La Rebelión Maji Maji de Tanganika y su terrible represión por los alemanes

Guerreros maji maji/Foto: Bundersarchiv, Bild, en Atlanta Back Star

A cualquiera que hoy en día visite Tanzania, la esencia de África en palabras de Javier Reverte, le resultará difícil imaginarse que ese paraíso de la vida animal (Serengueti, Ngorongoro…) donde los antepasados del Hombre dieron sus primeros pasos (Olduvái) y en el que ahora se puede probar una de las experiencias viajeras más intensas y recomendables, un safari (al fin y al cabo el significado de esta palabra swahili es viaje), hace menos de siglo y cuarto estaba envuelto en una brutal guerra -valga la redundancia- que tiñó de sangre su tierra y constituyó uno de los episodios más tristes de la historia tanzana: la Rebelión Maji Maji.

 

 

A principios del siglo XX, ese país era una colonia europea, como casi todo el resto del continente. Se llamaba Tanganika y estaba integrada, junto con lo que hoy son Ruanda, Burundi y la parte septentrional de Mozambique, en el África Oriental Alemana, uno de los territorios coloniales que tenían los germanos en esas latitudes (los otros eran Africa Alemana del Sudoeste -o sea, la actual Namibia-, Togoland -formado por Togo y Ghana- y Camerún). Eran zonas dispersas y relativamente pobres, los restos del despojo que habían dejado británicos y franceses para contentar las aspiraciones imperialistas de Bismarck en la Conferencia de Berlín de 1884.

Mapa del África Oriental Alemana con la zona de la rebelión coloreada en rojo/Imagen: Maximilian Dörrbecker (Chumwa)en Wikimedia Commons

Tanganika carecía de minas y de bosques madereros, así que la única forma de explotarla que resultara rentable era dedicándola a la agricultura, aprovechando la fertilidad de su suelo. El problema estaba en convencer a los indígenas de la necesidad de cultivar tierras en vez de pastorear ganado, como era tradición entre muchos pueblos que, además, tenían en esa ocupación la clave no sólo de su economía sino también de sus usos sociales. De hecho, la cuestión iba más allá porque lo que se ordenó plantar para obtener un beneficio apreciable fue algodón, una planta completamente ajena a la tradición africana que tenía sus principales centros de producción en América.

Los pueblos tanzanos se encontraron, pues, con la orden de cambiar radicalmente su actividad, lo que puso patas arriba todo. Primero, porque dedicarse al algodón de forma intensiva, como demandaban las autoridades coloniales, implicaba abandonar la agricultura de subsistencia que proporcionaba el complemento familiar alimentario, lo que dejaba a la gente sin esa cobertura; y segundo, porque ante las reticencias se estableció un sistema de cuotas de producción -controlado por los jefes tribales- que en la práctica equivalía al trabajo forzoso.

Gustav Adolf von Götzen/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Así, los nativos debían permanecer en las plantaciones durante meses dedicados exclusivamente al algodón, quedando en manos de las mujeres la roturación, siembra y recolección de sus modestas parcelas; como ellas ya tenían su propio rol en la vida tribal, la estructura socioeconómica popular empezó a desmoronarse causando un descontento que se ampliaba con los tributos que exigía la autoridad colonial (y que también incluían la prestación obligatoria para obras públicas). En tales circunstancias el malestar se extendió como la pólvora y sólo faltaba una chispa que la encendiera para desatar la tragedia.

Llegó a principios de 1905, cuando una fuerte sequía amenazó con destruir los cultivos familiares abocando a todos al hambre y los dirigentes alemanes no tuvieron asertividad para permitir a los hombres su regreso a casa a afrontar la situación. El crisol del descontento fue, como pasaba a menudo en África, un hechicero; su nombre era Kinjikitile Ngwale y decía estar poseído por un espíritu llamado Hongo que reclamaba la expulsión de los blancos. Las dramáticas circunstancias hacían que la gente estuviera dispuesta a escuchar a cualquiera que prometiera una
solución y, así, Ngwale se convirtió en líder moral del sentimiento subversivo, autorrebautizándose como Bokero e incitando a la rebelión.

Desarrollo de la campaña /Imagen: Atlanta Black Star

Enfrentarse al poder militar de Alemania parecía tarea imposible a priori, por eso el hechicero proporcionó a los sublevados un arma secreta: el maji maji que a la postre daría nombre al movimiento. Maji significa agua en swahili y, junto con mijo, maíz y aceite, era el componente básico de una poción mágica que, a la manera de la de Panorámix, volvería invencibles a quienes la tomasen, ya que tendría la extraordinaria facultad de convertir en el líquido elemento las balas disparadas por el enemigo.

Eso debía compensar la falta de armamento disponible, ya que lanzas, flechas y piedras no parecían un equipo adecuado para enfrentarse al todopoderoso Schutztruppe (el ejército colonial). Consecuentemente, miles de maji maji -como se los llamó- se levantaron contra el dominio teutón llevando atados en la frente manojos de mijo y lanzándose contra los pequeños fortines que los alemanes habían construido de forma repartida y algo aislada por la colonia para controlarla ante su insuficiencia de efectivos.

Askaris del Schutztruppe/Imagen: The Mad Monarchist

Primero se levantó una tribu de Kilwa, luego se fueron uniendo otras y en cuestión de semanas el sur de la colonia estaba en ebullición. Desde el ataque que abrió las hostilidades, el realizado a Samanga en julio de 1905, fueron varios bastiones los que sufrieron ataques a lo largo del verano; si bien el número de bajas recibidas no fue alto, el miedo se extendió entre la población blanca, sobre todo después del incendio de varias granjas y de la muerte del obispo de Dar es Salaam, Speiss, junto a los misioneros que le acompañaban en un viaje, sobre los que cayeron los maji maji sin piedad.

Los alemanes reaccionaron con virulencia, deteniendo y ejecutando a Bokero. Pero la caja de los truenos ya estaba abierta y la numerosa tribu Ngoni se unió a la rebelión. Ante aquel nuevo peligro, el 21 de octubre una columna germana les salió al paso en Mahenge, donde poco antes ya había masacrado a miles de maji maji con ametralladoras, y de nuevo se cobró una rápida victoria. Ese mismo otoño empezaron a llegar refuerzos desde la metrópoli y otras colonias como Papúa y Melanesia que, unido a los contingentes de askaris (soldados nativos), formaron un considerable ejército dispuesto para la represión de la revuelta. Incluso se reclutaron guerreros zulúes y sudaneses.

la batalla de Mahenge (Wilhelm Kurhert)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Bajo el mando del gobernador Gustav Adolf von Götzen, un aristócratico militar y explorador que una década antes había recorrido las tierras ruandesas y estado en la Guerra de Cuba como observador, avanzaron sistemáticamente destruyendo todo a su paso en una táctica de tierra quemada; ello supuso miles de muertos en acción para los indígenas que intentaban impedirlo desesperadamente pero que sólo obtuvieron victorias parciales como la del río Rufiki. Para la primavera, Alemania ya había recuperado el control de toda la parte sudoccidental de la colonia y la confianza de los maji maji en su poción empezó a debilitarse ante la cruda realidad de las armas teutonas y la hambruna que afligía a sus familias, deliberadamente provocada por los militares alemanes mediante la destrucción de sus campos de cultivo y la matanza de ganado.

Aún así, la insurgencia persistió en forma de guerrillas, emboscando contingentes enemigos aquí y allá. Pero ya eran únicamente picotazos intrascendentes y reducidos a la zona sur de Tanganika. En agosto de 1907 el gobernador puso fin oficial a las operaciones con un parte de bajas muy significativo: muertos sólo se registraron 23 alemanes -contando a los misioneros citados- y 289 askaris. Las cifras de fallecidos maji maji son imposibles de determinar con precisión, calculándose entre 75.000 y 300.000, según incluyan tanto a los caídos en combate como a los que lo hicieron por hambre (por tanto, también familiares).

Prisioneros maji maji en 1906/Foto: Downluke en Wikimedia Commons

La Rebelión Maji Maji no alcanzó tanta repercusión mediática como la que había tenido poco antes la de los herero y namaqua de Namibia, por ejemplo, aunque los métodos y resultados fueron parecidos hasta el punto de que la colonia tardó veinte años en recuperarse, y eso con un giro radical de su política, que pasó a ser modélica en comparación con las de las colonias de otras naciones. Curiosamente, la confianza ciega en una poción milagrosa que otorgaba invulnerabilidad fue recuperada más tarde por el movimiento Mau Mau de Kenia y más recientemente por los Mai Mai del Congo. Con la misma efectividad.

Fuentes: El sueño de África. En busca de los mitos blancos del continente negro (Javier Reverte)/The German Colonial Empire (Woodruff D. Smith)/La rebelión Maji Maji. Un análisis historiográfico (José Arturo Saavedra Casco)/A Modern History of Tanganyika(John Iliffe)/Maji Maji. Lifting the fog of war (James Giblin & Jamie Monson ed.)/German colonial wars and the context of military violence (Susanne Kuss)/Wikipedia/LBV