La búsqueda de la legendaria gran Biblioteca Dorada perdida de los zares rusos

Tras las bibliotecas de Alejandría y de Bagdad, la tercera gran pérdida cultural de la historia de la humanidad es la Biblioteca Dorada de los zares rusos, también conocida como Biblioteca de Ivan el Terrible. Aunque lo más probable es que nunca existiera.

Pero eso no ha sido obstáculo para que durante siglos muchos la hayan buscado. Historias, leyendas, excavaciones infructuosas y afirmaciones de posibles testigos, se mezclan en torno al mito, que tiene su origen en el siglo XV.

Hay que remontarse al año 1472, con la Edad Media en sus últimos lustros, cuando el abuelo de Ivan el Terrible, el gran príncipe de Rusia Ivan III, contrae matrimonio con Sofia Paleóloga, sobrina del último emperador bizantino. Ivan III era un ávido lector y coleccionista que, para entonces, debía poseer una considerable biblioteca de manuscritos y libros de diferente procedencia y antigüedad.

 

 

A ella se sumará la biblioteca de su nueva esposa, trasladada desde Constantinopla, y que supuestamente incluía todo lo que se había podido salvar de la biblioteca de la ciudad imperial tras la entrada de los turcos, así como numerosos manuscritos procedentes de la Biblioteca de Alejandría. Con ello la colección habría crecido hasta convertirla en la más destacada del mundo, solo por detrás posiblemente de la del Vaticano. Los tesoros que albergaría, entre los que también se contarían manuscritos chinos desde el siglo II hasta el XV, habrían sido sin duda únicos y de valor incalculable.

Sofía habría encargado la construcción de una biblioteca subterránea bajo el Kremlin al arquitecto italiano Aristóteles Fiorovanti, con el fin de almacenar y proteger toda esa cantidad de papiros, pergaminos y libros. Y aquí es donde comienza la leyenda. Durante siglos ha habido intentos de hallar la biblioteca perdida, descubrimientos de supuestos catálogos, prospecciones y excavaciones, todo ello sin que jamás haya aparecido ninguna evidencia de que alguna vez la biblioteca existiera.

En 1518 el hijo de Ivan III y Sofía Paleóloga, Basilio III de Moscú, pidió al patriarca de Constantinopla que le enviase monjes que pudieran ayudar en la corrección de traducciones de libros religiosos. Entre los monjes que llegaron a Moscú ese mismo año estaba Michail Trivolis, más conocido como Máximo el Griego, un monje procedente del Monte Atos, y que iba a jugar un importante papel en la cultura rusa de la época.

Andréi Kurbski, que vivió entre 1528 y 1583 y fue primero amigo íntimo de Ivan IV el Terrible y más tarde su principal rival político, dejó varios escritos y cartas que son fundamentales para la historiografía rusa del siglo XVI. Entre esos escritos está Skazanie o Maksime Filosofe (La historia de Máximo el Filósofo) en la que describe la vida y logros del monje en el Moscú de principios de siglo.

Máximo el Griego / foto Dominio público en Wikipedia

Entre las cosas que Kurbski cuenta hay un encuentro entre Máximo y Basilio III, en el cual se le habrían mostrado al monje grandes cantidades de libros griegos. Según escribe Kurbski, Máximo quedó impresionado hasta el punto de confesarle a Basilio que ni siquiera en Grecia había visto nunca tantos libros griegos. Esta es la primera mención documental que se ha relacionado con la biblioteca perdida.

El segundo testimonio aparecerá unos ochenta años más tarde en la Crónica Livonia escrita en alemán por Franz Nyenstadt. En ella Nyenstadt escribe sobre Johannes Wetterman, un pastor protestante al que Ivan IV le habría enseñado las cámaras subterráneas bajo el Kremlin donde se guardaban desde armas hasta la famosa biblioteca. Ivan le pidió a Wetterman que realizase un inventario de los libros, lo que se llevó a cabo con la ayuda de otros tres alemanes y tres oficiales rusos.

El catálogo resultante incluía numerosos libros que los estudiosos consideraban perdidos o destruídos hasta el momento, y por tanto serían obras únicas en el mundo. Ivan le ofreció a Wetterman quedarse en Moscú y trabajar en algunas traducciones de esos libros, oferta que este habría declinado, abandonando la ciudad. Del catálogo nunca más se supo.

Y la tercera posible mención relacionada con la biblioteca data de 1724, cuando un oficial ruso llamado Konon Osipov cita el descubrimiento realizado en 1682 por un tal Makariev. Este habría hallado en los pasadizos del Kremlin una estancia repleta de libros, pero tras reportar su descubrimiento a la princesa Sofía Alekséyevna Románova le habría sido prohibido divulgar el asunto, y el acceso a los pasadizos se prohibiría definitivamente.

Pero lo cierto es que si alguna vez existió la biblioteca desapareció con la muerte de Ivan IV el Terrible, la última persona en conocer su ubicación exacta. Los rumores, que ya se habían extendido a Occidente, no hicieron más que azuzar su búsqueda, e incluso hay mención de que una representación del Vaticano que visitó Moscú en la época del zar Boris Godunov (1598-1605) se interesó por el destino de los libros.

Ivan el Terrible mostrando sus tesoros / foto Dominio público en Wikimedia Commons

En los siglos siguientes muchos intentaron hallar el singular tesoro, evidentemente sin éxito. En 1890 el profesor Thraemer de la Universidad de Estrasburgo encontró un manuscrito de los Himnos Homéricos que creyó formaba parte de la colección rusa, y que según él era uno de los procedentes de Constantinopla. Thraemer pasó varios meses en Moscú al año siguiente investigando archivos y bibliotecas de la ciudad en busca de pistas, concluyendo finalmente que, de existir, la biblioteca debió haber estado oculta bajo el Kremlin.

Otros estudiosos posteriores siguieron esa misma idea, aunque muchos opinaron que todo debió quedar destruido por el fuego durante las invasiones polacas del siglo XVII. El caso es que a finales del siglo XIX se realizaron algunas excavaciones que sacaron a la luz pasadizos, túneles y cámaras secretas bajo el Kremlin, hallando artefactos y armas como las que había descrito Wetterman, pero ni rastro de libros.

De hecho los estudiosos rusos comenzaron a poner en duda tanto la autenticidad de La Historia de Máximo el Filosofo como la Crónica Livonia y el resto de fuentes. Todo serían falsificaciones e incluso la biblioteca jamás habría existido.

Eso no fue obstáculo para que a principios del siglo XX un arqueólogo llamado Ignatius Stellekskii se propusiera su hallazgo solicitando permiso para excavar bajo el Kremlin. El permiso no le fue concedido, tras varios intentos, hasta 1929. Los trabajos comenzaron en 1933 y duraron apenas un año, sin resultados. Se encontraron nuevos túneles y pasadizos hasta entonces desconocidos, pero nada más.

La búsqueda continuó tras la Segunda Guerra Mundial, e incluso se extendió a otras zonas cercanas en los años 90. Parece que Jrushchov hasta formó un comité especial encargado del asunto, pero fue disuelto por su sucesor Brézhnev. Nunca ha sido hallada la más mínima pista sobre la existencia real de la Biblioteca Dorada. La hipótesis predominante hoy día es que, si alguna vez hubo tan valiosos libros bajo el Kremlin, se quemaron o bien fueron redistribuidos a otras bibliotecas e instituciones del país para protegerlos. Aun así, algunos todavía continuan buscando.

Fuentes: Ivan the Terrible’s library: greatest historical mystery / A Note on the Lost Library of the Moscow Tsars (David Arans) / Kremlin Tunnels : The Secret of Moscow’s Underworld / Bulletin of the Atomic Scientists (mayo 1997) / Wikipedia/LBV