Semíramis, el barco que trasladó a los primeros repatriados españoles de la URSS

Semíramis fue una legendaria reina asiria, esposa de Nimrod e hija de la diosa Derceto, que la abandonó en el desierto al nacer y sobrevivió gracias a que la alimentaron palomas.

De ahí que se convirtiera en una para ascender a los cielos al final de su vida (aunque Dante la sitúa en el quinto infierno de su Divina Comedia a causa de su lujuria desenfrenada). 

Sin embargo, para la España de mediados de los años cincuenta, Semíramis fue algo mucho más tangible y esperanzador que ese personaje: fue el nombre del barco que devolvió a su país a buena parte de los expatriados que hasta entonces vivían en la URSS.

El Semíramis era una nave construida en 1935 para la naviera Elder Dempster que, fletada en esta ocasión por la Cruz Roja Internacional, zarpó del puerto de Odessa el 26 de marzo de 1954 para transportar a doscientos ochenta y seis españoles que se encontraban en aquellas latitudes por diversas razones. Doscientos veintinueve eran voluntarios de la División Azul, aquel cuerpo reclutado a instancias del grito de Serrano Súñer “¡Rusia es culpable!” y enviado en 1941 a combatir en las filas de la Wërhrmacht contra el Ejército Rojo, que llevaban prisioneros desde entonces.

También había diecinueve desertores, cuatro niños de la guerra refugiados en 1937, quince pilotos republicanos enviados a aprender en la escuela de vuelo de Kirovabad e incluso diecinueve marinos mercantes de los buques Cabo San Agustín y Mar Blanco que navegaban por el Mar Negro para la República Española cuando les sorprendió el final de la Guerra Civil.

El proceso para traer de vuelta a toda esa gente empezó con la muerte de Stalin en la primavera del año anterior y el giro que el nuevo gobierno soviético de Malenkov y Jrushov dio a su política en lo que se dio en llamar la desestalinización. Lo cierto es que el franquismo pudo organizar el viaje en aviones, que hubiera sido más rápido, pero no quiso dejar pasar la oportunidad de apuntarse un tanto propagandístico y optó por hacerlo por vía marina, más lenta pero que daba tiempo a crear el estado de expectación apropiado.

Así, recurriendo a la Cruz Roja francesa porque los navíos españoles no podían entrar en la URSS, aquellos españoles que habían sido concentrados previamente en Krasnopol y Kochezka llegaron a Odesa tras cinco días de viaje en tren y empezaron a abordar al Semíramis con desconcierto, dado que muchos de ellos confundían la bandera liberiana que enarbolaba en su popa con la de Estados Unidos (aunque el buque y su tripulación eran griegos en realidad, de la armadora Epirotiki, que lo adquirió en 1953).

El barco atracando/Foto: mve.2gm

El barco salió al Mediterráneo e hizo escala en Estambul, donde empezaron a hacerse los primeros reportajes… y las primeras investigaciones para asegurarse de que los repatriados eran de fiar; así, en la delegación que encabezaban el embajador Alfonso Fiscowich y varios militares figuraba también un grupo de policías que se encargó de entrevistarlos uno por uno para confirmar su ideología, aunque la mayoría ni siquiera estaba segura hasta entonces de cómo y porqué podían regresar a España y, en general, mantenían un vivo recuerdo de los compañeros que dejaban atrás, incluidos los cinco mil muertos que registró la División Azul. Entretanto, la prensa del régimen preparaba un recibimiento por todo lo alto en el puerto de Barcelona, que era el destino final del viaje.

Y, en efecto, el Semíramis atracaba en la ciudad condal a las 17:35 del viernes 2 de abril (originalmente estaba previsto que fuese el día anterior, conmemoración del final de la Guerra Civil, pero no llegó a tiempo), donde esperaba una enardecida multitud de curiosos y periodistas de toda Europa que abarrotaba las instalaciones portuarias, aunque a la estación marítima sólo tuvieron acceso los familiares.

También las autoridades, por supuesto, encabezadas por Raimundo Fernández Cuesta, ministro de la Sercetaría General del Movimiento, Agustín Muñoz Grandes, el que fue primer general de la División Azul (que se reencontró así con algunos de sus hombres), y Agustín Aznar, Delegado Nacional de Sanidad. Franco envió un telegrama de bienvenida. Cabe imaginar las emocionantes escenas de reencuentro que se produjeron, ya que hasta entonces apenas sabían noticias unos de otros e incluso había quien llevaba una foto de su pariente, por si el cambio físico en aquellos años hubiera resultado demasiado grande; de hecho, los familiares no supieron los nombres de los que llegaban hasta la noche anterior, en que se difundió la lista en Radio Nacional.

Reemplazos de la División Azul/Foto: Schröter en Wikimedia Commons

Lo primero, como correspondía a la España de entonces, fue una misa de acción de gracias en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced y San Miguel Arcángel oficiada por Gregorio Modrego y Casaus, arzobispo de Barcelona. A continuación los recién llegados fueron trasladados al Hospital Militar para someterse a un reconocimiento médico, quedando una veintena de ellos ingresados por los estragos de haber pasado tantos años prisioneros en diversos campos de concentración como los de Borovichi, Jarkov, Rewda o Vorochilogrado. El resto pudieron irse con sus familias a sus lugares de origen para iniciar una nueva vida; el gobierno les entregó pasaportes militares y les facilitó un puesto de trabajo.

Sin embargo, el edulcoramiento de aquella experiencia no se mantuvo en todos los casos. Algunos de los repatriados no se adaptaron a su nueva vida y mientras unos terminaban regresando a la URSS, bien por razones ideológicas, bien porque habían dejado nuevos familiares allí, otros sortearon la vigilancia policial e ingresaron en organizaciones clandestinas de oposición al régimen. No obstante, a lo largo de los años siguientes continuaron llegando expatriados a Barcelona y Valencia, fundamentalmente los célebres niños de la guerra.

Fuentes: Embajador en el infierno. Memorias del capitán Palacios (once años de cautiverio en Rusia) (Torcuato Luca de Tena y Teodoro Palacios) / La voz de los vencidos. El exilio republicano de 1939 (Alicia Alted) / Relatos históricos de un falangista divisionario (Adolfo Estévez Pérez). Combatiente en la Guerra Civil Española y en la División Azul (Benito López Andrada) / Los niños españoles evacuados a la URSS (1937) (Enrique Zafra, Rosalía Crego y Carmen Heredia)/LBV.