Los brutales ataques vikingos a la ciudad de París

Los nórdicos se beneficiaron de la debilidad del imperio franco a la muerte de Carlomagno

No pasó demasiado tiempo antes de que los ataques vikingos en las costas de Europa coménzasen a resultar cada vez más ambiciosos, especialmente en la actual Francia. A la primera incursión llevada a cabo en territorio galo, en el 799, la siguieron una serie de ataques que resultaban cada vez más frecuentes y violentos. Y es que, a pesar de que en tiempos de Carlomagno los nórdicos veían a los francos como una amenaza, desde la muerte del emperador el reino se mostraba incapaz de contenerles.

Entre las incursiones más conocidas en territorio franco destacan las llevadas a cabo en la ciudad de París, que por entonces ocupaba únicamente la Ille de la Cité. La primera fue emprendida por el archiconocido Ragnar Lodbrok, que arribó a la ciudad al mando de una enorme flota en el año 845. Por entonces, Carlos el Calvo, nieto de Carlomagno, ocupaba el trono. A pesar de que trató de evitar que los nórdicos penetraran en la ciudad, todo fue en balde, ya que cometió graves errores estratégicos.

El monarca ordenó dividir a sus soldados entre las dos orillas del Sena con el fin de acorralar al enemigo. Ragnar optó por atacar por el margen del río en el que había menos soldados. La victoria fue rotunda y el monarca se vio forzado a esconderse en la abadía de Saint Denis y a pagar a los invasores para que no arrasasen la ciudad. Se trata del primer danegeld (impuesto) pagado a los normandos en territorio franco.

«Su defensa de París tuvo buena intención, pero fue sumamente inadecuada: no sólo infringió las prudentes tácticas militares al dividir su ejército en dos, sino que fue incapaz de motivarlo y tuvo que dejar que Ragnar escapara río arriba después de pagar al jefe vikingo con 7.000 libras de plata», explica el historiador Donald F. Logan sobre el resultado del ataque en su libro «Los vikingos en la historia». Y es que, como se ha explicado antes, si no hacía mucho hablar sobre los francos era hacerlo sobre el reino más poderoso que había en Europa, para mediados de siglo su situación era de extremada debilidad.

La debilidad franca

El declive comenzó con la muerte del emperador Carlomagno. Su hijo y sucesor, Luis el Piadoso, estaba más preocupado por la cultura que por gobernar sus vastos territorios, que comenzaba a desgajarsegracias al fortalecimientos de la nobleza. La cosa fue a peor con la siguiente generación. En la década de los cuarenta los hijos de Luis iniciaron una guerra civil por la sucesión que finalizó con la firma delTratado de Verdún (843). El resultado fue la división del imperio entre Carlos el Calvo, Lotario I y Luis el Germánico. El hijo mayor deel Piadoso y rey de Aquitania, Pipino I, había muerto en el 838 y su título pasó a manos de el Calvo.

Después del éxito cosechado el París, los vikingos se animaron a aumentar el número de sus ataques a las poblaciones ubicadas a orillas del Sena; para ello comenzaron a construir bases fluviales en la zona. También se aprendieron las festividades religiosas de los cristianos, e intentaron que sus incursiones coincidiesen con estas para que el botín fuese más suculento y fácil de obtener. Mientras tanto, la población franca se encomendó a Dios y le rogó que frenara la furia de los normandos. Estas palabras de un teólogo franco llamado Pascasio Radbertus dan alguna pista sobre la situación del antaño imponente imperio y la del pueblo que lo habitaba:

«¿Quién de nosotros habría creído o siquiera imaginado alguna vez que en tan poco tiempo estaríamos agobiados con tan temibles desgracias? Hoy nos estremecemos al pensar en estos piratas dispuestos en partidas de ataque en las mismas cercanías de París e incendiando iglesias a lo largo de los márgenes del Sena. ¿Quién habría creído alguna vez, pregunto, que unas partidas de ladrones perpetrarían tales atrocidades? ¿Quién podría haber pensado que un reino tan glorioso, tan fortificado, tan grande, tan poblado, tan vigoroso sería humillado y deshonrado por una raza tan vil e inmunda?».

Los vikingos, además, comenzaron a tomar parte en las disputas intestinas entre los descendientes de Carlomagno. Pipino II, hijo del difunto Pipino I, consideraba que su tío Carlos el Calvo le había robado la corona de Aquitania, por lo que respondió aliándose con los normandos. «Pipino se alió con los piratas daneses, devastó la ciudad de Poitiers y asoló muchos otros lugares de Aquitania», se afirma en los «Anales de San Bertín», recogidos por el catedrático de la Universidad de Caen Jean Rennaud en un artículo publicado en en el «Nº 26 de Desperta Ferro Antigua y Medieval».

La situación no hace sino agravarse con el paso de los años. Para cuando Carlos el Calvo fallece, en el año 877, los ataques vikingos se encuentran en su punto más álgido. Sin embargo, todavía quedaba la guinda del pastel. En el 885 una enorme expedición conformada por miles de naves y comandada por un normando llamado Sigfrido, quien probablemente era un rey danés surca el Sena con dirección París.

Un año de asedio

La ciudad, como se explicó anteriormente, ocupaba tan solo la Ille de la Cité. Esta estaba unida a las orillas del río por dos puentes que resultaban decisivos para la defensa de la pequeña localidad. Lo primero que hicieron los normandos nada más llegar a París, el 25 de noviembre, fue reunirse con su obispo, llamado Joscelin. Cuando este le solicita que les permita continuar su camino, que le llevaba, según parece, a otra población, el religioso se negó: «Nuestro rey Carlos [el Gordo], cuyo reino se extiende sobre casi toda la tierra que se encuentra bajo la autoridad del Señor, Rey y Señor de los poderosos, nos ha encomendado la protección de esta ciudad. El reino no debe consentir en ser destruido; debe ser salvado por nuestra ciudad. Si estas murallas hubieran sido confiadas a ustedes como en verdad han sido confiadas a nosotros, y si ustedes hubieran actuado como nos piden que actuemos, ¿qué pensarían de sí mismos?».

Sigfrido ordenó que la población fuese atacada el día siguiente. Los vikingos intentaron tomar la torre que conectaba la ciudad con la orilla derecha del Sena. Sin embargo, los defensores consiguieron repeler el ataque. Se inició entonces un asedio que duró un año entero.

Los normandos tratarón de aprovechar durante ese tiempo las oportunidades que les iban surgiendo. A finales de enero, por ejemplo, se volvieron a esforzar para tomar la torre de la orilla derecha; incluso enviaron embarcaciones en llamas para destruir el puente, cosa que no consiguieron. Tuvieron que esperar hasta el 6 de febrero para que, gracias a una crecida del Sena, el puente acabase reducido a un monton de tablones sueltos y pudiesen tomar la torre. A pesar de que los parisinos continuaron resistiendo, su situación era cada vez más desesperada. Un ejército franco comandado por el conde Enrique de Sajonia trató de levantar el cerco, pero fracasó.

La situación no hizo sino empeorar en abril, cuando el obispo Joscelin falleció a causa de una enfermedad. Finalmente, el conde de Odo, encargado de la defensa de la ciudad, optó por salir y solicitar al rey Carlos el Gordo, que sucedió a el Calvo, les enviase más ayuda. Cuando regresaba hacia París fue emboscado por los nórdicos. «El gran defensor de París, con su caballo muerto bajo él, luchó a pie y, dando muerte a los daneses de la izquierda y de la derecha pudo entrar en la ciudad», relata Logan en su obra.

Finalmente, en septiembre el rey franco envió un imponente ejército a París, pero los soldados no llegan ni a desenvainar la espada. Comenzaron a negociar con el enemigo las condiciones para que abandonaran las cercanías de la ciudad. Se acabó acordando un importante pago en metálico y se les dio permiso para dirigirse a Borgoña a pasar el invierno y realizar incursiones. Dos años después Carlos el Gordo perdía el trono y era sustituido por Odo, el defensor de la ciudad.

Fuente ABC