El partido independentista cargó en 2016 contra la figura de Gabriel de Avilés y del Fierro por haber acabado de forma violenta con la revuelta de Túpac Amaru II. La realidad, sin embargo, es que también denunció los abusos de las autoridades contra los nativos y combatió la explotación de los indios
El reputado historiador británico Antony Beevor afirmó a ABC hace menos de una semana que es «ridículo y deshonesto imponer la moral de hoy en día al estudio del pasado». Y no le falta razón. Sin embargo, en España sentimos cierta atracción por ver la historia bajo los cristales de la actualidad. Nos ha pasado con Junípero Serra (un fraile bondadoso, por mucho que diga la Leyenda Negra), con los conquistadores que arribaron a las Américas (vistos como sádicos por Gran Bretaña) y, a su vez, con un personaje que ha sido vilipendiado en los últimos años: el militar y virrey Gabriel Avilés y del Fierro.
A Avilés, catalán de nacimiento, se le ha acusado de reprender de forma cruel la revuelta del cacique de Perú Túpac Amaru II, de mostrarse implacable con los indios en las regiones que dirigió como virrey o, entre otras tantas cosas, de haber usado el escarnio y la violencia pública para instaurar un reino del terror entre los nativos. Hasta tal punto se exageró su leyenda que, el pasado 2016, la CUP propuso quitarle el título de vigatà il·lustre, decisión que fue corroborada tras el análisis que hizo de este personaje el historiador Viçent Pascual (autor de «El virrei Avilás i la segona conquesta d’Amèrica»).
Sin embargo, para Alberto Martín-Lanuza (historiador de reconocido prestigio, miembro del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España y autor del «Diccionario biográfico del Generalato Español») lo que ha sucedido con este personaje es un claro ejemplo de exageración de la Leyenda Negra que persigue a nuestro país desde hace siglos. «Se le acusa, por ejemplo, de ajusticiar a los prisioneros, pero eso era algo que también hizo Túpac Amaru. Fue un hombre de su tiempo que, cuando fue virrey del Perú, criticó la política de los corregidores españoles en la región porque entendía que solo buscaban enriquecerse», explica en declaraciones a ABC.
Este experto conoce bien al personaje, pues ha sido el encargado de investigar y redactar la biografía que, a día de hoy, puede encontrarse en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. Por si fuera poco, coincide de forma absoluta con Beevor en lo que respecta a la interpretación del pasado con la visión del presente: «Avilés fue un hombre que tomó decisiones muy duras y muy difíciles porque era su trabajo y porque eran otros tiempos. La historia es muy complicada y el error es tratar de explicarla con los criterios de nuestra época. Hay que pensar en la mentalidad y las costumbres que existían entonces».
Primeros años
Tal y como afirma Martín-Lanuza en su concienzudo artículo de la Real Academia de la Historia, Gabriel de Avilés y del Fierro nació el 24 de marzo de 1735 en Vich, Barcelona. Y parece que, desde su primer año de existencia, estaba destinado a pasar su vida en el ejército, pues era «hijo del brigadier de caballería y corregidor de Vich, José de Avilés e Iturbide, primer marqués de Avilés» y de Isabel del Fierro. Tal y como afirma el experto español a ABC, a día de hoy se sabe poco sobre su infancia. Sin embargo, se tiene constancia de que fue nombrado cadete de caballería en 1752 y que ascendió a alférez cuatro años después.
Desde el principio, Avilés se destacó como un valeroso militar en campañas como la de Portugal, donde vio con sus propios ojos la rendición de la plaza de Almeida en 1762. En aquel entonces España soñaba con conquistar el país vecino. Pero todo quedó en eso, en una mera fantasía que a la postre se desdibujó. Por ello, en 1768 dirigió sus pasos hacia América como instructor de caballería y con galones de sargento mayor.
Según Martín-Lanuza, no tardó en desembarcar en Montevideo «con el refuerzo que llevó el coronel Baltasar de Sentmenat» para, poco después, trasladarse a Chile. Allí fue, precisamente, donde comenzó a repartir mandobles en la campaña contra algunos rebeldes araucanos en 1770.
Así comenzó su vida militar en el ya no tan Nuevo Mundo. Posteriormente recibió el grado de teniente coronel de dragones (soldados que combatían sobre jamelgos, pero también como infantería). Su padre, también a las órdenes de estas unidades, debió de sentirse orgulloso por su nombramiento. «Desde ese mismo año sirvió en el Perú, en donde fue promovido al grado de coronel de dragones el 21 de julio de 1776, encargándole de la instrucción de la caballería y dragones del virreinato», añade el autor español en su dossier.
En armas
Lo que no podía sospechar este catalán es que, mientras se encargaba de entrenar a los nuevos dragones, el desastre iba a llegar a Perú en forma de revuelta. Para ser más concretos, la rebelión comenzó el 4 de noviembre de 1780, día en que el caudillo local José Gabriel Condorcanqui (quien se autoproclamó como Túpac Amaru II en honor de un rey inca ejecutado por los españoles) asesinó al corregidor de la región y empezó a armar lo que, a la postre, sería una de las sediciones más sangrientas de la América española. En pocas semanas, aquel pequeño alzamiento local se extendió por todo el territorio y puso en jaque a las autoridades hispanas.
Por suerte, la carta en la manga de la monarquía española era nuestro protagonista. Un hombre decidido a defender el Imperio español y que no estaba dispuesto a permitir que el virreinato se desintegrara. «Al estallar la rebelión de Túpac Amaru en 1780, el virrey Agustín de Jáuregui le envió con un destacamento de doscientos pardos libres, saliendo de Lima, el 28 de noviembre y llegando a Cuzco, el 1 de enero de 1781, en donde obligó a los rebeldes a levantar el sitio, el 10 de ese mismo mes, organizando la defensa y reuniendo la milicia», añade el experto en la biografía de la Real Academia de la Historia.
Tras resistir los envites iniciales de Túpac Amaru, el catalán avanzó sobre los territorios que se habían alzado contra los realistas. Aunque, eso sí, bajo las órdenes de su superior: José de Valle. Algo que suelen obviar los detractores de Avilés cuando recuerdan las supuestas barbaridades que perpetró para lograr que la revuelta remitiera. «Era su subordinado, así que la responsabilidad es, como mínimo, compartida», desvela Martín-Lanuza a este diario. En batalla, el futuro virrey se destacó por su valentía y su capacidad para vencer a un ejército que le superaba en número de forma exagerada.
Y no fue sencillo. De hecho, tras vencer a las tropas realistas en la batalla de Sangarará el 18 de noviembre de 1780, Túpac Amaru llegó a sitiar la ciudad de Cuzco, epicentro de la fuerza peninsular. Por suerte, la resistencia presentada por los defensores les permitió ganar el tiempo suficiente como para recibir refuerzos y vencer al líder rebelde.
Desde ese momento comenzó la caída de un movimiento que fue derrotado el 6 de abril de 1781 cuando, tras una sangrienta batalla, el caudillo fue apresado. El español continuó en su puesto hasta un año después. «Tras la muerte de su jefe en Cuzco, el 4 de septiembre de 1782, asumió el mando como comandante de armas de Cuzco, pacificando las regiones de Calcas y Lares», añade el experto.
La rebelión le granjeó a Avilés una leyenda negra que jamás pudo quitarse de encima. Desde entonces se le acusa de haber perpetrado todo tipo de barbaridades contra la población local y de haberse sobrepasado a la hora de castigar a los líderes de la revuelta. Martín-Lanuza no niega que las penas que se impusieron contra Túpac Amaru, sus generales y sus sucesores fuesen excesivas, pero se limita a recordar que la mayoría de ellas fueron decididas por las autoridades civiles con el sustento último de los virreyes locales.
Tras acabar con la revuelta, pasaron unos años hasta que volvemos a tener noticias de Gabriel de Avilés. Sin embargo, a partir de 1795 sus cargos se multiplicaron. Ese año fue nombrado capitán general de Chile. Apenas dos veranos después volvió a ser ascendido. «El 20 de noviembre de 1797 Carlos IV le nombró virrey del Río de la Plata y presidente de su Real Audiencia», añade el experto español. Para terminar, viajó a Perú el 20 de junio de 1800 para recibir el cargo de virrey. Así cerró el círculo: la misma región que había pacificado le vio llegar como líder político.
La otra cara
Más allá de su historial, Martín-Lanuza también incide durante su extensa biografía en los logros olvidados de Avilés. Esa cara oculta del personaje que ha sido apartada por grupos como la CUP.
En sus palabras, uno de los primeros logros que acometió fue criticar «ante el ministro de Indias José de Gálvez los abusos cometidos por los corregidores, causantes en gran parte del alzamiento de los indios». Es decir, que cargó contra algunas autoridades españolas para que no se aprovechasen de los nativos.
Un comportamiento que era habitual en España, por cierto. No en vano, desde el siglo XVI los Reyes Católicos iniciaron una política destinada a favorecer la integración americana y defender los derechos de sus habitantes.
Poco después, allá por 1787 (cuando era gobernador militar de la fortaleza del Perú) suprimió varias unidades del ejército por su falta de utilidad. Algo que disminuyó la presión sobre la región. Otro tanto ocurrió cuando fue nombrado capitán general de Chile. «Durante su gobierno realizó una labor progresista y ordenada, cuidando de que los indios no fuesen agraviados ni explotados. Aumentó la defensa de las costas y combatió los abusos que se hacían a las milicias», completa el autor español en su artículo.
Martín-Lanuza: «No era cruel, era un hombre de su época»
-¿Quién fue Avilés, un militar que reprendió duramente la revuelta de Túpac Amaru, o un virrey sabio que luchó contra los abusos de los corregidores españoles?
Una cosa no quita la otra. Era un hombre de su tiempo. Si lees, por ejemplo, la historia general peruana verás que, cuando se habla de Túpac Amaru, se afirma que era un militar que no se quedaba corto a la hora de ajusticiar a los prisioneros. He podido leer despachos en los que se afirma que mandó ejecutar en un día a 100 prisioneros.
Es cierto que, para él, los prisioneros no contaban mucho, pero también lo es que se enfrentaba a una rebelión racial contra los realistas de Perú. Una revuelta cuyos líderes no dudaban tampoco en pasar por las armas a los reos blancos y realistas. Lo que no se cuenta de él es que, cuando fue virrey de Perú, criticó la política de los corregidores españoles porque estos eran abusivos y solo buscaban hacerse ricos. Al final, el problema es que a los españoles se nos trata con unos tintes muy negros.
-¿Era, entonces, un hombre de su tiempo?
Exacto. Un error que se comete hoy en día es tratar de justificar o de comprender bajo el prisma de la actualidad lo que pasó hace 200 o 300 años. Un ejemplo es que decimos que las guerras que protagonizaron los conquistadores eran crueles, pero nos olvidamos de que en Europa pasaba lo mismo y que las contiendas eran excesivamente crueles aunque no se luchara contra indios.
-¿No protagonizó una fuerte represión de los peruanos durante la revuelta?
Al principio de la revolución Avilés no era el comandante en jefe. Era el subordinado del general José del Valle. No tenía, por lo tanto, potestad para ello y la responsabilidad es, como mínimo, compartida. Avilés tomó el mando después, cuando su superior murió.
-¿Podríamos calificarle de cruel?
Para mí no es un personaje cruel. Era un hombres de su época que tuvo que hacer frente a una rebelión muy dura y al que no se le criticó en España. El rey no censuró su conducta, algo que sí hizo en otros casos en los que se cargaba contra aquellos que se habían excedido con un consejo de guerra.
-¿Por qué se ha extendido que era un líder cruel?
Porque, como españoles, solemos flagelarnos constantemente. Si miramos a otras potencias europeas nos daremos cuenta de que tienen poco de lo que sentirse orgullosas al hablar de conquistas. Dos ejemplos claros son Gran Bretaña con la India y Estados Unidos con los indios nativos. Pero de eso no se habla. A nosotros nos encanta inculparnos, algo que los ingleses no hacen casi nunca y los americanos menos todavía. Debemos ser más objetivos. Avilés fue un hombre que tomó decisiones muy duras y muy difíciles porque era su trabajo y porque eran otros tiempos. La historia es muy complicada y el error es tratar de explicarla con los criterios de nuestra época. Hay que pensar en la mentalidad y las costumbres que existían entonces.
-¿Participó en la ejecución de Túpac Amaru II?
No tuvo parte en ella. Lo que hizo fue capturarle y entregarle a las autoridades virreinales. Después, el gobierno civil, con la autorización siempre del virrey, fueron los encargados de ajusticiarle. Este último punto es importante porque nadie se iba a arriesgar a llevar a cabo una condena a muerte si no contaba con el apoyo del virrey.
-¿Fue, ya como virrey, un líder sanguinario?
No. Para empezar fue virrey mucho más tarde. En 1797 de Buenos Aires y en 1800 de Perú. Para entonces ya habían pasado casi 20 años y las sublevaciones ya habían desaparecido. De hecho, no hubo revueltas importantes hasta mayo de 1815, cuando un brigadier indio del Ejército Español llamado Mateo Pumacahua se sublevó contra los españoles. Y todo ello, a pesar de que en su juventud había combatido contra Túpac Amaru.
-¿Cree que le deberían quitar cualquier título, medalla o reconocimiento a Avilés?
No. Pero estas cosas son típicas. Recuerdo que, cuando estuve en Lima, un alcalde ordenó quitar la estatua de Pizarro que había en una plaza desde hacía años. Estas cosas no tienen sentido. El problema es que cada vez son más habituales. Hoy en día, cualquier indigenista que quiera salir en los periódicos dirá que hay que acabar con las estatuas, por ejemplo, de Fray Junípero Serra. Pero eso es desconocer la historia y la época en la que se desarrollan los diferentes hechos.
Fuente ABC