Las alianzas más antiguas del mundo: Portugal-Inglaterra y Escocia-Francia

Representación heráldica de la Auld Alliance franco-escocesa/Imagen: Soverain

Aunque los intereses geoestratégicos cambian a lo largo de la Historia, hace ya muchos siglos que algunas alianzas desafían el paso del tiempo manteniéndose estables y renovándose como si no fueran ajenas a cualquier coyuntura. ¿Cuáles son las más antiguas? Al menos en Europa hay dos que pasan por ello. Una resulta muy conocida, la anglo-portuguesa, que se estableció ya en 1373; pero hay otra que no lo es tanto y que se remonta incluso a una fecha anterior: la llamada Auld Alliance, que vinculó a Escocia y Francia.

Vamos a echarles un somero vistazo empezando por la primera. Portugal y Reino Unido tienen una estrecha relación de amistad, no sólo por ser socios en la Unión Europea y aliados en la OTAN, sino por su pasado de intereses comunes. En la guerra de 1982, Lisboa ofreció las Azores a la Royal Navy como base en su ruta hacia las Malvinas, al igual que veintiún años antes había pedido su ayuda para frenar la anexión de Goa por parte de la India y en la Primera Guerra Mundial combatieron en el mismo bando.

 

 

Un pin recordando la ancestral alianza/Imagen: Yuki.al

También los vimos de la mano en la Segunda Guerra Mundial, con el dictador António de Oliveira Salazarobviando su afinidad ideológica con el fascismo para optar por la neutralidad, propiciando así que España hiciera otro tanto y no se alineara con las potencias del Eje. En la práctica hubo una ayuda más explícita porque buena parte de la población gibraltareña fue evacuada a Madeira y más tarde, a finales de 1943, los puertos y aeródromos de las Azores ejercieron de bases aeronavales para los Aliados.

Si seguimos retrocediendo cronológicamente llegamos a uno de los momentos de colaboración más intensa, la que desarrollaron durante las conocidas como Peninsular Wars contra la ocupación napoleónica de la Península Ibérica. El futuro duque de Wellington se estrenó en ellas precisamente operando en tierra portuguesa, en Vimeiro, Busaco y Torres Vedras, engrosando luego sus filas con tropas lusas para seguir las operaciones ya en suelo español; al fin y al cabo, Portugal no había acatado el bloqueo continental decretado por Bonaparte, dando así un respiro a los barcos británicos.

Dragones británicos y franceses chocando en Vimeiro/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El resto del siglo XIX siguió la misma tónica, con Londres interviniendo más o menos abiertamente en la política de sus aliados al apoyar a la facción liberal en la guerra civil. Eso sí, no faltaron momentos de crisis. El más grave quizá fue el Ultimátum de 1890, por el que el gabinete de Lord Salisbury obligó al de Lisboa a abandonar una amplia franja colonial que iba desde el Atlántico (Angola) hasta el Índico (Mozambique) para entregársela a otro provechoso aliado, Cecil Rhodes, que fundó así lo que hoy es Zimbabue.

Antes, en el XVIII, Portugal y Gran Bretaña combatieron mano a mano contra España en el contexto de la Guerra de los Siete Años, rechazando la invasión española del país vecino, como ocurrió unas décadas antes, durante la Guerra de Sucesión, iniciada en 1701, unos meses después de morir Carlos II sin descendencia para el trono hispano. Fue éste un conflicto importante para esos aliados porque en 1703 Londres y Lisboa firmaron el Tratado de Methuen, que ratificaba la tradicional amistad entre ambos países creando un sólido intercambio comercial y abriendo los puertos atlánticos a la flota británica.

El África colonial. La franja que queda entre Angola y Mozambique (en morado ambas) fue a la que tuvo que renunciar Portugal/Imagen: Eric Gaba en Wikimedia Commons

Dicha amistad venía de la Edad Media, como decíamos al principio. De la ayuda inglesa a la Casa de Avis, sellada a través del Tratado de Windsor en 1386 para oficializar un pacto verbal acordado en 1294 y un tratado de 1373, que en realidad ya se había puesto en práctica el año anterior con los refuerzos ingleses a Juan I en la batalla de Aljubarrota. Hay quien retrotrae aún más atrás la alianza hasta 1147, cuando cruzados ingleses y de otros puntos de Europa, durante su camino a Tierra Santa, ayudaron al rey Afonso Henriques a conquistar Lisboa; no obstante, eso parece forzar un poco las cosas.

El caso es que, a raíz del Tratado de Windsor, Portugal e Inglaterra avanzaron juntas por la Historia. En 1386 Juan de Gante, duque de Lancaster, lideró una fuerza expedicionaria que reforzaba al monarca luso en su reivindicación de hacerse con la Corona de Castilla. No lograron su objetivo pero el rey Juan I se casó con Felipa de Lancaster, la hija de su aliado, quien introdujo en la corte lusa maneras inglesas e impulsó las relaciones comerciales entre ambos países, con un flujo de materias que se importaban a los puertos portugueses (bacalao, paños) y otras que se exportaban a los británicos (vino, aceite, corcho). Uno de sus hijos, por cierto, fue Enrique el Navegante.

La boda entre Juan de Portugal y Felipa de Lancaster/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Posteriormente Portugal estrechó lazos sanguíneos con Castilla, otro reino que tradicionalmente tenía buena relación con Inglaterra y la mantuvo hasta bien entrado el reinado de Felipe II. Ese equilibrio se rompió cuando el todopoderoso monarca español asumió también la corona portuguesa por derecho sanguíneo, inaugurando la llamada Tercera Dinastía o Dinastía Filipina (porque sus tres reyes se llamaron Felipe, los II, III y IV de España que para los lusos son I, II y III) y formando uno de los imperios más grandes de todos los tiempos.

Esa unión dinástica vinculó ambos reinos durante sesenta años, entre 1580 y 1640, interrumpiendo la alianza anglo-portuguesa. Por supuesto, los insumisos a esa unión solicitaron ayuda a sus aliados de siempre pero no lograron romperla hasta lo que hoy llaman en Portugal la Guerra da Restauração, cuando consiguieron su independencia de los Habsburgo con ayuda de Inglaterra pero también de Francia, mientras Felipe IV, haciendo buena su frase “Nos contra todos, todos contra Nos” debía atender un sinnúmero de frentes. En 1668 terminó el conflicto con la instauración en el trono luso de la Casa de Braganza.

El imperio de Felipe II (rojo, soberanía española efectiva; magenta, soberanía jurídica; morado, territorios portugueses)/Imagen: Alex12345yuri en Wikimedia Commons

Ahora bien, pese a todo esto, decíamos al comienzo que hay historiadores que opinan que hubo una alianza más antigua y duradera: la Auld Alliance (Vieja Alianza), que sería noventa y un años anterior a la otra. En ella también tiene protagonismo Inglaterra pero no como una de las integrantes sino como la enemiga de referencia, ya que fueron Francia y Escocia las firmantes. Y todo empezó en 1295, cuando la muerte sin sucesión de la reina escocesa Margarita (sin sucesión porque era una niña de siete años) hizo que el monarca inglés Eduardo I se postulara como candidato por la fuerza.

Temiendo esto el Consejo de los Doce (un gobierno provisional) buscó desesperadamente aliados para frenar al poderoso ejército inglés y encontró una posibilidad en Felipe IV el Hermoso (no confundir con sus homónimos en España), soberano de Francia y Navarra, que precisamente estaba al borde de la guerra con Inglaterra después de que ésta se adueñara de Gascuña en 1293. Así, ambos países firmaron el Tratado de París, por el que los galos se comprometían a mantener su hostilidad hacia Inglaterra en ese territorio mientras los otros prometían asumir el coste económico si se llegaba a una guerra abierta.

Felipe el Hermoso de Francia/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero a los escoceses no les sirvió para nada. Las tropas de Eduardo I los aplastaron en 1296 y pusieron en el trono a un rey favorable a sus intereses, Juan de Balliol. Francia no sólo se mantuvo al margen sino que en 1299 alcanzó un acuerdo de paz con Inglaterra: Felipe casó a su hermana Margarita con Eduardo y después hizo otro tanto con su hija Isabel y el heredero inglés resultante de la primera unión (que fue el futuro rey Eduardo II de Inglaterra). De esta manera, Escocia quedó sometida hasta que William Wallace y Robert the Bruce proclamaron la insurrección, asumiendo la corona el segundo. Fueron décadas de guerra entre Bruce y Balliol, durante las cuales el escocés renovó la alianza con los franceses mediante el Tratado de Corbeil (1326).

Esta vez ambas partes se comprometían a ayudarse militarmente y el pacto se haría efectivo porque Eduardo II decidió hacer un alarde de poder conquistando lo que faltaba de Escocia y reafirmando su posición respecto a los territorios en liza con Francia. Esto último se manifestó ya en tiempos de su heredero, Eduardo III, vencedor en la batalla de Crécy en 1346. Poco después, en la batalla de Neville’s Cross, era capturado David II, hijo de Robert the Bruce, cuando intentaba invadir el norte de Inglaterra; estuvo once años prisionero mientras su país quedaba envuelto en la inestabilidad política, por lo que finalmente negoció con Eduardo su liberación a cambio de una política favorable.

La batalla de Neville’s Cross/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Antes de acabar el siglo XIV Robert II de Escocia y Carlos V de Francia volvieron a reafirmar la alianza; era 1371 y se hacía con vistas a una posible invasión de Inglaterra que nunca se pudo llevar a cabo porque los franceses no cumplieron su compromiso de enviar una fuerza expedicionaria. Eso llevó a un deterioro de la confianza mutua pero, como en el fondo se necesitaban, en 1418 el delfín Carlos VII solicitó ayuda a sus antiguos aliados para afrontar la amenaza del ejército de Enrique V, que tras vencer en Azincourt parecía imparable.

Así fue cómo, entre 1419 y 1424, quince mil escoceses tomaron parte en la Guerra de los Cien Años. Ganaron en Baugé y perdieron en Verneuil pero le dieron a Francia la bocanada de oxígeno que necesitaba, colaborando con Juana de Arco en 1429, incorporándose algunos de ellos a la Garde Écossaise (guardia de corps de la corona) y quedándose muchos a vivir en aquel país al ser premiados con tierras y títulos. La alianza franco-escocesa se renovaría cuatro veces más a lo largo del siglo XV y aportó su granito de arena a la derrota final de Inglaterra.

Guerra de los Cien Años: en rojo, territorios conquistados por Enrique V de Inglaterra tras la batalla de Azincourt/Imagen: 17177 en Wikimedia Commons

Insólitamente ésta que estaba pasando problemas internos con la Guerra de las Dos Rosas, recurriría a los integrantes de la Auld Alliance ocasionalmente. Los Lancaster, por ejemplo, contrataron escoceses a cambio de cederles los territorios fronterizos septentrionales tradicionalmente en disputa y a principios del siglo siguiente se acordó el matrimonio de una de las hijas de Enrique VII, Margarita Tudor, con Jacobo IV de Escocia así como el de María Tudor con Luis XII de Francia. Una buena forma de poner fin a la antigua enemistad.

Ello no supuso el final de la alianza, que experimentó renovaciones en 1512, 1517 y 1548. Para entonces el gran problema para Escocia ya no era el poder militar inglés sino la penetración del calvinismo, que se difundió notablemente y no veía mal un acercamiento a Inglaterra si con ello eliminaba el catolicismo. En 1558, intentando frenar esa tendencia, se pactó el matrimonio de la reina María con el futuro Francisco II de Francia. No dio resultado y en 1568 su hijo Jacobo VI reinó sobre ambos países más Irlanda proscribiendo a los católicos y dando por terminada la Auld Alliance por el Tratado de Edimburgo de 1560.

Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra en 1621 (Daniël Mitjens)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue el final de lo que Charles de Gaulle describió como la “plus vieille alliance du monde” (la alianza más antigua del mundo), si bien hay algún experto que opina que nunca se llegó a derogar formalmente, por lo que seguiría vigente y en una fecha tan reciente como 1995 se celebró su séptimo centenario. Lo cierto es que aún cuando Escocia se volvió protestante siguió colaborando con Francia, sólo que desde otra perspectiva: en 1562 envió tropas a Normandía para ayudar a los hugonotes franceses; una situación algo bipolar porque, al mismo tiempo, continuaba existiendo la Garde Écossaise (que, de hecho, perduraría hasta 1830).

Fuentes: Franco-Scottish alliance against England one of longest in history (Mike Addleman en The University of Manchester)/The Politics of Non-Translation: A Case Study in Anglo-Portuguese Relations(João Ferreira Duarte)/Neutrality by Agreement: Portugal and the British Alliance in World War II (Joaquim da Costa Leite)/An antidote to the English: the Auld Alliance, 1295-1560 (Norman McDougall)/Conflict, Commerce and Franco-Scottish Relations, 1560–1713 (Siobhan Talbott)/Scotland, England and France After the Loss of Normandy, 1204-1296 “Auld Amitie” (M.A. Pollock)/Wikipedia/LBV