La introducción en Europa del cacao, aquel producto que los pueblos prehispanos de América consumían con deleite e incluso usaban como moneda, fue cosa de los españoles, entre quienes se difundió con rapidez y gran aceptación para después extenderse a otros países. Al contrario que en el Nuevo Mundo, donde lo tomaban frío, espumoso y aderezado con vainilla y pimienta, además de endulzado su amargor natural con azúcar o miel, a este lado del Atlántico se prefería caliente y también mezclado con azúcar pero rebajado con agua. Hasta que a finales del siglo XVII, un naturalista irlandés tuvo la idea de combinarlo con leche y cambio el panorama.
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