Con «La venganza de la Reina Ana», un buque apresado a los franceses, Edward Teach logró bloquear la próspera ciudad de Charlestone y poner en jaque a la pérfida Albión
El 10 de junio de 1718, durante una extraña maniobra, el bajel encalló y tuvo que ser abandonado por el capitán. Algunos historiadores afirman que esta tragedia fue orquestada por el bucanero, deseoso de abandonar a su tripulación y huir con un gigantesco tesoro
Hubo un tiempo, allá por los siglos XVIII y XIX, en el que solo susurrar los nombres de bajeles como el «Santísima Trinidad» (el gigante español de 120 cañones) o el «Victory» (el buque insignia de Horatio Nelson) provocaba escalofríos entre los marineros. No en vano eran los colosos de su época y hacían las veces de jamelgos de madera para los capitanes más populares y entrenados de sus armadas. Enfrentarse a ellos implicaba, casi con total seguridad, verse obligado a arriar la bandera a cambio de no acabar en el fondo de los mares. Un buen trato si no se buscaba dar una buena cabezada junto a los peces de turno.
Estos titanes representaban el ideal del combate naval en el Mediterráneo. Algo drásticamente diferente a lo que ocurría al otro lado del mundo. Unas aguas plagadas de bajeles dedicados a la piratería cuyos sobrenombres evocaban otro tipo de terror. Aquel que sus capitanes se habían ganado robando y masacrando a lo largo de todo el Caribe. De estos barcos cubiertos de leyenda negra hubo muchos. Sin embargo, el más conocido en los puertos del Caribe fue «La venganza de la Reina Ana».
Dirigida por uno de los bucaneros más sanguinarios y terroríficos del Atlántico (Edward Teach, conocido hoy en día como «Barbanegra») esta fragata se convirtió en el azote de naciones como España y la pérfida Albión. Una región esta última que tuvo que ver, incluso, como una de sus colonias más prósperas (Charleston) era bloqueada y estrangulada por el buque insignia del bucanero más temible del Caribe.
Con todo, «La venganza de la Reina Ana» no ha pasado a la historia únicamente por aterrorizar a mercaderes y por estorbar los intereses de la «Royal Navy» en las Américas. A día de hoy, este imponente bajel guarda un misterio que los investigadores luchan por resolver: las extrañas causas en las que se hundió el 10 de junio de 1718. Y es que, en la actualidad apenas se sabe que el navío encalló en un pequeño canal cercano a Beaufort (Carolina del Norte) y que, posteriormente, fue evacuado por «Barbanegra».
El accidente podría haber pasado desapercibido, pero todo ocurrió en unas circunstancias muy extrañas. Y es que, el capitán no solo se olvidó rápidamente de su buque insignia, sino que huyó de la zona en un navío más pequeño que, por si fuera poco, cargó hasta los topes con el oro que había robado en Charleston. Todo ello, dejando atrás a la mayor parte de su tripulación. Un comportamiento que ha llevado a algunos investigadores a pensar que el pirata embarrancó «La venganza de la Reina Ana» para tener una excusa con la que abandonar a sus hombres, llevarse el inmenso tesoro que había logrado amasar y repartirlo entre menos manos.
Los orígenes
A pesar de lo que nos haya hecho creer la saga Piratas del Caribe, «La venganza de la Reina Ana» poco tenía en principio de barco pirata. De hecho, su mástil no siempre enarboló la bandera de la calavera. Así lo afirma la empresa «Nautilus Productions» (propietaria de los derechos de explotación de las imágenes del pecio de este bajel) en su dossier «Nautilus Productions Blackbeard’s Queen Anne’s Revenge Shipwreck»: «Fue una fragata botada por la «Royal Navy» en 1710 y capturada por Francia en 1711».
Hasta en este punto existe controversia pues, aunque la teoría de «Nautilus Productions» es la más aceptada, algunos expertos afirman que este barco fue construido realmente en Francia por las manos de ingenieros galos. Más allá de esta discusión, lo que sí es seguro es que, a partir de la segunda década del siglo XVIII, navegó bajo pabellón franco.
En el dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes’s Revenge» (un artículo elaborado por varios autores para el programa LEARN NC de la Universidad de Carolina del Norte) se explican los primeros pasos de la fragata, llamada «Le Concorde» por los galos: «El prominente comerciante francés René Montaudoin era propietario del buque, que operaba desde el puerto de Nantes». Aunque en ninguno de estos dos trabajos se especifican las características de la nave, esta destacaba por poder portar hasta 200 toneladas de carga y tener unas dimensiones de 103 pies de eslora (unos 32 metros) y casi 25 de manga (aproximadamente 8 metros).
Montaudoin utilizó «Le Concorde» como barco esclavista, un triste pero lucrativo negocio para los galos. «Los buques [negreros] dejaban Nantes en la primavera cargados de mercancías y viajaban por la costa occidental de África. Allí, su capitán compraba un cargamento de esclavos africanos para transportarlo al Nuevo Mundo», se añade de la obra destinada al LEARN NC.
Los informes recogidos en su momento por el gobierno francés señalan que, antes de ser capturada por «Barbanegra», la fragata llevó a cabo tres viajes de este estilo en 1713, 1715 y 1717. Para entonces todavía era un bajel nuevo (contaba con menos de una década desde su botadura), considerablemente rápido y lo suficientemente armado como para rechazar a los piratas menores que surcaban el Caribe (pues sumaba unos 16 cañones en total).
El último viaje que esta fragata hizo como «Le Concorde» comenzó el 24 de marzo de 1717. Aquella jornada zarpó -bajo la dirección del capitán Pierre Dosset y del teniente Francois Ernaut– del puerto de Nantes. Ambos dejaron claro en sus informes posteriores que partían con el objetivo habitual: adquirir esclavos en África para venderlos, acto seguido, en el Nuevo Mundo.
Casi cuatro meses después, el 20 de julio, la fragata arribó al actual puerto de Benin, donde recogió su preciada carga: 516 esclavos y un poco de polvo de oro. Desde allí, «Le Concorde» inició viaje hacia las Américas en un trayecto que se extendió durante ocho semanas. Dos meses de verdadera angustia en el que fallecieron 16 tripulantes y 71 africanos debido a las enfermedades.
«Barbanegra»
Cansados, faltos de víveres, y hartos de las penurias del viaje. Así es como se hallaban los galos cuando se toparon con «Barbanegra» cerca de la Martinica el 28 de noviembre de 1717.
Aquel noviembre de 1717 «Barbanegra» todavía no había forjado la leyenda de crueldad que haría pasar a los libros. Por entonces no era más que Edward Teach, un nuevo pirata que había abandonado su oficio de corsario de la «Royal Navy» tras combatir en la Guerra de Sucesión (también llamada la «Guerra de la Reina Ana» en las colonias). Durante aquellos años nuestro protagonista andaba a las órdenes del que fue su gran mentor, el maestro de bucaneros Benjamín Hornigold. Rufián que le acogió al ver que derrochaba potencial militar y disponía de una buena dosis de crueldad.
Según parece, Hornigold había sabido valorar desde el principio las capacidades marítimas de «Barbanegra» y le había otorgado a finales de 1716 el mando de un barco apresado. Un «sloop o corbeta de un solo mástil con vela y foque» (en palabras de la popular autora Silvia Miguens) o una «balandra» (según explica el escritor inglés Daniel Defoe, coetáneo del pirata, en «El capitán Teach, alias “Barbanegra”»). En este bajel, precisamente, se enfrentó a los franceses de «Le Concorde». «Según el teniente Ernaut, los piratas estaban a bordo de dos balandras, una con 120 hombres y doce cañones, y la otra con 30 hombres y ocho cañones», añaden los autores del dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes’s Revenge».
La batalla fue rápida y, todo hay que decirlo, humillante para los franceses. Los dos bajeles enemigos apenas tuvieron que disparar un par de balas de cañón y mosquete para que el capitán Dosset (sabedor del mal estado de salud de sus hombres) rindiera «Le Concorde». Acto seguido, los bucaneros se trasladaron a su nuevo buque y ofrecieron a los tripulantes galos una de sus balandras para que volviesen a tierra.
Como curiosidad cabe decir que los galos renombraron aquel cascarón como «Mauvaise Rencontre» e hicieron vela para la Martinica. «”Barbanegra” descargó a los esclavos, algunos miembros de la tripulación y la carga de “Le Concorde” en Bequia, Allí, los esclavos fueron recapturados después por el “Mauvaise Rencontre”», explica la empresa propietaria de los derechos de explotación del pecio en «Nautilus Productions Blackbeard’s Queen Anne’s Revenge Shipwreck»
La fragata pasó en principio a Hornigold. Sin embargo, finalmente se convirtió en el buque insignia de «Barbanegra», quien la rebautizó como «La venganza de la Reina Ana». «”Le Concorde” fue un premio gordo para «Barbanegra». Al ser un barco de esclavos era rápido, estaba bien armado y podía ser reconvertido en un buque de guerra más formidable si cabe», explica el historiador Angus Konstam en el reportaje «El barco perdido de Barbanegra» (History Channel). Nuestro protagonista aumentó el número de cañones a 40, con lo que convirtió su nuevo juguete en una auténtica máquina de matar.
El tesoro de Charleston
Con la retirada definitiva de Hornigold comenzó la verdadera carrera delictiva de «Barbanegra». Según explica el arqueólogo David Moore en uno de sus múltiples estudios sobre el pirata, fue entonces cuando Teach saqueó y robó hasta hartarse. Las aguas que surcó con «La venganza de la Reina Ana» no tienen parangón, así como la ingente cantidad de buques que cayeron bajo sus cañones. A día de hoy, la lista de puertos e islas que vieron sus ojos sigue sorprendiendo: San Vicente, Santa Lucía, Nevis, Antigua, Puerto Rico, la Hispaniola o Belice son solo algunas de ellas. Su paseo por el Caribe le llevó incluso hasta las Caimán, donde capturó una balandra española que unió a su flotilla.
En abril de 1718 «Barbanegra» se encontraba en la cúspide de su poder. Contaba a sus órdenes con aproximadamente cuatro centenares de hombres, una pequeña flota y, finalmente, algo que no podía pagarse con dinero: una reputación temible. Esta le daba una gran ventaja en batalla, pues no eran pocos los capitanes que, al ver frente así a «La venganza de la Reina Ana», se rendían antes siquiera de entrar en combate.
Para muchos historiadores «Barbanegra» fue, de hecho, un capitán que supo aprovechar el terror en su favor. «Después de capturar un barco, asesinaba a toda la tripulación y, para robar el anillo de algún pasajero, podía llegar a cortarle el dedo», añade la autora española. Teach se esforzó, durante toda su vida como criminal, en mostrarse como un demonio ante sus enemigos. Para ello llegó a entrar en combate vestido con harapos o portando cerillas encendidas en su barba.
De esta guisa consiguió forjar una pequeña armada pirata. «La flota de “Barbanegra”, que llegó a contar con cuatro barcos y cuatrocientos hombres, tenía su base en la isla caribeña de New Providence, si bien sus incursiones llegaron hasta Carolina del Sur, en la costa atlántica norteamericana. En menos de seis meses apresó veinte mercantes ingleses, españoles y franceses. Era, sin duda, el mayor terror del Caribe», explica el autor Miguel Ángel Linares en su obra «Mala gente».
Con todo, el acto más deleznable de «Barbanegra» se sucedió en mayo de 1718. En esa fecha Teach atacó Charleston (una de las colonias más próspera de Gran Bretaña) a los mandos de «La venganza de la Reina Ana» y tres barcos más (balandras o corbetas, atendiendo a las fuentes). La ciudad, una de las perlas de la «Royal Navy», sufrió una semana de asedio durante la cual ningún bajel pudo entrar ni salir de su puerto. «La flota pirata desvalijó en ese tiempo a 9 mercantes […] y tomaron como rehenes a varios miembros de la alta sociedad de Charleston», añade Linares en su obra.
«La flota pirata desvalijó en ese tiempo a 9 mercantes […] y tomó como rehenes a varios miembros de la alta sociedad de Charleston»
El terror fue total. «Barbanegra», de hecho, no liberó a los prisioneros hasta que la ciudad cumplió sus exigencias. «Teach envió al teniente Richards al frente de una partida de piratas para reclamar al gobernador un botiquín con todos los suministros médicos necesarios, con la amenaza de que, si no los entregaba, degollaría a todos los prisioneros», explica el historiador del siglo XIX Philip Gosse en su obra «Quién es quién en la piratería: hechos singulares de las vidas y muertes de los piratas y bucaneros».En apalabras del mismo autor, los enviados sembraron el caos en la urbe mientras esperaban alguna respuesta. Cuando nuestro protagonista recibió un baúl repleto de medicamentos (y consideró que atesoraba en la bodega de «La venganza de la Reina Ana» unas riquezas suficientes como para saciar sus ansias de oro) retiró el bloqueo. El tesoro, en palabras de varios autores, podría ascender hasta los 4.000 «piezas de a ocho».
Decisión fatal
Borracho de oro, «Barbanegra» dirigió entonces a «La venganza de la reina Ana» y a la «Aventura» (uno de los pequeños bajeles que había colaborado en el sitio de Charleston) hacia Carolina del Sur. Ya en junio, y sin una razón aparente, ordenó a sus marineros atravesar un pequeño canal cercano a Beaufort. El terreno era sumamente peligroso para un buque del calado del insignia de Teach, pero sus marineros confiaban en su pericia. Debieron pensar que, si su capitán se arriesgaba a que la fragata encallara, sería por una buena razón.
La maniobra inicial se llevó a cabo de forma satisfactoria el 10 de junio de 1718. Sin embargo, al poco tiempo la alegría se convirtió en desastre cuando «La venganza de la Reina Ana» embarrancó en la arena. Este es el instante mágico de la historia en el que la realidad linda con la leyenda. Ese punto de inflexión en el que ni los historiadores se ponen de acuerdo. Según las nuevas investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos marinos como Moore, parece que «Barbanegra» intentó liberar el buque de las garras del canal de Beaufort pero, al ver que era imposible, se limitó a cargar todo el oro que pudo en un barco más pequeño y salir por piernas. Todo ello, por descontado, abandonando a su tripulación a su suerte.
Con todo, existen versiones para todos los gustos. Linares, por ejemplo, afirma que el pequeño barco en el que fueron cargadas las riquezas era la «Aventura». Mientras que, por su parte, los investigadores de «LEARN NC» señalan en su dossier que este último barco también encalló. Otro tanto sucede con los autores de «Nautilus Productions Blackbeard’s Queen Anne’s Revenge Shipwreck». Estos determinan en que el pequeño bajel que acompañaba a la fragata quedó también encallado, pero no desvelan cómo pudo huir nuestro protagonista. De hecho, se limitan a señalar que «se marchó con el tesoro».
¿Fue esta traición premeditada o una mera casualidad? A día de hoy es difícil saberlo. En «A brief history of Blackbeard and Queen Annes’s Revenge» se especifica que una de los pocos testimonios que se guardan de aquellos días de junio (el del capitán de la «Aventura») no dejan en muy buen lugar a «Barbanegra»: «En su declaración [el capitán] Herriot afirma que “Barbanegra” encalló intencionadamente “La venganza de la Reina Ana” para desperdigar a la tripulación, que había ascendido a 300 piratas».
Linares es igual de tajante en su libro: «”Barbanegra” decidió que eran demasiados hombres para repartir el tesoro que estaba acumulando con tanto abordaje». Fuera cual fuese la causa, el terrorífico bucanero se la llevó a la tumba, así como la ubicación (si es que le quedaba algo) del supuesto tesoro, pues murió seis meses después a manos de los británicos.
Fuente ABC