesta por 40 efectivos, que entraron en servicio el día de San Jordi de 1952. Esta versión reducida de los Mossos evolucionó, a partir de 1985, en una policía autonómica de una envergadura inédita en la historia de España.
Las presiones políticas contribuyeron el nacimiento de esta policía autonómica. El 23 de abril de ese año, un incidente de poca importancia entre manifestantes independentistas y la Policía Nacional durante una jornada de Sant Jordi fue empleado por los nacionalistas como prueba de la necesidad de tener una policía propia. Los disturbios desembocaron después en una Proposición No de Ley del Parlament, que instaba al Govern a aumentar el presupuesto para los Mossos y las policías locales, así como para avanzar en la transferencia de las competencias de orden público.
Ese mismo año se creó la Escuela de Policía en Mollet del Vallès(Barcelona), de manera que se sentaron las bases para el despliegue territorial y la asunción de competencias, en detrimento de las labores de la Policía Nacional y la Guardia Civil.
Los Mossos de Escuadra completaron su despliegue por todo el territorio catalán en 2008. Desde entonces no han dejado de acumular polémicas, como el escándalo de los abusos policiales en la comisaría de Les Corts (Barcelona), el desalojo de la Plaza de Cataluña el 27 de mayo de 2011, la supuesta utilización de pelotas de goma durante la huelga del 14-N o, más recientemente, su papel en la retirada de urnas del referéndum ilegal del pasado 1-O.
Fuente ABC