Frente al relato tradicional que apunta a una feroz competencia entre clanes que acabó con los recursos naturales de la isla, un reciente estudio arqueológico de las canteras de piedra señala lo contrario: las comunidades rapanui colaboraban entre sí
Las guerras climáticas se convertirán en el modo directo o indirecto de resolver los conflictos del siglo XXI. La razón que lo explica es el actual modelo occidental de explotación del medio ambiente, el cual está segando de raíz los recursos naturales de diversas regiones del mundo. Esta reducción provocará que, para garantizar su supervivencia, los humanos compitan entre sí por los recursos disponibles. El resultado no será otro que el de violentas refriegas que aniquilarán la distinción entre refugiados de guerra y refugiados climáticos puesto que será la degradación del medio ambiente la responsable de multiplicar el número de luchas entre los pueblos y los países.
Esta teoría es escudriñada por Harald Welzer en su obra «Guerras climáticas: por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI» (Katz Editores, 2011). La preocupante visión de futuro que vislumbra el ensayo adivina un oscuro panorama por el cual la humanidad asistirá a auténticas disputas por los recursos. En su análisis, este sociólogo y politólogo alemán utiliza como ejemplo el tan célebre, como ahora controvertido, caso de la Isla de Pascua.
Colapso ecológico
Rapa Nui -nombre tradicional de la isla- está situada a 3500 km de América del Sur, la masa continental más cercana, y ofrecía, en su conjunto, las características de un paraíso de mediana calidad pues acaparaba las condiciones ecológicas óptimas para alimentar a una población significativa de entre 20.000 y 30.000 personas, los polinesios, que la poblaron alrededor del 900 d.C. Durante quinientos años se vivió en una situación de ascenso y prosperidad y en el 1500 el número de viviendas alcanzó su nivel más alto, momento en el que empiezó a decrecer hasta llegar al siglo XVIII en el que se registró una disminución del 70% respecto al anterior periodo.
Es interesante la reflexión que realiza Welzer a partir del modelo organizativo de la Isla de Pascua, una sociedad teocrática dividida en clanes liderados por sumos sacerdotes considerados semidioses. Así, el alemán advierte la automatización de una práctica cultural. Lo que la comunidad percibía como un problema no era la amenaza a la propia supervivencia sino el peligro de violar las normas de conducta simbólicas, tradicionales, condicionadas por el estatus u órdenes de mando. Si no, no se entiende la tala indiscriminada de palmeras que aquí tuvo lugar –principalmente para transportar y levantar las figuras de piedra o moáis construidas en honor a los caciques de los clanes-. Sin madera no había combustible, lo que llevó a la quema de plantas para poder calentarse; tampoco era posible construir canoas, por lo que las perspectivas de pesca eran casi nulas. Esta deforestación, además, trajo aparejada la erosión del suelo haciendo casi imposible la práctica de la agricultura.
El expolio de los recursos ecológicos por parte los propios habitantes de la ínsula llevó, de manera indudable, a un aumento de la competencia por los recursos que quedaban. Y es que la Isla de Pascua y la ausencia de injerencia externa alguna -enorme distancia con Chile- constituyen un ejemplo muy ilustrativo de cómo la decadencia ecológica lleva a una caída de la cultura que, precisamente, ha sido causante de la primera.
La escasa percepción del «abismo» sí que puede traer problemas reales que, finalmente, propician la violencia como modo último de solución. En definitiva, el colapso de recursos para una isla sin contacto con el exterior, atribuible a la deforestación, llevó a que los habitantes se consumieran a sí mismos como recursos a través de una guerra terrible basada en el canibalismo en la que los sumos sacerdotes fueron depuestos y que significó el fin de la política, la cultura y, finalmente, la vida.
El libro «Collapse» (Penguin) de Jared Diamond, que data de 2005, apunta en la misma línea que su «sucesor». Junto a la obra de Harald Welzer, ambos exponen un estremecedor desarrollo de los hechos que llevaron al colapso de la sociedad colonizadora de esta isla del Pacífico Sur: la feroz competencia entre clanes derivó en una sobreexplotación de recursos para construir cientos de estatuas cada vez más grandes con los que demostrar su superioridad. El resultado no fue otro que el de la guerra y el salvajismo. Un floreciente pueblo sumido en el receso y la degradación es lo que encontraron los europeos que llegaron en el siglo XVIII a esta aislada porción de tierra.
Nuevas evidencias: contradicción
Sin embargo, si de algo no escapa la Historia es del continuo -y deseable- ejercicio de revisionismo. Como informaran hace unos días nuestros compañeros de ABC Cultura, una reciente investigación arqueológica en las canteras de moáis ha arrojado una nueva visión del síncope sufrido por la civilización isleña. Y es que el estudio no hace otra cosa sino contradecir a Welzer y a Diamond. Publicado en «Pacific Archaeology», los arqueólogos que han estado analizando las canteras construyen una imagen distinta de lo sucedido antes del contacto europeo.
Indagaciones previas han demostrado que ningún clan tenía todos los recursos de piedra dentro de su territorio para realizar dichas efigies de enormes dimensiones. El documento sugiere que, pese a existir en la isla otros lugares para obtener basalto, las piedras provenían principalmente de un complejo de canteras. Por ello, Dale Fredrick Simpson Jr., precursor del estudio de los materiales utilizados para el tallado de los moáis, advierte una forma de colaboración entre clanes. «Creo que esto va en contra del modelo de colapso que dice que todo lo que hacían era competir para construir estatuas más grandes», declaró a «Live Science».
La revista que ha informado de las nuevas averiguaciones también se hace eco de las palabras de Carl Lipo, profesor de antropología en la Universidad de Binghamton en Nueva York y que no participó en el investigación: «Lo que los arqueólogos que llevan a cabo el trabajo de campo en la isla han aprendido en los últimos 20 años es que la evidencia contradice de manera dramática los cuentos que la mayoría de la gente ha escuchado».
Llegados a este punto, la pregunta, por tanto, es clara. ¿Quiénes están en lo cierto, aquellos que subrayan cacicazgos masivos que dominaron y subyugaron a los habitantes de la Isla de Pascua o los que apuestan por comunidades que compartían recursos de manera pacífica y civilizada?
Fuente ABC