Aunque se le recuerda sobre todo por el código legal que lleva su nombre, Hammurabi, rey de Babilonia, fue un estratega excepcional, que supo combinar la fuerza y la diplomacia para construir uno de los mayores imperios del Próximo Oriente
«Con el arma poderosa que me habían prestado el divino Zababa y la divina Ishtar, con la agudeza que me dio el divino Ea, con la fuerza que me donó el divino Marduk, aniquilé a los enemigos de arriba y abajo, extinguí la resistencia y volví placentera la vida del País». Así de contundente se muestra Hammurabi, rey de Babilonia, cuando relata sus éxitos militares en el texto del código legal que lleva su nombre. Triunfos que, en efecto, debió a los tres dones que le concedieron los dioses mesopotámicos: de poco le hubiera servido al monarca tener armas poderosas sin la agudeza y el ingenio necesarios para saberlas utilizar en el momento preciso, y sin la habilidad para combinarlas con la diplomacia y la paciencia, que tan bien sabía administrar el soberano, el predilecto del dios Marduk.
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