Las cuitas en torno a la muerte de algunos faraones egipcios no se limitan a Tutankhamón o a Cleopatra. Hay otros que de un tiempo a esta parte también han pasado a engrosar la lista de susceptibles de haber sido asesinados (Hatshepsut, Tutmosis III, Seti I…) y el último en sumarse a ella, al menos último en términos mediáticos, ha sido Ramsés III.
El tercero de la dinastía ramésida, cuyo nombre completo era Usermaatra-Meriamón Ramsés-Heqaiunu, es famoso por dos razones fundamentalmente: una, su labor constructora -que, por cierto, sufrió la primera huelga conocida de la Historia-, de la que son pruebas las ampliaciones de los templos de Karnak y Luxor, la construcción del templo de Medinet Habu o su propio hipogeo en el Valle de los Reyes; la otra, las invasiones de los llamados Pueblos del Mar, a los que consiguió rechazar y por ello se le considera el último gobernante egipcio con cierto poder.
Pero el poder siempre lleva aparejada la envidia y con ella las conspiraciones. En la última etapa de su reinado, Ramsés III vivió varias, algunas de las cuales entraban dentro de cierta “lógica”, como la encabezada por su visir Atribis. Otras, en cambio, debíeron tener un sabor más amargo: es el caso del que incitó entre los funcionarios de la corte su segunda esposa Tiyi cuando el hijo de ésta, Pentawere, fue apartado de la línea sucesoria. El juego de tronos entre esposas era algo frecuente que se repitió muchas veces a lo largo de la historia de Egipto y, en este caso, terminó con el nombramiento como heredero del quinto hijo de Ramsés, tenido con la reina Isis: Heqamaatra-Setepenamón Ramsés-Heqamaatra-Meriamón, que subiría al trono con el nombre de Ramsés IV.
Hasta hace poco sólo había indicios tomados de las fuentes documentales de esas fallidas intentonas. Pero un estudio de la momia mediante TC (tomografía computerizada) reveló en 2014 que el faraón fue degollado, poniendo en evidencia que alguna de esas conspiraciones logró su objetivo. Un arma de filo había cortado la tráquea y el esófago provocando la muerte inmediata y así se publicó en un artículo de la revista médica The British Medical Journal. Hasta entonces, la herida había pasado desapercibida porque el cadáver fue sometido ya en su época a una especie de cirugía estética post mortem.
La pregunta es ¿de qué conspiración se trató? Tanto Tiyi como su vástago fueron condenados y ejecutados pero fue a posteriori, durante el reinado de Ramsés IV ¿Querría éste vengar a su padre? Lo que sí sabemos ahora gracias a la citada tecnología, es que el difunto no sufrió sólo la mortal herida de la garganta: al parecer, el escáner (imagen inferior) mostró también que le hirieron en un pie, posiblemente con un hacha, lo que sugiere que hubo varios asesinos y armados de forma diversa atacando al mismo tiempo. Los embalsamadores también se esforzaron en ocultar esa herida envolviéndola en tantas vendas y capas de resina que a finales del siglo XIX los expertos del Museo Egipcio de El Cairo no pudieron desenvolver el pie y el asunto cayó en el olvido hasta ahora.
Esta fascinante trama, mezcla de argumento shakesperiano y CSI, es el tema de un libro publicado por Zahi Hawass, exministro de Antigüedades egipcio y posiblemente la mayor autoridad mundial en egiptología, en colaboración con el radiólogo de la Universidad de El Cairo Sahar Saleem. Se titula Scanning the Pharaohs: CT Imaging of the New Kingdom Royal Mummies (algo así como Escaneando a los faraones: imagen en TC de las momias reales del imperio Nuevo). Desentrañar un misterioso asesinato en el Antiguo Egipto; la realidad vuelve a superar a la ficción.
Vía: Live science/LBV