El trágico naufragio del HMS Birkenhead, origen del protocolo de salvamento “las mujeres y los niños primero”

Las mujeres y los niños primero. Todos conocemos esa frase que sintetiza un protocolo de salvamento en caso de desastre. Ahora bien ¿cuándo empezó esa costumbre? ¿En qué circunstancias se originó?

Para saberlo hay que remontarse a mediados del siglo XIX, a un dramático episodio que, en algunos aspectos, recuerda la tragedia del Titanic y en otros la del Indianápolis: el naufragio del HMS Birkenhead.

El HMS Birkenhead era un barco de vapor, uno de los primeros con casco de hierro con que contó la Royal Navy. Fue diseñado como fragata con el nombre de HMS Vulcan, aunque se readaptó para transporte de tropas (porque se estableció que todas las fragatas fueran de hélice), pasando a adoptar el nombre del lugar donde se ubicaba el astillero en que fue construido.

Tenía aparejo de bergantín (dos mástiles con velas cuadras y cangreja más bauprés) pero además contaba con una pareja de máquinas de vapor de 564 caballos de potencia que movían sendas ruedas de paletas situadas a cada costado del buque. Medía 64 metros de eslora por 6 de manga y desplazaba 1918 toneladas. Su interior estaba dividido en 8 compartimentos estancos, una docena si se cuentan los mamparos que separan las salas de máquinas.

Asimismo, estaba armado con un par de cañones de 96 libras (uno a proa y otro a popa) y 4 de 68 libras en los costados. Botado el 30 de diciembre de 1845, al año siguiente realizó su singladura inaugural a Plymnouth alcanzando una velocidad de 12 nudos.

Estampa del barco/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A lo largo de 1846 navegó por las costas británicas e incluso colaboró en el rescate de un navío encallado; nadie imaginaba que tiempo después el propio HMS Birkenhead protagonizaría un accidente peor. Fue en el invierno de 1852, cuando zarpó de Portsmouth con la misión de trasladar a África del Sur soldados de una decena de regimientos que debían reforzar a las tropas coloniales que luchaban en la guerra contra los xhosa. Había fusileros, lanceros, highlanders, casacas verdes…

Muchos oficiales que preveían una estancia larga en aquel destino viajaban con sus familias. En total iban a bordo entre 630 y 643 personas bajo el mando del capitán Robert Salmond, un marino cuya familia estaba ligada a la profesión desde tiempos de Isabel I. El 23 de febrero atracaron brevemente en Simonstown, cerca de Ciudad del Cabo, para reaprovisionarse; luego reemprendieron la marcha hacia su destino final, la Bahía de Algoa, al este del Cabo de Buena Esperanza.

Salmond recibió la orden de llegar lo antes posible, por lo que, aprovechando que el mar estaba en calma y el cielo despejado, procuró navegar lo más cerca posible de la costa -a unas 3 millas- a una velocidad aproximada de 8 nudos. Entonces se produjo el desastre.

En la madrugada del 26 de febrero, con sólo el turno de guardia al mando y mientras se sondeaba la profundidad, el HMS Brikenhead chocó con un arrecife denominado, bien gráficamente, Danger Point: con el mar agitado suele quedar al descubierto pero, paradójicamente, cuando está tranquilo queda oculto bajo la superficie.

El capitán acudió corriendo a cubierta y ordenó rápidamente una maniobra para desengancharse del afloramiento la roca, pero el resultado fue aún peor porque el agua penetró violentamente por el boquete del casco, desestabilizó al buque y éste volvió a estrellarse contra la roca partiéndolo y destrozando los mamparos; cientos de soldados alojados a proa murieron ahogados en sus literas sin apenas tiempo de darse cuenta de lo que ocurría. Sin embargo, sólo era el comienzo de la catástrofe.

Otra visión del naufragio/Imagen: oldwirral

Efectivamente, la parte delantera quedó semisumergida en pocos minutos. Entretanto, los soldados habían formado en cubierta y fueron divididos en tres secciones: la primera, unos sesenta hombres, para colaborar en las bombas de achique; la segunda, para soltar los botes salvavidas; y la tercera, reunida en la cubierta de popa para hacer contrapeso e intentar elevar la proa, que no se había desgajado totalmente.

Las bombas resultaron inútiles ante el volumen de agua que iba inundando el interior. Lo de los botes fue aún peor porque la pintura solidificada en los tornos impedía girarlos y además los dos esquifes grandes, con capacidad para 150 personas cada uno, se habían perdido, por lo que únicamente se pudieron bajar 3 barcas. Pese a todo, se cumplió a rajatabla la orden de evacuar primero a las 7 mujeres y los 13 niños.

Los supervivientes contaron luego su tremenda experiencia, resaltando que en todo momento la tropa permaneció agrupada y tranquila, en silencio absoluto, de manera que únicamente se oían los gritos del capitán dando instrucciones y los cascos de los caballos retumbando por el entablado antes de que les cortasen sus ataduras y les arrojasen al mar para que intentaran nadar hasta la costa. Los cohetes de señales disparados no sirvieron de nada al no haber otros barcos en la zona.

Entonces la situación empeoró de forma súbita porque las máquinas seguían impulsando las ruedas de paletas y empujando al barco contra el arrecife y, como el Birkenhead había quedado atravesado, terminó escindiéndose totalmente en dos. La proa se hundió en un instante y la popa quedó flotando temporalmente, en espera de su inevitable final.

Evacuación del barco (Thomas Hemy)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Era el momento de conceder el sálvese quien pueda pero Salmond pensó que, una vez en el agua, los soldados intentarían subir a los botes con el consiguiente riesgo de volcarlos y así se lo explicó al teniente coronel Seton, de los Royal Highlanders, quien sable al hombro les ordenó alinearse y que permanecieran firmes; en una impresionante e increíble demostración de valor, sólo 3 desobedecieron.

Así, 25 minutos después del primer impacto, lo que aún quedaba del HMS Birkenhead empezó a hundirse con sus ocupantes impávidos a bordo para dar tiempo a que las lanchas se alejaran lo suficiente. Engullida la popa por el mar, medio centenar de hombres consiguieron agarrarse a uno de los mástiles (que sobresalía de la superficie gracias a que seguía en pie y la poca profundidad) y otros trataban de sujetarse a alguno de los mil restos que suelen quedar en la superficie en esos casos; algunos fueron capaces de nadar hasta tierra, pero la mayoría murieron al estrellarse contra las rocas o ahogados, sobre todo los oficiales que se empeñaron en mantener sus abrigos con los bolsillos llenos de dinero y no pudieron escapar del efecto succión (lo que dio pie a la leyenda de que había un tesoro a bordo).

Eso los que tuvieron suerte, puesto que la Bahía de Algoa está muy cerca de Gansbaai, un lugar muy conocido hoy por ser uno de los hábitats favoritos del tiburón blanco; fueran de esa especie o no, decenas de escualos se dieron un festín aquella madrugada, con preferencia por los náufragos que no tenían ropa.

El hundimiento del Birkenhead (Thomas Hemy)/Imagen: National Army Museum

Por la mañana llegó al lugar la goleta Lioness, que únicamente encontró 193 personas con vida; The Times publicó que eran 113 soldados, 6 marines, 54 marineros, 7 mujeres, 13 niños, un civil y 8 caballos, aunque es imposible saberlo con seguridad porque el libro de registro se fue al fondo.

Todos los oficiales navales fallecieron, incluyendo al capitán, al que los supervivientes elogiaron durante el juicio que se llevó a cabo para clarificar los hechos (a bordo del legendario HMS Victory, por cierto).

El heroico comportamiento demostrado por todos se convirtió en un ejemplo para el mundo, dedicándoseles multitud de distinciones y honores en muchos sitios; Rudyard Kipling también escribiría décadas después un emocionante poema: “To stand and be still/to the Birken’ead Drill/is a damn tough bullet to chew” dice uno de sus versos más emblemáticos.

Actualmente, un faro avisa de la peligrosidad del lugar pero el legado más importante de aquella fatalidad ha sido el protocolo de evacuación prioritaria para mujeres y niños.

Fuentes: Disasters at Sea. A Visual History of Infamous Shipwrecks (Liz Mechem) / Sailors on the Rocks. Famous Royal Navy Shipwrecks (Peter C. Smith) / White sharks adventures (George J. Smit) / Annals of the King’s Royal Rifle Corps: Vol 3 “The K.R.R.C.” 1831-1871 (teniente coronel Lewis Butler)/LBV.

Libro recomendado: The Wreck of the HMS Birkenhead: The History of the British Royal Navy’s Most Notorious 19th Century Shipwreck (Charles River ed.)