Un antiguo proverbio romano decía: mientras dure el Coliseo, durará Roma; si el Coliseo cae, lo hará también Roma y, con ella, el mundo. Aunque sea algo pretencioso, entre otras cosas porque la vieja capital del Imperio (y el Imperio mismo) ya existía cientos de años antes de que se construyera el edificio, lo cierto es que el Coliseo sigue en pie y los turistas podemos seguir acudiendo a Roma para visitar sus maravillas. Y, de paso, hacerse una foto con alguno de los figurantes vestidos de legionario o gladiador que hay en sus inmediaciones; ojo, que son de pago.
El nombre original era Anfiteatro Flavio, pues lo de Coliseo es un mote que se le puso probablemente por la colosal estatua de Nerón que se alzaba a su lado. Y, tal como decíamos antes, los romanos asistían a las luchas de gladiadores mucho antes de su construcción, que fue decidida por el emperador Vespasiano (de la dinastía Flavia, de ahí el nombre) en el año 72 d.C. para sustituir al recinto anterior, ya pequeño y obsoleto, con motivo de la celebración de su victoria sobre la rebelión judía.
De hecho, murió antes de verlo terminado y fue su hijo Tito quien concluyó las obras ocho años después. La inauguración se llevó a cabo con tres meses de fiestas que, según cálculos, supusieron la muerte de 2.000 gladiadores y 9.000 animales; se cree que esta matanza fue la puntilla para la población de fieras que habitaban los países del actual norte de África.
El Coliseo, ubicado en la plaza homónima (Metro B: Colosseo), es un laberinto de escaleras, rampas, graderíos, podium (palcos) y vomitorios pensados para desalojar a sus cincuenta y cinco mil espectadores en sólo diez minutos y que se estructuran en cuatro pisos, decorados exteriormente en un orden estilístico clásico de la arquitectura: dórico, jónico, corintio y compuesto.
Formaban ochenta arcos en la fachada, cada uno adornado con una estatua. La gente estaba protegida del fuerte sol mediterráneo gracias a un enorme velarium o toldo; puesto que era de tela, no se conserva pero sí algunos de los 240 mástiles que expertos marineros manejaban para extenderlo o recogerlo, como si del velamen de un navío se tratara.
En cuanto al subsuelo, era donde se alojaban tanto los animales como los prisioneros, al igual que los gladiadores. Si uno se fija en lo que era el ruedo -en realidad elíptico- podrá ver las diferentes dependencias y las plataformas, movidas mediante tornos, por las que se subían las jaulas al exterior. Además, la arena podía anegarse para formar un gran estanque en el que se celebraban naumaquias, es decir, batallas acuáticas con pequeños barcos.
El anfiteatro acogió combates hasta el siglo V, en que el cristianismo los prohibió. Luego se utilizó como fortaleza y finalmente cayó en desuso, siendo depredado el mármol que lo cubría, así como las piezas decorativas de metal e incluso las grapas de las piedras.
La entrada más barata cuesta 16 euros, precio que incluye la visita al Palatino, aunque hay descuentos para profesores y ciudadanos de la UE con edades entre los 18 y los 24 años. Los menores de edad y los mayores de 65 entran gratis.
Las modernas tecnologías han permitido innovaciones muy atractivas e interesantes en las visitas guiadas, que ahora se pueden realizar con realidad virtual utilizando unos Oculus VR que nos permitirán hasta contemplar un combate de gladiadores y decidir su destino.
Las familias con pequeños entre 5 y 12 años pueden optar por la visita familiar que incluye el Foro y el Palatino, a cargo igualmente de un guía pero con el añadido extra de participar en un juego interactivo. Algo que los niños, sin duda, nunca olvidarán.
Si además quieres acceso preferente sin esperar colas, te recomendamos echar un vistazo a Musement, donde podrás explorar todas las opciones para visitar el Coliseo.
Fuente LBV