La sanguinaria furia vikinga que masacró y esclavizó a los monjes británicos para robarles sus tesoros

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Los temidos guerreros nórdicos llevaron la muerte consigo a todos los desprotegidos espacios sacros a los que arribaban en sus «langskip»

«Llegaron a la iglesia de Lindisfarne y causaron los más terribles estragos; profanaron con pies impíos los lugares santos, destruyeron los altares y se llevaron todos los tesoros de la sagrada iglesia. Mataron a algunos de los sacerdotes; a otros se los llevaron encadenados; a muchos los expulsaron, desnudos y cubiertos de improperios; a algunos los ahogaron en el mar».

 

 

Estas fueron las palabras con las que el monje Simeon de Durham hizo referencia al saqueo y la matanza de religiosos a manos de los belicosos hombres del norte el 8 de junio del año 793. Este ataque al monasterio de Lindisfarne (ubicado en una isla al noroeste de británico reino de Northumbria) es aceptado como el pistoletazo de salida de la Era Vikinga: el periodo de tiempo en el que guerreros procedentes de los territorios escandinavos sembraron el terror en la Europa de la Edad Media.

Esta es la historia de como la frase «A furare normannorum liberanos Domine» (De la furia de los nórdicos, libéranos, Señor) comenzó a resonar con fuerza en las islas británicas.

Guerreros y navegantes

Los temidos «normannorum» -como señala Richard Hall en su obra «El Mundo de los Vikingos»- eran aquellas gentes procedentes de Escandinavia y las tierras costeras del Báltico que se caracterizaban por las incursiones, el comercio y la colonización. En base a esta definición, se entiende que no todos los antiguos habitantes de las actuales Suecia, Dinamarca o Noruega eran vikingos «per se», sino unicamente aquellos que salían de sus territorios de origen con la finalidad de obtener (de una forma u otra) algún tipo de beneficio.

Entre las principales motivaciones que llevaron al desarrollo de las incursiones vikingas -así como a las colonizaciones que realizaron a posteriori en territorios como las islas británicas o la actual Francia- se encuentran las bajas temperaturas de la Península Escandinava (de donde eran oriundos). Estas tierras regadas por el Mar Báltico y el Mar del Norte se caracterizan por su clima poco benigno, el cual dista mucho de ser el más indicado para la práctica de la agricultura.

También es importante tener en cuenta que los vikingos contaban con una óptima tecnología naval debido a los numerosos fiordos y ríos que hay en sus tierras de origen. Esta familiaridad con el líquido elemento les llevó a desarrollar un tipo de embarcación robusta a la par que flexible, de poco calado e ideal tanto para la navegación marítima como la fluvial: el «langskip», popularmente conocido como «drakkar». Contaban además con otro tipo de barco con características parecidas llamado «knarr», empleado en este caso para el ejercicio del comercio.

En cuanto a su organización, formaban parte de distintos grupos que eran dirigidos por una élite compuesta por reyes, «jarls» o «earls». Como afirma Hall en su obra, en aquel momento «las fronteras modernas entre países no existían y el concepto de nacionalidad estaba, en el mejor de los casos, en estado embrionario» .

Fotograma de la serie «Vikingos»
Fotograma de la serie «Vikingos»

A pesar de esto, los vikingos sí compartían una larga lista de elementos comunes que hacían de ellos un grupo relativamente homogéneo. Como Yves Cohat señaló en «Los vikingos, reyes de los mares», estos nórdicos -ya antes de que comenzaran a asolar Europa a finales del siglo VIII- «hablaban la misma lengua (el noruego antiguo), compartían la misma existencia dura en granjas aisladas y contaban con las mismas deidades».

Cuando tuvieron lugar las primeras incursiones vikingas en la Europa de los siglos VIII y IX, el fervor combativo de los nórdicos asombró a todos aquellos que se vieron en la necesidad de hacerles frente. La justificación de esta cuasi temeraria actitud combativa residía en su panteón divino. La promesa del Valhalla (a donde ibas a parar en el caso de que fueses un buen guerrero) y el honor de sentarte en la mesa de Odín (su principal deidad) pesaba mucho en estos aguerridos luchadores.

Al respecto de la furia combativa nórdica, en la obra «Breve historia de los vikingos» de Manuel Velasco aparecen recogidas las siguientes palabras de un monje irlandés:

«Aunque hubiera cien cabezas de hierro forjado sobre un cuello y cien lenguas afiladas, dispuestas frías y temerarias en cada cabeza y cien voces locuaces, sonoras e incesantes en cada lengua, no podrían narrar o enumerar lo que han sufrido en común todos los irlandeses, hombres y mujeres, laicos y clérigos, viejos y jóvenes, nobles y vasallos, en penurias, heridas y opresión en sus casas a manos de esos valerosos, coléricos y absolutamente paganos pueblos».

Sangre de monje

La razón por la que los vikingos hicieron de los recintos religiosos su particular patio de recreo fue la gran cantidad de tesoros absolutamente desprotegidos que albergaban. Esta falta de vigilancia era debida a que -hasta aquel momento- a nadie se le hubiese ocurrido que las riquezas ubicadas en lugares sagrados precisaran de defensa alguna. Se pensaba que ningún cristiano, independientemente de las circunstancias, se atrevería a cometer tamaña tropelía.

Estos primeros ataques sobre centros religiosos tenían otra explicación a parte de la de hacerse con un botín fácil. En todos los casos las incursiones eran llevadas a cabo en emplazamientos situados cerca del mar, lo cual dice mucho acerca del «modus operandi» vikingo. El plan de los nórdicos solía consistir en -una vez habían desembarcado- masacrar a a todo desdichado individuo que se cruzase en su camino, tomar esclavos (a los cuales llamaban «thraell») y afanar todos los tesoros a su alcance. Tras esto se montaban en sus «langskip» y partían rápidamente del lugar en cuestión.

Durante el tiempo comprendido entre el 793 y el primer tercio del siglo IX, el número de guerreros y barcos empleados para las incursiones -así como la planificación de los viajes- no solían ser nada del otro mundo. Sin embargo, con el tiempo comenzaron a llevar a cabo expediciones mejor preparadas.

Según aparece recogido en varias fuentes, en años anteriores a las primeras incursiones realizadas en el reino de Northumbria, los vikingos ya habían creado asentamientos estratégicos emplazados en las islas Shetland, las Orcadas o las Híbridas.

También sabemos con certeza que el ataque sobre Lindisfarne no fue el primero que perpetraron estas gentes del norte. Como aparece recogido en la «Crónica Anglosajona» (una de las fuentes más importantes a la hora de analizar las andanzas de los vikingos en las islas británicas) los guerreros escandinavos ya habrían hecho de las suyas con anterioridad en las costas de Portland. Este acontecimiento aparece registrado de la siguiente forma:

«En este año (se cree que fue en torno al 789) el rey Brihtric se casó con Eadburh, hija de Offa. Y durante su reinado llegaron por primera vez tres barcos de nórdicos. El magistrado fue a encontrarlos y trató de obligarlos a ir a la residencia del rey, pues no sabía quiénes eran, y ellos lo asesinaron. Aquellos fueron los primeros barcos daneses que llegaron a la tierra de los ingleses».

«The Ruins of Lindisfarne Priory»
«The Ruins of Lindisfarne Priory»– Thomas Girtin

Como explica F. Donald Logan en «Los vikingos en la historia», el que se refiriesen a los nórdicos como «daneses» no implica que realmente lo fuesen, ya que este era un término habitual para referirse en la época a estos guerreros paganos. A este mismo respecto, hasta en tres versiones de la «Crónica Anglosajona», se explica que los perpetradores del ataque venían de Haeredalande (Hörtaland, en el occidente de Noruega), lo cual refuerza aún más esta teoría.

La historiadora Laia San José señala en su página «The Valkyrie´s Vigil» que este primer encontronazo pudo dar pie al resto de ataques llevados a cabo por estos guerreros paganos en las costas británicas. A pesar de esto, la incursión en Lindisfarne es considerada normalmente como el inicio de la Era Vikinga, ya que tuvo el saqueo como primer y único objetivo.

Aquellos actos cometidos por los nórdicos el 8 de junio del 793 también aparecen descritos en la «Crónica anglosajona». La virulencia de la que hicieron gala los paganos en su ataque al monasterio fue relatada de la siguiente forma:

«En este año (793) vinieron terribles advertencias sobre la tierra de Northumbria, aterrorizando a todos: éstas fueron inmensos haces de luzcruzando a través del cielo, y torbellinos, y fieros dragones volando en el firmamento. Estos ingentes males fueron seguidos por una gran hambruna: y no mucho después, en ese mismo año -el 8 de junio- las horrorosas incursiones de hombres paganos causaron lamentables estragos en la iglesia de Dios en la isla sagrada, mediante el saqueo y la masacre».

Según explica Logan, la incursión en Lindisfarne supuso un ataque al cuerpo y alma de la Inglaterra cristiana. Los nórdicos -poniendo en práctica a la perfección el que sería en adelante su «modus operandi»- asesinaron salvajemente a todos los monjes que encontraron a su paso, robaron todo aquello que consideraron de valor e hicieron varios esclavos entre los religiosos.

La sacudida que provocó el ataque en el mundo cristiano hizo que no pasase mucho tiempo antes de que llegasen noticias acerca del mismo a la corte del rey franco Carlomagno. Alcuino de York -uno de los principales intelectuales anglosajones de la época- entendió la incursión vikinga como un castigo divino fruto de los pecados y las fallas morales de los monjes de Lindisfarne. Sin embargo, los ataques a partir de este momento fueron sucediéndose y aumentando en número.

Ante la conmoción y la incredulidad de la Europa medieval, los guerreros nórdicos se dispusieron a continuar explotando ese filón que suponían los indefensos lugares cristianos enclavados en la costa. En el 794 se llevó a cabo una nueva incursión, esta vez en un monasterio situado en Jarrow (un poco más al sur que Lindisfarne). Así mismo, como explica Cohat en su obra, dos años después se produjeron sendos ataques en recintos sagrados ubicados en Iona (isla al oeste de Escocia) y Morganwg (sur de Gales).

La Europa del medievo comenzó a relacionar estos sucesos con las palabras del profeta Jeremías: «Del norte saldrá el mal y caerá sobre todos los habitantes de la tierra».

A pesar de esto, las brutales incursiones llevadas a cabo entre finales del siglo VIII y principios del IX no eran para los reyes anglos la principal problemática a la que debían hacer frente, enfrascados como estaban en sus disputas intestinas. Como señala Paddy Griffith en «Los vikingos: el terror de Europa», no fue hasta después del año 830 cuando la presión ejercida por los nórdicos sobre Inglaterra y Francia se hizo más difícil de llevar.

Las horrorosas incursiones de hombres paganos causaron lamentables estragos en la iglesia de Dios en la isla sagrada, mediante el saqueo y la masacre«Crónica Anglosajona»

 

Fuente ABC