El Museo Naval inaugura una exposición en la que pintura e historia se unen para narrar la batalla de Pernambuco, una lucha por la producción de azúcar en Brasil
Las palabras que pronunció el almirante Antonio de Oquendo el 12 de septiembre de 1631 desde su galeón fueron ejemplo de la tradicional gallardía peninsular: «¡Son poca ropa!». El vasco no se refería precisamente a la colada, sino que aludía con ironía a la ingente cantidad de velas que sumaban los navíos holandeses que se dirigían hacia sus bajeles.
Aquella muestra de valor (pues sabía que la flota enemiga estaba mucho mejor pertrechada que su armada) fue el preludio de una de las victorias más grandes del renqueante Imperio español: la de Pernambuco (Brasil). Una contienda tan sufrida para el oficial que, cuando regresó a la amada patria, encargó a Juan de la Corte pintar una serie de lienzos para narrar el enfrentamiento como si de un cómic se tratase. Cuadros que, posteriormente, regaló al monarca Felipe IV.
Esta misma semana, más de tres siglos después de que Oquendo arribase a España tras haber evitado con su victoria que los holandeses se hiciesen con la producción de azúcar en Brasil, el Museo Naval de Madrid ha inaugurado la exposición temporal «La victoria de Pernambuco». Una muestra en la que se reúnen, por primera vez desde el siglo XVIII, estas cuatro pinturas y, además, una quinta que el almirante encargó para sí mismo. «Hoy en día, los cuadros están repartidos por diferentes colecciones públicas y privadas y no ha habido ocasión anterior en la historia reciente para contemplarlos unidos», explica la comisaria del certamen, Clara Zamora Meca.
Y es que, esta saga pictórica fue separada el 24 de diciembre de 1734 a raíz del incendio de Alcázar de Madrid, donde permanecía expuesta para gloria del rey. «La Nochebuena en que las llamas quemaron obras de Tiziano, Velázquez, Rubens, Durero o Tintoretto… alguien cortó del bastidor nuestros lienzos, los enroscó, y los lanzó por los ventanales salvándolos de aquel devastador incendio», añade Zamora.
Las obras se salvaron, pero en ellas quedó una cicatriz imborrable, pues algunas perdieron parte de una pequeña guía en la que se explicaba cómo se había desarrollado la contienda. Algo, no obstante, que intentó repararse posteriormente. «Durante el siglo XIX se incorporó en la parte inferior izquierda, en forma ovalada, una nueva leyenda», completa la comisaria de la nueva exposición.
Junto a estos lienzos, el Museo Naval de Madrid expone también el estandarte original que el mismísimo Oquendo enarbolaba en el galeón «Santiago». Una preciosa mole de cuatro metros elaborada en seda y óleo. «Es espectacular. Su iconografía es típica de los hombres de mar de la época. Incluye por un lado un Cristo crucificado, a la Virgen María y a San Juan. Debajo destaca Santiago Matamoros», completa Zamora.
La batalla
El origen de la contienda hay que buscarlo en los primeros compases del siglo XVI, época en la que Holanda empezaba a alzarse como potencia militar y ansiaba con desesperación ocupar puertos clave para controlar las regiones productoras de azúcar de sudamérica. No le iba mal militarmente hablando, pues por entonces su flota (al mando del almirante Pater), era dueña y señora de las aguas. «En abril de 1631 Brasil, que estaba gobernado entonces por la corona española, pedía socorro. Los holandeses, con numerosa escuadra y barcos de transportes con tropas, habían tomado Pernambuco», añade la experta.
Para contrarrestar a Pater, Felipe IV envió una flota combinada española y portugesa a las órdenes de Oquendo. Tras salir el 5 de mayo desde Lisboa, el 12 de septiembre de ese mismo año los holandeses interceptaron a los nuestros.
«Consideraban que su victoria estaba asegurada, pues era más del doble su superioridad, siendo además los galeones holandeses mayores y armados con cañones de calibre muy superiores», destaca la comisara.
Sin embargo, el vasco no solo no se amilanó, sino que lanzó con retranca unas palabras que quedarán fijadas en los anales de la historia cuando vio que el enemigo se abalanzaba sobre ellos: «¡Son poca ropa!». «La frase define su arrojo. Enfrentarse a los holandeses con inferioridad de tropa y de porte fue una decisión arriesgada, pero muy valiente», determina a ABC Luis Narváez, descendiente del marino.
Lejos de ser masiva, la batalla se terminó decidiendo entre las capitanas y las almirantas. El primer paso lo dio Pater, quien embistió la popa del «Santiago» con su bajel. Fue lo más tranquilo de la jornada pues, a partir de ese momento, y como si de Lepanto se tratase, acudieron naves de uno y otro bando para socorrer a sus respectivos mandamases.
La contienda en aquella infame melé continuó hasta que un taco español incendió el barco del almirante holandés. Aquello significaba que iba a estallar. «Era peligroso porque el fuego podía extenderse al navío español y hacer que explotara. Sin embargo, el capitán Massibradi remolcó a la capitana española para distanciarla de la enemiga. Así logró salvarla», determina la experta. Pater murió, y su escuadra se retiró. Otra gran victoria española.
Fuente ABC