Venezuela: del «divinizado» traidor Simón Bolívar al mediocre Nicolás Maduro

La mal llamada revolución bolivariana, ya desde el golpe de estado de Chávez en 1992, se ha apoyado constantemente en la imagen mesiánica de un cuasi divino Simón Bolívar que para los venezolanos es equivalente a un líder perfecto. Un héroe de la patria.

Bolívar a caballo

Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, cuando te acercas a la figura de Bolívar -al igual que a la de Chávez- y lo haces en profundidad, te das cuenta de que no es oro todo lo que reluce. Que una figura heroica puede fluctuar con una facilidad pasmosa hacia una tendencia mucho más negativa.

 

 

 

A raíz del nacimiento de Venezuela como nación surgió la necesidad de fabricar un pasado glorioso con el fin de llenar el vacío histórico y regar la planta del nacionalismo para alcanzar la ansiada cohesión social. Condición indispensable para que cualquier territorio -especialmente si este acaba de nacer- pueda forjar patria y prosperar. Esto es especialmente palpable en un espacio como el de la actual república, zona que (como señala el especialista en historia hispanoamericana, Antonio Sáez Arance) fue «tardíamente poblada, relativamente marginal y compuesta de espacios provinciales muy escasamente articulados entre sí».

De este modo, el conocido como «libertador» pasó a ser para Venezuela una especie de deidad en torno a la cual gran parte de la sociedad civil comulga. Un personaje que ha copado las paredes de instituciones públicas de todo tipo y cuya historia se ha mitificado tanto que ha acabado completamente desdibujada. Fenómeno similar al que ha sometido el régimen de Nicolás Maduro a Hugo Chávez, al que ha lanzado loas y salvas de todo tipo llegando a referirse a este como «Cristo Redentor amado».

El problema fundamental de este líder, que se ha envuelto en la misma bandera de sus predecesores, es que ni es Bolívar ni es el difunto comandante supremo. Carece de ese aura mística y no ha sido capaz de fabricar un perfil legendario mínimamente creíble. Este hecho queda en evidencia cuando sus propios correligionarios hablan de Maduro en términos tales como «no todo lo que está haciendo el presidente es correcto» o «Chávez sabía manejar las cosas, hubiese controlado la situación».

Precisamente la concepción por parte de la sociedad venezolana de Chávez como un ente superior (al igual que hizo este con Bolívar) se ha convertido en una de las principales bazas de Maduro para permanecer en su torre de marfil.

Vivir a la sombra de comandante y del «libertador» es, pues, todo lo que ha conseguido el gobernante a nivel propagandístico durante los cuatro años que ha ocupado el cargo.

Hugo Chávez sostiene la espada del "libertador"
Hugo Chávez sostiene la espada del «libertador»- AFP

Volviendo al empleo de héroes vacíos por naciones faltas de tradición, cabe destacar la quimérica asociación -prefabricada por los mal llamados bolivarianos- del militar caraqueño con políticas de izquierda. Una interesada invención nacida de la necesidad de dirigentes como Chávez y Maduro por presentarse ante el pueblo de Venezuela como sus dignos sucesores.

Buena prueba de esto es que Bolívar era un criollo terrateniente -amén de un ingrato con la Madre Patria a la que juró defender- que se mostró (cuanto menos) sumamente ambiguo en temas sociales de calado como la desigualdad del indígena con respecto a la población blanca o el problema de la esclavitud. De este modo, la «ansiada» descolonización tan idealizada por los enemigos de la libertad no implicó en sí misma ninguna mejora en la calidad de vida de los desheredados parias hispanoamericanos, quienes continuaron estando marginados e inhabilitados para el ejercicio del poder.

Esta postura de gobierno está muy lejos de aquello que lleva pregonando la actual administración venezolana desde los tiempos del difunto Chávez, la cual siempre se ha mostrado contraria al neoliberalismo (posición política mucho más cercana a Simón) y de marcado corte marxista.

Sin embargo, la figura del «libertador» no es empleada exclusivamente por el gobierno. Ya en las elecciones que enfrentaron a Nicolás Maduro con Enrique Capriles (líder de la oposición) en 2013, el segundo acudió al plebiscito haciendo uso de un equipo de campaña al que había nombrado «Comando Nacional Simón Bolívar». Claro ejemplo de lo profundo que ha calado el mitificado golpista en la sociedad venezolana.

Si algo tienen en común (aparte de las invenciones legendarias) el régimen y el deificado «pater patriae» eso es -sin duda alguna- el uso de las armas con el objetivo de mantener el poder.

Como buen precursor del terror que ejemplificó a la perfección el fenómeno del caudillismo hispanoamericano, Bolívar se mostró en su momento sumamente contrario a la democracia y a los partidos políticos; ya que según su opinión estos fragmentaban la unión de la nación. En este sentido el «Libertador Presidente» -fórmula nominal empleada a la romana para tapar su auténtico cargo- se hizo con todo el poder, político y militar, del Perú aprovechándose de su fama. Su gobierno se caracterizó por una durísima represión (tanto contra la población como contra la oposición) en la que todo valía con el objetivo de mantener su estatus.

Realizando la comparación con la actual Venezuela las similitudes saltan a la vista. Desde hace meses el régimen de Maduro vive acorralado por una guerra civil. Ante la presión -tanto interna como externa- a la que el sucesor de Chávez se encuentra sometido, ha apostado por emplear la violencia contra el pueblo y encarcelar a sus opositores.

Fuente ABC