Figura de relevancia universal, la historiografía enmarca a Hernán Cortés, junto a Francisco Pizarro, entre los cien mejores generales de todos los tiempos.
Nacido en la pacense localidad de Medellín en 1485, de familia noble, aunque con escasos recursos económicos, el niño Hernán, frágil y enfermizo, fue encaminado al ámbito académico. Al cumplir catorce años sus padres lo enviaron a estudiar latín, gramática y leyes a Salamanca, pero no superó más allá de dos cursos puesto que, imbuido de un dominador espíritu aventurero del que antes no había hecho gala, cerró los libros, fijó sus metas y retornó al lugar de origen para empezar su vida con renovada determinación.
Hernán Cortés
La llamada del Nuevo Mundo
Intentó Hernán Cortés embarcar rumbo a América con su paisano Nicolás de Ovando en 1501, ocasión frustrada por una intempestiva lesión; pretendió unir sus fuerzas y habilidades a la hueste militar de El Gran Capitán en sus campañas itálicas, propósito interrumpido por lances de salud y cariz sentimental decorado de pasión.
Por lo que hasta 1504, vencidos los obstáculos y bullente el ánimo, cumplida la veintena, embarcó en Sanlúcar de Barrameda con destino la isla de La Española, hoy Santo Domingo, donde fue recibido por el ya gobernador Nicolás de Ovando.
Aquí empieza la aventura ultramarina de Cortés. Al principio era cuestión de subsistir y adaptarse, luego de medrar ganando la confianza de quienes podían abrirle los caminos de la fama y la fortuna. Y como sabía de letras, consiguió no sólo mandar sobre iletrados y aborígenes sino que se situó en la órbita del poder ejerciendo de escribano.
En 1511, en incremento sus relaciones, acompañó en calidad de secretario al Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar en la misión de colonizar la isla de Cuba. El episodio tuvo su recompensa para ambos: Velázquez fue el primer gobernador de la isla y Cortés el primer alcalde de la capital, Santiago de Cuba. Miel sobre hojuelas; salvo que una fricción personal, que implicaba en planes de matrimonio a dos bandas, acabó de mala manera para Cortés, viéndose encarcelado y con el deber de asumir una promesa. Reconducidas las posturas, Cortés aceptó matrimoniar con la antaño ofendida, cuñada que sería al cabo del gobernador Velázquez; y gracias al intercambio de favores recibió una hacienda agrícola y ganadera más una concesión para extraer oro.
Satisfactorio, a corto plazo, pero escasamente atractivo plan de vida para el inquieto Cortés que divisaba horizontes sugestivos a poca distancia.
Por aquel entonces sonaba en los oídos de mandantes y mandatarios el nombre de Juan de Grijalva, explorador y como tal conquistador que se había integrado en la expedición a Cuba con Velázquez y Cortés, con el empleo de capitán, y que posteriormente participó en las descubiertas del Yucatán y Tabasco, año 1518, en la dirigida por Francisco de Garay sobre las costas y territorios septentrionales del actual Estado de Veracruz y el Golfo de México, entre 1522 y 1523, y también, y por último, en la conquista de Honduras con Pedrarias Dávila en el año 1527.
La expedición a Yucatán y Tabasco resultó insuficiente, acentuada por el fracaso en el desembarco. Motivo por el que Hernán Cortés, dotado de valor y audacia, solicitó al gobernador Velázquez la oportunidad de ser él quien comandara un nuevo intento en el continente. El gobernador Velázquez accedió a que explorara la península del Yucatán, siempre y cuando no fundara ninguna colonia con carácter permanente.
Cortés se apresuró a disponer su salida.
Rumbo al continente
Valeroso, audaz e inteligente, Hernán Cortés se anticipó al arrepentimiento de Velázquez, que buscaba compartir los laureles que Cortés pudiera alcanzar. Cuando fue a negarle el permiso, el 18 de noviembre de 1518 la expedición surcaba las aguas que conducían a México. Tras dos recaladas en Trinidad y Santiago, donde no hubo fuerza gubernamental que le impidiera continuar la ruta, el 10 de febrero de 1519 zarparon desde la cubana isla Fernandina hacia Yucatán once barcos, casi setecientos españoles, doscientos indígenas, dieciséis caballos, diez cañones de bronce y unos cuantos falconetes y arcabuces; siendo los principales actores de la expedición, aparte Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila (también conocido como Alonso Dávila), Alonso Fernández Portocarrero, Diego de Ordás (o Diego de Ordaz), Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Saucedo, Juan de Escalante, Juan Velázquez de León, Cristóbal de Olid , Gonzalo de Sandoval y el piloto mayor Antón de Alaminos.
La primera toma de contacto con la aventura continental tuvo lugar en la isla de Cozumel, situada al Noroeste de la península del Yucatán, territorio de los mayas; allí, afortunada coincidencia, habitaba Jerónimo de Aguilar, un náufrago español que vivía con los indígenas mayas, de los que conocía la lengua y las costumbres, que a Cortés sirvió de intérprete y guía.
A continuación, la flota costeó Yucatán hasta que el 12 de marzo arribaron a Tabasco, en el extremo suroccidental de la citada península. Pronto hubo que persuadir, negociar y guerrear para vencer las oposiciones, y al cabo, concluida la batalla de Centla, Tabasco pasó a la soberanía del rey de España por mediación de Hernán Cortés. Fray Bartolomé de Olmedo y su capellán Juan Díaz oficiaron la que sería la primera misa en tierra firme, que con el tiempo llamaríase Nueva España, y el 25 de marzo de 1519 dieron por fundada la villa de Santa María de la Victoria, primera población española en el territorio continental de México; aquí concedieron los mayas a los españoles veinte mujeres, entre ellas la luego célebre doña Marina, nombre cristianizado, nacida Malintzin (también llamada Malinche), que ayudó desde entonces como intérprete de la lengua náhuatl a Cortés en sus avances por el territorio y, de hecho, en adelante, se convirtió en persona de plena confianza, su mujer y la madre de un hijo bautizado Martín.
Ruta seguida por Hernán Cortés a través del imperio azteca.
Imagen de HRH editores
Mapa detallado de la ruta seguida por los españoles en territorio azteca.
Imagen de http://versanmarcosdeleon.blogspot.com
Prosiguió la aventura descubridora y colonizadora hacia la zona central del Golfo de México. Desembarcados allá donde consideraron un buen resguardo para las naves y lugar habitable, incumpliendo las órdenes del gobernador Velázquez, Cortés fundó el 22 de abril de 1519 un establecimiento humano con visos de permanencia: la Villa Rica de la Vera Cruz, actual Veracruz, la primera ciudad continental fundada por europeos en la américa continental; en la misma fecha, Cortés decidió fortificar la pequeña isla de San Juan de Ulúa frente a Veracruz.
Lejos de limitar su cometido al acopio del preciado metal áureo, y en contra de los partidarios del gobernador Velázquez, que los había y a los que tuvo que someter por la fuerza, en julio de 1519 Cortés constituyó un cabildo con sus seguidores y recibió el título de Capitán general y Justicia Mayor con residencia en la Villa Rica de la Vera Cruz.
Acto seguido, y en gesto característico, ordenó varar las naves y barrenarlas para que la única alternativa al asentamiento fuera la marcha tierra adentro.
Rafael Monleón y Torres: Recreación del varado de las naves ordenado por Hernán Cortés. Museo Naval, Madrid.
Imagen de HRH editores
El imperio azteca
Hollando territorio maya supo Cortés por informaciones de los indígenas de la existencia de un poderoso pueblo, de civilización avanzada, maneras crueles, grandes riquezas y dominio exterior hasta forjar un imperio, llamado azteca, que los naturales llamaban México, y no por todos los súbditos ni querido ni deseado. Cortés pensó que convendría utilizar la vía diplomática antes de afrontar otras resoluciones si ésta no fuera suficiente para su propósito.
El imperio azteca estaba formado por una confederación de ciudades-estado dirigidas desde Tenochtitlán, la más poderosa de ellas, por el emperador Moctezuma II; al que rendían pleitesía muchos caciques y reyes. Moctezuma conoció la presencia de extranjeros con motivo del viaje de Grijalva, atribuyéndoles por referencia mítica la encarnación de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, deificación de la sabiduría, que anunciaba su retorno. Por lo que con la llegada y aproximación de Hernán Cortés y su gente, redobló sus esfuerzos de comunicación mandando embajadas con jugosos presentes.
Cortés se dejó agasajar mientras reunía información sobre el trato que dispensaban los aztecas a los pueblos sometidos; conocimiento que le permitió idear una estrategia que a la postre le dio ventaja en las negociaciones con los descontentos y los propios dignatarios aztecas. Los primeros aliados de los españoles fueron los totonacas de Zempoala.
El 16 de marzo de 1519 Cortés y sus pequeño ejército iniciaron la marcha hacia el interior del territorio, concretamente en dirección a Tenochtitlán, la capital del imperio azteca.
Al penetrar en la zona dependiente de la ciudad-estado de Tlaxcala, los españoles sufrieron un ataque, que lograron repeler y que, poco después, facilitó un entendimiento con las autoridades que aspiraban a desasirse del yugo azteca.
El 13 de octubre la expedición española recibió una calidad acogida en la ciudad sagrada de Cholula que no era sino una añagaza para confiar a los llegados y aniquilarlos. Enterado Cortés del propósito gracias a la intervención de Marina, cobró ventaja y acabó con el enemigo.
Hernán Cortés y sus aliados de Tlaxcala.
A todo eso, Moctezuma seguía enviando embajadas, las cuales daban parte inequívoca del avance de los extranjeros a pesar de los premeditados obstáculos en su camino. Hasta que, sin remedio, el 8 de noviembre Hernán Cortés entró en Tenochtitlán, esa gran ciudad edificada en el centro de un lago, unida a tierra firme por puentes y calzadas.
La recepción ofrecida por Moctezuma describió solemnidad y respeto; al fin y al cabo, la leyenda hablaba de dioses y aquellos extranjeros los encarnaban. Los españoles pudieron pasear libremente por el recinto y apreciar sus muchas riquezas. Parecía posible la convivencia. Pero las prácticas sacrificiales a los ídolos y otros ritos de equivalente crueldad, molestaron a los españoles, además de averiguar que unos indios habían matado a varios compatriotas en Vera Cruz demostrando que eran tan mortales como ellos, y que la jerarquía azteca anhelaba expulsarlos de sus dominios para siempre, motivaron que Cortés ordenara prender al emperador Moctezuma. Éste, desprovisto de su dignidad, resignó su soberanía al español.
Presentación de Hernán Cortés ante el emperador Moctezuma en Tenochtitlán, la capital del imperio azteca (litografía).
Imagen de HRH editores
La conquista
El ataque a los credos autóctonos propició la indignación de los aztecas. Y a ello, de por sí, delicado, se sumó en abril de 1520 la noticia de la llegada a San Juan de Ulúa de Pánfilo de Narváez, con dos mil cuatrocientos hombres y ochenta caballos, encomendado por el gobernador Velázquez para la captura y traslado de Hernán Cortés.
Decidido a sentar cátedra, Cortés partió hacia San Juan de Ulúa el 4 de mayo dejando en la capital azteca a Pedro de Alvarado con una guarnición aproximada de cien hombres. Finalizaba mayo cuando Cortés se enfrentó a Pánfilo de Narváez, lo venció y consiguió adherir para su causa a la mayoría de quienes por mandato superior iban a por él.
De regreso a Tenochtitlán supo que la relación entre españoles y aztecas era mala, con frecuentes pugnas. Quiso Cortés poner coto a los recelos con un método algo menos expeditivo que la espada y el arcabuz, más político: la intervención conciliadora del apresado Moctezuma, todavía emperador; pero su pueblo ya no le obedecía, al extremo de recibir una pedrada en plena alocución que al detonar con un ánimo decaído y una voluntad enajenada provocó su muerte.
Reunión de Hernán Cortés y Malinche (doña Marina) con Moctezuma.
Imagen de www.pueblosoriginarios.com
Los aztecas nombraron a Cuitláhuac, hermano de Moctezuma, su máxima autoridad. Por aquel entonces, los españoles andaban escamados con la actitud de sus anfitriones, a lo que se unía la falta de víveres, la escasez de agua, la mengua de pólvora y municiones y la imposibilidad de acudir a la negociación diplomática para fomentar vías de entendimiento. Demasiadas dificultades para mantenerse en Tenochtitlán a merced de la venganza.
La retirada de la capital azteca fue perseguida, sangrienta y nocturna, «la noche triste»; murieron muchos españoles, quizá seiscientos, y se abandonaron piezas de artillería, caballos y gran parte de las riquezas acumuladas.
Hubo de recomponer a toda prisa su ejército Hernán Cortés, y permitir que en cada soldado aflorara la furia que diluye los peligros y los miedos y dispone al combate con la única idea de vencer al enemigo.
Las armas de fuego conferían una enorme ventaja a los españoles, de por sí intrépidos cuando de guerrear se trata, y el retornado afán de venganza culminó en la victoria de Otumba el 7 de julio de 1520, batalla decisiva para las armas españolas y la suerte de Hernán Cortés.
La batalla de Otumba significó la mayor victoria obtenida por los españoles en suelo del imperio azteca. Los cronistas Bernal Díaz del Castillo, Cervantes de Salazar, Herrera y Torquemada, describen los paisajes y los contendientes; Otumba era una llanura, la mayoría de los atacantes aztecas eran siervos vestidos con túnicas blancas y en la alianza hispano tlaxcalteca hubo mujeres combatientes, aunque agrupadas en la retaguardia.
Hernán Cortés confió el mando de la infantería a Diego de Ordás (o Diego de Ordaz), mientras que él si situó al frente de la caballería; el contingente tlaxcalteca, cerca de trescientos efectivos, era responsabilidad del guerrero Calmecahua, hermano de Maxixcatzin, señor de Ocotelulco.
Tras una feroz pugna de los infantes por llevar la iniciativa en el combate, acometieron valientemente los aztecas contra los jinetes españoles pese a su manifiesta inferioridad en las condiciones de la lucha, hiriendo al caballo de Cortés, que se vengó coceando al enemigo; éste distinguió al jefe azteca, Cihuacatzin, portado en andas e impartiendo órdenes, y hacia él se dirigió acompañado de Juan de Salamanca; de una lanzada lo derribó y Salamanca acabó con su vida. La espantada en el campo azteca fue inmediata y general.
Batalla de Otumba
Imagen de www.abc.es
Muy afectados los aztecas por la derrota, aun pudieron albergar esperanzas de reponerse mientras lo hacía, pero en sentido opuesto, es decir, ofensivo, Cortés y su tropa, a la que se agregaron nuevos efectivos desembarcados, en la aliada ciudad de Tlaxcala.
Pasaron meses hasta que, finalizando abril de 1521, Cortés emprendió la definitiva conquista de Tenochtitlán y de todo el imperio azteca.
Cuitláhuac había muerto de enfermedad tal como la viruela y ahora le sucedía el jefe de caciques Cuauhtémoc.
El 26 de mayo Cortés iniciaba el ataque a la capital azteca desde los puentes y calzadas que bien conocía, y desde lanchas artilladas, con la específica misión de hundir las canoas que defendían el lago y los amarraderos.
La lucha fue lenta y encarnizada, calle por calle, cuerpo a cuerpo; tres meses de guerra sin cuartel y bajas incesantes. La fecha del 13 de agosto completó la conquista con la detención de Cuauhtémoc.
El gobierno
Culminada la tarea de conquista dio inicio la de reconstrucción y gobierno. Cortés se propuso devolver el esplendor a los edificios e infraestructuras de Tenochtitlán, así como ampliar su perímetro e incrementar su población, mixtificándola, con la llegada de colonos provenientes de España. Pronto la nueva capital mexicana pasó a convertirse en la primera población de América.
Manuel Tolsá: Busto de Hernán Cortés (año 1800).
Imagen de www.medellinhistoria.com
A finales de 1522, el emperador Carlos I de España nombró a Hernán Cortés capitán general y gobernador de Nueva España.
Con tales cargos en su haber, la responsabilidad de afianzar la conquista e incrementar los territorios bajo soberanía española, hasta configurar el virreinato de Nueva España, le movió a enviar expediciones a lugares limítrofes de Nueva España como Honduras, Tampico y las costas del océano Pacífico.
Monumento a Hernán Cortés en Medellín (año 1890).
Imagen de www.minube.com
A pesar de las envidias que suscitaba su prestigio y eficacia, causantes de múltiples denuncias, que algunas prosperaron limitando su poder en tierras mexicanas y apartándolo del gobierno, Carlos I le concedió el título de Marqués del Valle de Oaxaca y las facultades para realizar nuevas exploraciones y conquistas.
Otras empresas
Patrocinó varias expediciones entre junio de 1532 y abril de 1535, sin éxitos digno de mención; también envío dos barcos al Perú en ayuda de Francisco Pizarro.
En 1536, sin embargo, la expedición fletada por Cortés descubrió la Baja California; en la actualidad aún se llama al Golfo de California el Mar de Cortés; en 1537 abrió una ruta comercial por vía marítima que enlazaba Panamá y Perú; y en 1539 mandó una expedición al Pacífico septentrional para revelar la orografía de sus costas.
Monumento a Hernán Cortés en Cáceres (año 1986).
Imagen de www.cacereshistorica.caceres.es
Insatisfecho, a pesar de sus honores con el reconocimiento a sus logros, en 1540 volvió a España para elevar sus protestas y exigir compensaciones por sus muchos y grandes servicios, sin encontrar eco. Entonces optó por ganarse el favor real alistándose en la expedición a Argel de 1541; y tampoco le resultó provechoso sino al contrario.
Monumento a Hernán Cortés en Chihuahua.
Imagen de http://miradademujerespinosa.blogspot.com
Cansado de esa lucha infructuosa se trasladó a Sevilla y allí trocó el ejercicio de las armas y la política por el cultivo del intelecto, dando en organizó una tertulia literaria y humanística con la que en buena medida satisfizo sus últimas inquietudes. El 2 de diciembre de 1547 falleció en la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta.
Su última voluntad declaraba la petición del traslado de sus restos a México, que tras diversas vicisitudes fueron inhumados en la iglesia de Jesús Nazareno de la capital mexicana.
Monumento a Hernán Cortés en Cuernavaca. Obra de Sebastián Aparicio en 1931.
Imagen de www.diariodemorelos.com
Crónica manuscrita de los viajes de Hernán Cortés
Hernán Cortés escribió cinco largas epístolas a Carlos I, obra biográfica y crónica genéricamente titulada Cartas de relación, que conforman una precisa relación de la conquista de México. Estas cartas, escritas de modo ágil y claro, de fácil lectura y amplio contenido, han supuesto para el autor significarse como un destacado cronista de la epopeya americana, que es una de las más trascendentales de la historia humana.
Carta primera: Enviada a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo, por la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Veracruz, a 10 de julio de 1519
Carta segunda: Enviada a su sacra majestad del emperador nuestro señor por el capitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés
Carta tercera: Enviada por Fernando Cortés, capitán y justicia mayor del Yucatán, llamado la Nueva España del mar Océano, al muy alto y potentísimo césar e invictísimo señor don Carlos, emperador Semper augusto y rey de España, nuestro señor
Carta cuarta: Que don Fernando Cortés, gobernador y capitán general, por su majestad, en la Nueva España del mar Océano, envió al muy alto y potentísimo, invictísimo señor don Carlos, emperador augusto y rey de España, nuestro señor
Carta quinta: Dirigida a la sacra católica cesárea majestad del invictísimo emperador don Carlos V, desde la ciudad de Tenuxtitán, a 3 de septiembre de 1526 años
Fuente Momentos Españoles