La filóloga malagueña se sumerge ahora en la ficción con «6 relatos ejemplares 6», una recopilación de relatos sobre aspectos poco conocidos de la historia europea. El reverso de héroes reverenciados como Guillermo de Orange o Calvino, tan ambiciosos y brutales como suelen ser los advenedizos, los que sueñan con ocupar el puesto de los opresores
En su monumental libro «Imperiofobia y leyenda negra» (Siruela), un auténtico fenómeno editorial con más de 100.000 ejemplares vendidos, María Elvira Roca Barea demostró ser completamente ajena a la corrección política o, dicho en plata, no tener pelos en la lengua a la hora de criticar (acaso matizar) a tótems de la cultura europea. Porque la hispanofobia es hoy el único racismo que goza de prestigio intelectual y cuenta con una salud de hierro en la ficción.
Los fanáticos recurrentes de la literatura europea, incluida la española, siguen siendo preferiblemente morenos y católicos, inquisidores españoles perversos; o codiciosos conquistadores, tan obsesionados con matar indios como con acuchillar a los suyos. Tal vez harta de esta ficción descuidada con la verdad, la filóloga malagueña se sumerge ahora en la literatura con «6 relatos ejemplares 6», una recopilación de relatos sobre aspectos poco conocidos de la historia europea. El reverso de héroes reverenciados como Guillermo de Orange o Calvino, tan ambiciosos y brutales como suelen ser los advenedizos, los que sueñan con ocupar el puesto de los opresores.
¿Por qué ha decidido saltar a la ficción?
Escribiendo Imperiofobia me tropecé con historias en terrenos poco frecuentados por la historiografía europea. Fui anotando estas historias…. Me he cansado de que España sea un tema literario, siempre en la misma clave. ¿Por qué no se puede emigrar con esa misma perspectiva a otros territorios?
¿Cuándo se convirtieron los españoles en los malos de la literatura?
España fue transformada en un tema literario en el siglo XVII, fundamentalmente en el teatro, con cientos de obras; y la literatura española absorbió, a su vez, esta visión de los españoles planteada al otro lado de los Pirineos. Desde entonces, no hemos sido capaces de salir de ahí. Hemos perdido el impulso creativo y siempre vamos detrás de lo que marca la literatura inglesa, la francesa e incluso, en menor medida, la alemana. El malvado monje español es un clásico de la literatura, pero a nadie se le ha ocurrido crear al malvado predicador anglosajón o contar la quema de brujas a miles en el centro de Europa. Es lo que les pasa a los pueblos que pierden su creatividad y su confianza; se ven arrastrados a asumir lo que fabrican otros.
Una de las historias que cuenta usted en el libro es la de Ana de Sajonia, la vapuleada segunda esposa de Guillermo de Orange. Parece claro que para las mujeres la Reforma no trajo precisamente modernidad.
Los luteranos trajeron modernidad porque lo han dicho ellos y usted, que será un crédulo, se lo habrá creído. Yo sé perfectamente que no fue así, para nada, y menos para las mujeres. El protestantismo dejó a las mujeres en la situación previa a la venida de Jesucristo al mundo y al matrimonio monógamo, que es una de las grandes conquistas del feminismo cristiano. Colocar a las mujeres en la situación en la que se vio Ana de Sajonia, Catalina de Aragón y otras muchas fue todo menos modernidad. Machacaron a estas esposas porque podían; porque ya no tenían que responder ante la Iglesia o ante alguien superior. Las destrozaron e incluso hubo cierto coqueteo en el mundo luterano con la poligamia.
Sin embargo, hoy la percepción es que el mundo católico es más machista que el protestante.
Mire, eso pregúnteselo a la Iglesia católica, ¿qué es lo que le ha estado contando a la gente? ¿Quién es el que ha contado una versión de la historia así para que los católicos, creyentes o no, hayan absorbido esta versión del mundo? Desde luego, la Iglesia tiene gran responsabilidad en ello. Lutero conserva tanto prestigio en Europa porque no leen sus textos.
Señala usted que Guillermo de Orange, mitificado padre de la nación holandesa, era más poderoso que Lutero.
Era más poderoso y más listo que Lutero. Solo hay que leer a Lutero para ver qué clase de persona era. No sus biografías, sino la fuente original. Lutero era compulsivo, ciclotímico, con una personalidad propensa al fanatismo. Pensaba las cosas poco y cambiaba brutalmente de opinión. Sin embargo, Orange era mucho más listo y frío, durante toda su vida cultivó cuidadosamente su imagen. Aparte de que Lutero era un lacayo de los príncipes alemanes, mientras Orange solo servía a su propósito personal.
Usted criticó que el Papa colocara una estatua de Lutero en el Vaticano, ¿cuando llegue el aniversario de Guillermo de Orange también pondrán una estatua suya?
No me cabe la menor duda (ríe). La jerarquía eclesiástica intentará estar a bien con todos y dejará a sus hijos a su suerte. Los españoles son los primogénitos de Dios, decía un autor humanista. Yo añadiría que de Dios tal vez, pero de la Iglesia no. La Iglesia ha recibido todos los beneficios que de España le han venido, que han sido muchos, y ni siquiera le ha dado las gracias.
Uno de los relatos del libro versa sobre el régimen de terror que impuso Calvino en Ginebra y su negativa a tratar a los enfermos de peste, como llevaban haciendo siglos los monjes católicos. ¿Qué clase de fe tenía Calvino?
Pues una con la que había conseguido el predominio social que no tenía antes. Era un enfermo de poder, sin más, y después de haber desatado una persecución brutal en Ginebra tiene hoy una estatua de gran talla en el Parque de los Bastiones. También él fue un criado útil, en su caso de los franceses, sin los cuales no podría haberse hecho con el control de la ciudad. Es evidente que hubo un grupo muy amplio de habitantes que le apoyaban, que se beneficiaron con las confiscaciones de las iglesias, pero es una cortina de humo creerse que fue la fe o el apoyo del pueblo la razón de su éxito. El tipo de fe que tienen se demuestra en que eran predicadores que cambiaban treinta veces de opinión en función de lo que dijera el predicador de enfrente. Cada uno se estaba inventando una iglesia y necesitaba diferenciarse con algo. Todo el contenido es ridículo y es increíble que alguien se lo haya creído.
Al final al Imperio español le vencieron estos nacionalismos camuflados de reforma religiosa, ¿se puede repetir hoy la victoria de los nacionalismos excluyentes?
Creo que usted plantea el problema desde un punto erróneo. Es todo lo contrario; España sufrió y sufre hoy las consecuencias de un éxito enorme, no de un fracaso. No ha habido otro así en la historia de Europa. La digestión de aquel imperio es tremenda. Las versiones de la historia de Europa que dieron los distintos pueblos que lucharon férreamente contra el Imperio español durante siglos está en su ADN. Se han construido una forma de estar en el mundo basada en su lucha contra España y no pueden renunciar a ella. No pueden sacarse la sangre de las venas.
¿Es el caso de Inglaterra?
Pues le pongo un ejemplo muy gráfico. El libro con el que te tienes que examinar para conseguir la nacionalidad inglesa hoy, entre las nociones imprescindibles, incluye la Armada Invencible. Se le ocurre a uno que a los que llegan nuevos a Inglaterra habrá que enseñarles nociones básicas del sistema político y de su historia, no empezar por la Armada Invencible… Estas cosas recuerdan que aquellos episodios son esenciales para su pervivencia como nación. Es asombrosa la dependencia que tiene su autoestima como nación de denigrar al contrario, mientras que el Imperio español no necesitó denigrar al contrario para construirse.
Lo que quiero decir es, si el Imperio español, con toda su fortaleza, no fue capaz de defenderse, ¿tiene las de perder esta España más débil frente al desafío de los nacionalistas catalanes?
Primero hay que recordar que catalanes no son. Ellos son nacionalistas. El nacionalismo siempre es el mismo; ser catalanes es accesorio y absolutamente irrelevante, puesto que no piensan en el bien común y solo en sus intereses personales. Y tampoco es un problema catalán, sino un problema que tiene España y Europa en muchos territorios. El nacionalismo es una secta internacional. Existía antes de que les regaláramos un título completo de la Constitución y también hace 100 años, pero a nadie en Europa se le había ocurrido antes crearles una estructura administrativa para que prosperasen y entregarles todos los recursos del Estado. Aquí se construyó una administración territorial que no demandaba nadie, que se hizo para dar gusto a unos cuantos vascos, unos cuantos catalanes y muy pocos gallegos. Treinta millones de españoles aguantamos una estructura para dar acomodo a los que en su momento eran pocos, que no llegaban a un millón.
Su anterior libro enmendaba la plana a algunos hispanistas y autores españoles, a los que cita con nombre y apellido, de Pérez-Reverte a Joseph Pérez. ¿Le ha retirado la palabra alguno?
Si les ha sentado mal me resulta indiferente. ¡Contaba con ello! El mundo académico está lleno de rituales y territorios que se respetan entre sí, pero yo no pertenezco a ese mundo y defiendo el derecho a la marginalidad. En los últimos tiempos, uno no puede ser marginal, hay que estar integrado en el sistema. Yo no lo estoy; ni quiero. La marginalidad me da una enorme libertad, con la que hago lo que me place.
En general en sus obras no ha dudado en atizar a los autores más intocables del Humanismo y de la Ilustración, cuya hispanofobia es más que evidente.
El que hayamos hecho intocables a algunos intelectuales del Humanismo y la Ilustración es uno de los motivos por los que Europa anda perdida desde hace bastante tiempo, y ahora concretamente en una situación de suicidio demográfico. Hay que plantearse quién está al mando ideológicamente en la Europa occidental durante esta situación crítica. Estamos como los del Titanic, con la orquesta tocando en la cubierta y el barco hundiéndose… sin preguntarnos quién está al timón. Europa ha tenido una dependencia exacerbada en la «intelligentsia». La eliminación de la religión dejó a los intelectuales casi como los únicos administradores de la moral. Cualquier cosa es posible desde entonces.
¿Europa oculta parte de su historia?
Hay muchos personajes borrados de la historia de Europa. Personajes muy atractivos, cuya visión incomoda porque no se adecua a la puesta en escena que una parte de Europa ha construido. Hay que borrar a estos personajes molestos, como a los alemanes y a los holandeses que estaban en los Tercios españoles. La Wikipedia cuenta que Felipe Guillermo de Orange, primogénito del líder rebelde, estuvo prácticamente secuestrado en España, pero no es cierto. Él era libre para moverse a donde quisiera y Felipe II le montó una casa con tratamiento de príncipe y jamás fue tratado por debajo de su rango o linaje. Por eso él no quería irse de España a reclamar lo que era suyo por derecho en los Países Bajos.
De vuelta al caso inglés, ellos tienen una maestría especial para ocultar las partes menos agradables de su historia.
Allí una versión discordante con la historia oficial se somete a la ley del silencio, que es algo que nosotros no sabemos hacer. Inglaterra se come cada cierto tiempo a una parte de Inglaterra, pero lo hace en escrupuloso silencio. Nosotros andamos en las plazas dando gritos y criticándonos por habernos comido una uña del pie, pero los ingleses cuando se comen una parte de ellos mismos dejan de existir para siempre. No hay marcha atrás. Con el Brexit he podido comprobar que no discuten del tema, ni pío, no hay alusiones. Aquí tendríamos la mundial montada. No en vano, tragarse las cosas sano no es. Hay algo incómodo en el ambiente anglosajón. Algo asfixiante. Digan las leyes lo que digan, uno es más libre en los países católicos. La prueba es que los católicos no van por las buenas a países protestantes y, sin embargo, los turistas británicos van encantados a vivir el sur.
¿La posibilidad de que Shakespeare procediera de una de esas Inglaterras devoradas, la católica, les asusta?
Shakespeare tiene tremendas desapariciones, con épocas en las que no hay rastro de su existencia, y todo eso ha llevado a importantes interrogantes y misterios que tratan de responder. El tema del supuesto catolicismo de Shakespeare es algo que, hasta hace doce años, nunca se nombraba. Había silencio y hoy los grandes expertos todavía niegan que fuera católico. A partir de esa negación de algo que parece claro empiezan las hipótesis tales como que Shakespeare no era Shakespeare, o que Shakespeare no existió… Para ellos es una teoría muy difícil de tragar, porque tendrían que aceptar la tremenda persecución religiosa que se vivía en el supuestamente maravilloso periodo de los Tudor. Sería difícil aceptar que la gloria de las letras inglesas sea de la religión mala. Sin embargo, si lees a Shakespeare es evidente que está escrito por la misma persona y, ya lo apreció Borges, que no sabía que fuera católico, es raro en su contexto. Es un elemento extraño en ese periodo porque no había rastro de hispanofobia en su obra y sus metáforas eran luminosas, de un estilo exuberante, cuando la literatura inglesa ya había perdido ese tono tan característico del Mediterráneo.
Fuente ABC