El sabio Confucio «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti».

El sabio Confucio

Sus enseñanzas han pervivido durante siglos gracias a unos textos denominados Analectas, que describen algunas de las discusiones que mantuvo con sus discípulos. En ellas se percibe su enseñanza central, denominada ren (la virtud humana), que está basada en la lealtad, el respeto, la benevolencia y la reciprocidad. Su mensaje más directo dice: «No hagas a otro lo que no quieras para ti”.

Su filosofía gira en torno al buen gobierno del Estado, lo que incluye el respeto a la jerarquía, la administración de justicia y un sentimiento de caridad. El príncipe que estaba destinado al gobierno de la nación, así como de las gentes del reino, debía poseer un esmerado respeto de la tradición, tenía que dedicarse al estudio y también a la meditación.

 

 

Elogio de la virtud. Creía que si el príncipe era virtuoso, los súbditos tenderían a imitarle. “Para lograr la prosperidad de la sociedad hay que mantener las relaciones de virtuosismo entre los que gobiernan y los súbditos, entre marido y mujer, entre padre e hijo y también entre amigos”, postula Confucio. La base doctrinal de su filosofía era recuperar a los antiguos grandes pensadores chinos y, a través de sus ideas, influir en el comportamiento de las gentes. Pero esas enseñanzas tenían que ir acompañadas con rituales dirigidos a la realidad primera, como los que realizaba anualmente el emperador sacrificando un animal en el Templo del Cielo.

Ajenos a la religión. En China no hay un término que signifique lo que nosotros entendemos por religión. Sus templos no son lugares de culto a un dios, sino centros de homenaje a la voluntad, a la realidad primera, cuya esencia se puede encontrar en el pensamiento que nos han legado sabios como Confucio. Asimismo, el cielo (Tien) no es para los chinos el paraíso al que el dios cristiano destina a sus elegidos. Ese cielo o realidad primera es el orden divino que rige el universo, un concepto similar al cosmos de los griegos.

Noble pero arruinado. Confucio nació en la localidad de Qufu, en el antiguo país de Lu, actual provincia de Shandong. Era de noble cuna, pero su padre murió cuando él tenía sólo dos años. La ruina de su familia no fue óbice para que el niño recibiera una esmerada educación. Su viva inteligencia le hizo destacar en la escuela. Según apunta la tradición popular, Confucio se convirtió en magistrado cuando tenía 50 años, logrando en poco tiempo ser nombrado Ministro de Justicia, cargo desde el cual contribuyó a reducir la criminalidad. Pocos años después, abandonó su ciudad para viajar solo por el país, impartiendo sus enseñanzas en distintas localidades.

El más influyente. Pronto se propagó su fama de hombre sabio, pero no logró que otro príncipe le contratara para desarrollar sus planes de reforma de la justicia. Además de ser una de las figuras más influyentes de la historia de China, Confucio y su pensamiento siguen vivos en la gigantesca nación asiática.

 

El santuario del maestro

Según la tradición, el templo de Confucio, en Qufu, fue el lugar de residencia del sabio durante unos años. Allí se guardan más de nueve mil documentos confucianos. Del pensamiento del gran maestro chino se han escrito miles de obras, y miles de pensadores chinos de todos los tiempos han recogido, comentado y transmitido sus reflexiones. Al contrario que otros maestros espirituales de la Antigüedad, Confucio no se consideraba de origen divino.

Sus enseñanzas, que postulaban un orden social basado en la concordia y el bienestar común, marcaron profundamente a las generaciones siguientes. Era partidario de que la enseñanza se extendiera a todos los estratos sociales, lo que supuso una revolución social en la antigua China. Su discípulo más autorizado fue Mencio, que dio un enfoque todavía más democrático al mensaje del maestro al afirmar que la misión de los príncipes y los gobiernos era la de servir al pueblo. El confucianismo sigue siendo el núcleo central de la cultura china.

Fuente Muy Interesante