El desplome del anfiteatro de Fidenas, la mayor tragedia de la Historia ocurrida en un espectáculo público

Reconstrucción de un anfiteatro romano de madera / foto Shutterstock

La asistencia masiva a un espectáculo público multiplica considerablemente la posibilidad potencial de que el grado de tragedia que produzca sea mayor en caso de accidente o cualquier otro tipo de incidencia negativa. Por eso discotecas, conciertos y estadios de fútbol suelen ser los sitios donde más víctimas se registran, como desgraciadamente hemos visto hace poco en el atentado de Las Vegas. Pero esto no es algo exclusivamente contemporáneo y, de hecho, el ejemplo más grave registrado en la Historia se remonta a casi dos milenios atrás: el desplome del anfiteatro de Fidenas.

 

 

 

Fidenas (o Fidenae en latín) era una ciudad del Lacio, región de la península italiana situada entre el curso bajo del río Tíber, los montes Ausonios y los Apeninos, lindando por el norte con Etruria y al sur con Campania. Territorio que ancestralmente se repartían los pueblos latino, volsco, falisco, sabino, ecuo, ausonio, aurunco, hérnico y osco-umbro, el devenir del Latium estuvo estrechamente relacionado con la expansión de los romanos, ora aliados, ora enemigos, que se aseguraron definitivamente su dominio en el siglo I a.C. en el contexto de la llamada Guerra Social.

Mapa de la región/Imagen: Sémhur en Wikimedia Commons

La ciudad en cuestión se encontraba a ocho kilómetros de Roma, con la que se enlazaba mediante la Vía Salaria, la larga calzada de dos centenares y medio de kilómetros que comunicaba el mar Tirreno con el Adriático y debía su nombre a que los sabinos la utilizaban para transportar la sal hacia el Tíber. Es decir, Fidenas estaba en un cruce estratégico y los romanos siempre lo tuvieron por un peligroso enclave fronterizo, ya que se trataba de una punta de lanza etrusca en territorio latino; de hecho, la vecina urbe de Veyes, que estaba a unos dieciséis kilómetros al norte de Roma y era la más rica de la Liga Etrusca, tuvo a Fidenas en su órbita de influencia durante mucho tiempo en las guerras que mantuvo con la República Romana ya desde tiempos de Rómulo, en el siglo VIII a.C., según cuenta la tradición.

Ésta explica que los Tarquinios, asentados en zona etrusca desde que se refugiase allí Tarquinio el Soberbio (el último rey de Roma), incitaron a los sabinos a alzarse contra los romanos y sonaron de nuevo tambores de guerra. Ésta le fue favorable a Roma y determinó el futuro de Fidenas, aliada suya que había roto ese compromiso. Dice Tito Livio que los romanos lograron establecer allí una colonia en el 474 a.C. pero los fidenitas se rebelaron y los expulsaron treinta y seis años después con ayuda de etruscos y faliscos. El dictador Marco Furio Camilo conquistó Veyes en el año 396 a.C. y acabó la guerra con su ancestral enemigo pero, para entonces, Fidenas ya había caído también a manos de las legiones; fue tras dos asedios en los años 435 a.C. y 426 a.C. Su derrota supuso la destrucción del lugar y la esclavización de sus habitantes, poniendo fin a la presencia etrusca en la ribera derecha del Tíber.

Expansión de Roma por el Lacio/Imagen: Roma Antiga en Wikimedia Commons

Pero, aunque al parecer quedó desierta por un tiempo, eso no significó su final sino el inicio de una nueva etapa romanizada porque fue reconstruida en la ladera oriental de la colina sobre la que se asentaba y en la que hoy está Villa Spada (una villa neoclásica del siglo XVIII que alberga el Museo de Tapices). Se cree que allí se ubicaba la antigua acrópolis, si bien no se ha encontrado un registro arqueológico que lo pruebe con certeza absoluta, más allá de algunas tumbas. Los restos hallados corresponden al período romano posterior, desarrollados a lo largo de la citada Vía Salaria, y destaca fundamentalmente la curia, que conserva una inscripción del Senado local dedicada al emperador Marco Aurelio (que vivió en el siglo II d.C).

Ahora bien, aunque los restos arqueológicos sean limitados, tenemos también las fuentes historiográficas y si bien éstas deben manejarse siempre con prudencia, las obras de Tácito y Suetonio nos dejan testimonio de que en Fidenas también hubo una importante infraestructura muy característica del mundo romano: un anfiteatro, el recinto público donde se celebraban los juegos de munera (gladiadores) y venationes (luchas de fieras), y donde se desarrollaban también otros espectáculos (ejecuciones naumaquias…). Los anfiteatros nacieron precisamente en Etruria y Campania en torno al siglo II a.C.

Reconstrucción del Coliseo/Imagen: Roma Interactive

Por supuesto, al principio no tenían ni el magnífico aspecto ni las enormes dimensiones que alcanzaría el Coliseo siglos después. A menudo eran de simple ladrillo y a veces ni eso, siendo la madera el material de construcción. Tal era el caso del de Fidenas, construido por un empresario llamado Atilio, que siendo liberto carecía de medios suficientes para costear tamaña obra y optó por ese material, más barato, esperando además recuperar lo invertido vendiendo tantas entradas como pudiera. Narra Tácito: “En Fidenas, un cierto Atilio, para celebrar el juego de gladiadores, sin afirmar bien en lo macizo los fundamentos, ni encadenar las vigas ni tablas superpuestas, como aquel que se había movido no por abundancia de dineros que tuviese o por ganar la gracia a los ciudadanos, sino sólo por el interés de una vil ganancia”.

Se desconoce cuál sería el aforo real pero el caso es que, en el año 27 d.C., en torno a cincuenta mil espectadores (“acudió [gente] de toda edad y sexo”) abarrotaban el graderío, deseosos de asistir a unos juegos después de un período en que habían sido proscritos por Tiberio. Al levantarse la prohibición acudieron en masa. Tampoco se saben las causas exactas (¿fallo de diseño, madera de baja calidad?), pero el estadio se vino abajo matando a decenas de miles de asistentes: veinte mil según Suetonio, cincuenta mil según Tácito. El número de heridos debió ser impresionante también. El relato de Tácito es desolador: “En acabando de quitar las ruinas corrió cada cual a besar y abrazar a sus muertos; y muchas veces, por el rostro desfigurado, o por semejanza de él o de la edad, nacía confusión y no pequeño contraste al reconocer cada uno a los suyos”.

Suetonio cuenta cómo Tiberio, que estaba en su villa de Capri, tuvo que interrumpir su asueto para desplazarse urgentemente a la ciudad y coordinar las tareas de ayuda a las víctimas “por las reiteradas súplicas del pueblo”. La tragedia, al igual que pasa actualmente, también supuso un cambio en la normativa cuando el Senado, explica Tácito, decidió exigir un patrimonio mínimo de cuatrocientos mil sestercios a quien aspirase a la organización de espectáculos, la misma cantidad que se exigía para acceder a la clase ecuestre. Además estableció la obligatoriedad de que en lo sucesivo se construyeran anfiteatros sólidos y que fueran debidamente aprobados por inspectores nombrados ad hoc. Atilio, por cierto, fue desterrado, si bien Tácito no concreta en qué consistió dicho destierro (pudo ser literal o sólo quedar vetado para nuevas concesiones).

Fuentes: Anales (Tácito)/Vidas de los doce césares (Suetonio)/The roman games. Historical sources in translation (Alison Futrell)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/Wikipedia/LBV