El cosaco que se hizo pasar por el zar Pedro III en 1773

Asumir la personalidad de un miembro de la realeza para intentar sacar beneficio de ello es algo que ha ocurrido varias veces a lo largo de la Historia.

Desde el famoso Gabriel de Espinosa -más conocido como el Pastelero de Madrigal- (que se hizo pasar por un reaparecido Sebastián de Portugal), hasta la célebre Anna Anderson (que tomó el rol de la princesa Anastasia Romanov), pasando por el pícaro Pedro Bohórquez en su autoproclamación como nieto de Atahualpa y muchos casos más; Kipling sublimó el tema en El hombre que pudo reinar con Danny Dravot divinizado y reencarnando al mismísimo Alejandro Magno.

Uno de los que habría que sumar a la lista y además con trágica distinción fue Yemelián Ivánovich Pugachov, que no sólo se autopresentó como el zar Pedro III -con el que parece ser que guardaba cierto parecido físico- sino que lideró una rebelión armada de los cosacos del Don contra Catalina la Grande en el último cuarto del siglo XVIII.

Como se puede ver, el conflicto estaba servido porque la enérgica zarina de Rusia no iba a cruzarse de brazos ante semejante impostor: Pedro III, nieto del famoso Pedro el Grande, había muerto en 1762 asesinado por su esposa, tras reinar únicamente medio año y ser derrocado en un golpe palaciego que Catalina encabezó. Dado que Pedro apenas tuvo tiempo de darse a conocer, muchos dieron por buena la impostura de Yemelián y le siguieron entusiasmados contra la odiada prusiana que ocupaba el trono.

Yemelian Pugachov/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Yemelian Pugachov / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Yemelián era un cosaco natural de una stanitsa (aldea) llamada Zinoiévskaia, donde nació en 1742. Reclutado para combatir en la Guerra de los Siete Años, desertó del ejército y en 1773 instigó a los cosacos a rebelarse contra el gobierno imperial. Al parecer, vivió una experiencia bastante negativa en el servicio, pues según cuentan se le escapó el caballo de su atamán (coronel) y éste le mandó azotar brutalmente.

Ya licenciado, volvió con su mujer Sofia Nedyuzheva, con la que tendría cinco hijos, trabajando en un próspero negocio de transporte fluvial hasta que estalló una nueva guerra, esta vez contra los otomanos y tuvo que reincorporarse. Su actuación fue brillante e incluso ascendió a teniente, pero para entonces ya estaba harto tanto de los abusos de los mandos como de tener que dejar a su familia sin ingresos mientras estaba en el frente. Fue cuando decidió desertar.

Se ocultó en el sich (poblado autónomo) cosaco de Zaporozhia, lugar donde solían refugiarse prófugos y delincuentes, y que además era una garantía porque los cosacos habían sufrido una dura represión en el reciente levantamiento del Yaik en 1771. Las pésimas condiciones de vida en que vivían -en realidad todos los campesinos-, en un estado de servidumbre semifeudal que les sumía en la miseria tras la anulación por la zarina de las leyes protectoras de su predecesor, también resultaron determinantes para hacer prender la mecha del levantamiento.

Su escaso número inicial no preocupó a las autoridades pero a medida que fue creciendo y extendiéndose por la región del Volga, donde se les unió el campesinado ruso, el asunto tuvo que empezar a considerarse. Poco a poco se incorporaron también otros grupos y etnias, como los tártaros o los bashkires, respaldados además por el bajo clero, tanto el ortodoxo como el protestante, católico e incluso musulmán, en apoyo de la libertad religiosa.

"Cosacos zaporogos escriben al sultán de Turquía" (Ilya Repin)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
“Cosacos zaporogos escriben al sultán de Turquía” (Ilya Repin) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

El movimiento, que tenía fuertes tintes sociales y revolucionarios, fue volviéndose progresivamente más violento: por indicación del popio líder, los siervos asesinaban a sus amos -familiares incluidos-, las haciendas acababan en llamas y, en suma, el orden se subvertía amenazando incluso a las ciudades, ya que el el ejército ruso se encontraba muy lejos en esos momentos, luchando con los turcos.

Samara cayó y Oremburgo resistió a duras penas un asedio, mientras las calles de Kazán eran asaltadas y la guarnición tenía que hacerse fuerte en la ciudadela. Pugachov contaba ya con unos treinta mil adeptos en sus filas y cuando creó su propia corte, empezando a dictar leyes, la zarina decidió tomar cartas en el asunto.

El 12 de julio de 1774 las tropas enviadas en auxilio de Kazán lograron romper el sitio y poner en fuga a los insurrectos, que se dirigieron hacia Tsaritsyn, la actual Volgogrado. Fueron interceptados al mes siguiente y en la batalla ambos bandos tuvieron graves pérdidas, un resultado que fue más perjudicial para los insurgentes, que vieron muy mermados sus efectivos mientras que el ejército, por contra, recibía refuerzos al haberse solventado el conflicto con el Imperio Otomano. Asimismo, la familia de Pugachov fue arrestada para llevarla en una especie de exhibición itinerante que pretendía demostrar que el amotinado cosaco no tenía nada que ver con Pedro III.

Ejecución de Pugachev (Viktor Matorin)/Imagen: Encyclopedia of Safety
Ejecución de Pugachov (Viktor Matorin) / Imagen: Encyclopedia of Safety

Así, alternando algunas victorias con derrotas cada vez más frecuentes, el levantamiento fue disgregándose y el golpe de gracia llegó cuando algunos de los seguidores de Pugachov le traicionaron, sin duda seducidos por la sustanciosa recompensa que se ofrecía por su cabeza. En septiembre de 1774 fue capturado y trasladado a Moscú en una jaula para que le juzgara un tribunal especial.

Los suyos, excepto los mandos, recibieron un indulto general -aunque la familia fue desterrada-, pero a él le cayó la atroz condena habitual en la época para los delitos de lesa majestad: muerte por descuartizamiento y evisceración. Sin embargo Catalina, que siempre se había mostrado partidaria de limitar la pena capital, ordenó que antes le decapitaran para ahorrarle sufrimiento; luego se quemó el cuerpo (y su casa) y las cenizas se esparcieron al viento, además de decretarse una damnatio memoriae. Era el 10 de enero de 1775.

Lógicamente, la figura de Yemelián Ivánovich Pugachov fue reivindicada por los revolucionarios de 1917, que, salvo los bolcheviques (reacios a mentarlo demasiado por haberse autoentronizado e instaurado un sistema patriarcal al estilo cosaco que conservaba la servidumbre), se declararon herederos de su obra y rebautizaron con su nombre la ciudad de Nikoláyevsk. Aún lo conserva.

Fuentes: Tres levantamientos populares: Pugachóv, Túpac Amaru, Hidalgo (Jean A. Meyer) / La Rusia de los zares (Alejandro Muñoz-Alonso) / Las revoluciones de fin del siglo XVIII en América y en Europa (1773-1804) (Jacques Solé) / Catherine the Great. Portrait of a whoman (Robert K. Massie) / Wikipedia/LBV.