La insólita guerra judicial por la patente del alambre de espino

Un segmento del alambre ganador en el Ellwood House Museum/Foto: A. McMurray en Wikimedia Commons

El título suena un poco surrealista, casi absurdo, pero acudir a los tribunales reclamando una patente denegada o para solventar a quién corresponde es algo que aparece en la historia bastante a menudo, aunque no todos los casos alcancen la misma repercusión mediática. Por ejemplo, uno de los mas famosos fue la llamada Guerra de patentes librada contra el control monopolístico que Thomas Alva Edison había impuesto sobre la producción cinematográfica y hoy en día es bastante común este tipo de pleitos. En 1892 algo tan simple y extendido como el alambre de espino originó un conflicto judicial que terminó reformando las leyes de patentes y dándoles su sentido actual.

 

 

 

La alambrada de púas no era nueva; llevaba utilizándose al menos desde 1845, cuando el inglés Richard Newton la introdujo en Argentina para limitar los pastos del ganado. Una de esas ideas brillantes por su eficacia pero también por su simplicidad, facilidad de colocación y bajo coste tanto de fabricación, algo especialmente útil en las enormes extensiones de la pampa, en las que colocar vallas de madera resultaba difícil y caro. A partir de ahí, el invento fue experimentando mejoras, primero por parte de los franceses Leonce Eugene Grassin-Baledans y Louis François Janin, después por el estadounidense Michael Kelly, de manera que para el año 1867 ya había seis patentes.

Anuncio decimonónico de alambrada de espino/Imagen: Wikiwand

Sin embargo, la clave no estaba tanto en la alambrada en sí como en su aplicación. Y ahí entró en escena Lucien B. Smith, de Ohio, que en 1867 supo leer acertadamente las necesidades que creaba la expansión del país hacia el Oeste: grandes llanuras en las que se manifestaba en su forma más cruda la ancestral rivalidad entre ganaderos y agricultores, que sólo se podía solucionar cercando las parcelas para no dejar pasar las reses a los cultivos; asimismo, había que impedirles interrumpir el camino vertebrador del ferrocarril. Y todo ello con un método que permitiera suplir eficazmente la escasez de madera y piedra.

Smith patentó su alambrada con la habilidad de especificar que se trataba de un sistema para aplicar al mundo agrario ganadero. Todo un acierto porque resultaba bastante mejor, práctica y económicamente, que alternativas como el Osage orange, un arbusto espinoso que requería plantación previa y del que había que esperar su crecimiento (aunque, paradójicamente, luego se usó su madera para hacer los postes que sostenían las alambradas). Pero en 1874, con el uso ya generalizado, llegó la tormenta y también tenía nombre propio: Joseph Glidden, un hombre de negocios de Charlestown, New Hamphire,

Joseph Glidden/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De ascendientes ingleses, Glidden se estableció en Illinois en 1844, donde tras morir su esposa y dos hijos, se volvió a casar, llegando a ser sheriff del condado de DeKalb. En 1874 solicitó la patente de un alambre de espino fabricado de una forma diferente (fijaba las púas entre dos alambres tensados en espiral con un molino de café) y entonces llegó una demanda de Smith, que consideraba que aquello no era nuevo y, por tanto, no debía ser admitido. La Oficina de Patentes y Marcas, en efecto, negó la petición de Glidden pero éste no se conformó y apeló a la Corte Suprema. Empezaba una batalla legal que ha pasado a la posteridad conocida como The Barbed Wire patent case, 143 U.S. 275.

El tribunal tenía que determinar si la innovación introducida en su fabricación -un segundo alambre que aseguraba las púas mediante tensión- era lo suficientemente original como para considerar esa alambrada algo distinto y patentable. Ésa era la clave del caso, puesto que, por lo demás, su barbed wire seguia el mismo concepto que la de Lucien Smith, como el propio Glidden admitió. A favor tenía el éxito de su alambrada, que había sustituido a la del otro en casi todas partes y ya era la más común. También que hubo otros imitadores pero posteriores a su solicitud de patente.

La patente de Glidden/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Así, la Corte Suprema terminó fallando a su favor por mayoría de los miembros del tribunal (hubo un único voto en contra): la barbed wire de Glidden aportaba la suficiente originalidad en su elaboración como para considerarse un invento distinto al de Smith y, por tanto, se le concedía el derecho a fabricarla y comercializarla con su correspondiente licencia. Más allá de la curiosa anécdota histórica, la sentencia resultaría trascendental para sentar las bases de las futuras leyes de patentes, especialmente en lo concerniente al carácter novedoso de los inventos, basándose en la aceptación de los usuarios de un producto sobre sus competidores y en la mejora introducida en dicho producto respecto a los demás.

Triunfante, Glidden fundó la Barb Fence Company, con sede en DeKalb (Illinois) y dedicada a la producción de alambrada de espino, que promocionó por todo el territorio nacional haciendo exitosas demostraciones de su eficacia y obteniendo jugosas ventas (aún cuando después otros inventores diversificaron las alambradas en muchos más modelos y aplicaciones). Gracias a ello se enriqueció hasta el punto de que al morir en 1906 era uno de los hombres más acaudalados de EEUU, antes tuvo tiempo de ser candidato demócrata al Senado, vicepresidente del DeKalb National Bank, director del ferrocarril North Western Railroad y filántropo de la enseñanza (era maestro). Una ciudad de Iowa lleva su nombre.

Sistemas de alambrada creados por Glidden, el de la discordia fue el inferior/Imagen: ArcheoHistorical

Fuentes: The Barbed Wire Patent 143 U.S. 275 (1892) (Justia, U.S. Supreme Court)/The Devil’s Rope. A cultural history of barbed wire (Alan Krell)/American inventors, entrepreneurs, and business visionaries (Charles W. Carey)/Understanding Patent Law(Amy L. Landers)/Patent Interference Practice Handbook (Jerome Rosenstock)/Wikipedia/LBV