La Guerra del Huevo, una batalla entre dos compañías estadounidenses por la recogida de huevos

Espectacular imagen de la colonia de araos de Farallon Islands/Foto: Duncan Wright en Wikimedia Commons

Cuando se habla de huevos en el contexto de una guerra suele hacerse en tono metafórico. Sin embargo, hubo al menos una contienda en la que la interpretación debe ser literal, hasta el punto de que ha pasado a la historia con ese nombre: la Guerra del Huevo o Egg War, en su versión original, pues al fin y al cabo tuvo lugar en EEUU. Se trató de un conflicto armado pero también legal, lo que en ese país supone que puede rebajar su violencia pero no su intensidad ni la correspondiente repercusión mediática. Business is business.

 

Como vimos días atrás en el artículo de las alambradas de espino, la cuestión de derechos y patentes se toma muy a pecho en territorio estadounidense, pasando a menudo a constituir episodios más o menos llamativos de su joven biografía nacional. Por eso no es de extrañar que muchos de los más curiosos ocurrieran en el siglo XIX, cuando aún estaba en crecimiento como país y se bautizaba con el nombre de guerras a los numerosos incidentes registrados, bien a tiros (y también aquí hemos tratado alguno, como por ejemplo la Sangría de Kansas), bien mediante demandas jurídicas, bien por ambas vías.

Un egger o recolector de huevos en Farallon Islands/Imagen: Tales of old California

La Guerra del Huevo empezó en 1863 y tuvo como escenario causal las Farallon Islands, en español los Farallones y no es gratuito el dato porque fue el fraile Antonio de la Ascensión quien, durante la expedición de Sebastián Vizcaíno en 1603, bautizó así a un conjunto de islotes y peñascos situados a cuarenta y tres kilómetros al oeste de San Francisco, separados de la costa occidental de EEUU por el Golfo de los Farallones (se pueden ver desde la ciudad en días claros). Probablemente los había avistado antes el cordobés Juan Rodríguez Cabrillo en 1542, aunque su muerte en esas latitudes le impidió dejar un relato del viaje, por lo que las primeras noticias escritas de las islas corresponden a unas décadas después, 1579.

Ese verano, el marino inglés Francis Drake navegaba por la zona durante su famosa vuelta al mundo y desembarcó en California, fundando un puerto donde reparar sus naves y reclamando la posesión de aquellas tierras para Inglaterra. Las llamó Nova Albion y no se sabe la localización exacta de dicho puerto porque la mantuvo en secreto para no poner sobre aviso a los españoles, ya que en realidad California formaba parte del Virreinato de Nueva España. El caso es que el 24 de julio Drake accedió a las Farallones, a las que nombró Saint James porque a la jornada siguiente era el Día de Santiago, para cazar leones marinos y recoger huevos de ave.

Farallon Islands/Foto: Jan roletto en Wikimedia Commons

Aquí está el quid del asunto. Esos islotes son el lugar de nidificación de aves marinas más importante de EEUU aparte de los de Alaska y Hawai; de hecho hoy tienen consideración de Refugio Nacional de Vida Silvestre y está prohibido acceder a ellos (aunque en las inmediaciones se ha instalado un cementerio nuclear submarino). En los recovecos de su superficie de granito hay decenas de miles de huevos de las diversas colonias de especies que viven en el entorno y que crecieron sin problemas porque ancestralmente los indios no se acercaban por superstición, al pensar que era un lugar donde habitaban los espíritus de los difuntos; incluso tenían su propio nombre para el sitio: Islas de los Muertos. Lo cierto es que era difícil y peligroso navegar entre esos escollos que los marineros solían conocer también como Dientes del Diablo, en parte por ello y en parte por la abundancia de tiburones blancos, que asimismo tienen allí un auténtico santuario.

Y eso fue precisamente lo que desencadenó los acontecimientos. La abundancia de huevos y mamíferos atraía barcos de vez en cuando para aprovechar esos recursos y reponer provisiones, pero mientras California fue territorio español primero, y mexicano después, no se consideró la posible explotación comercial de los huevos. Solían ser barcos rusos los que se aproximaran para obtener pieles, sobre todo, llegando a instalar una estación en los Farallones entre 1812 y 1840, y acabando prácticamente con las focas, leones marinos e incluso ballenas.

Ubicación de las islas/Imagen: TShilo 12 en Wikimedia Commons

Ahora bien, en 1848, formando ya parte de EEUU por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, cambiaron las cosas. Para empezar se construyó un faro con el objetivo de poner solución a los frecuentes naufragios, lo que facilitó la navegación y llevó al siguiente escalón. La atención depredadora pasó de los mamíferos marinos a las aves y, más concretamente, a los huevos. San Francisco crecía en tamaño y población por la fiebre del oro, y la demanda de ese producto disparó los precios obligando a buscar alternativas más baratas. Estaban justo enfrente; bastaba cruzar el golfo y podían conseguirse hasta medio millón de unidades al mes. Era cuestión de tiempo que la competencia por cogerlas estallase y así ocurrió en apenas un año.

Una de las compañías implicadas era la Pacific Egg Company, más conocida como Farallon Egg Company. Su dueño, un inmigrante del que sólo sabemos que era conocido como Dr. Robinson, se había enriquecido en ese negocio desde que empezó con un pequeño barco con el que faenaba en verano, cuando el tiempo resultaba menos arisco, y sus hombres trepaban acantilados arriba recogiendo huevos de arao, más cotizados por tener un tamaño mayor que los de gallina o gaviota. Los empleados los recogían y acumulaban en su chaleco a lo largo de la jornada para luego llevarlos a la nave. Aunque en el primer viaje se perdió la mitad de la frágil carga, los beneficios fueron tan grandes que el negocio quedó establecido… y otras empresas intentaron obtener su parte del pastel.

Un egger o recolector de huevos de Farallon Islands con su característico chaleco lleno/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero Robinson no estaba dispuesto a compartirlo. Cuando un competidor, David Batchelter, trató de desembarcar con una cuadrilla en los Farallones, se lo impidió, produciéndose enfrentamientos que, poco después, cuando los otros regresaron armados, se agravaron con intercambio de disparos. La lucha se repetiría dos veces más en los días siguientes dejando dos muertos, uno por cada bando y cuatro heridos. La situación se volvió tan tensa que, tras cada recolección, los trabajadores de la Pacific Egg procedían a destruir los huevos que quedasen en los nidos para disuadir a la competencia de acercarse a por ellos. Sabían que para la suya no constituía problema porque en pocos días las aves volverían a ponerlos frescos. Rematando su estrategia, Robinson declaró las islas de su propiedad, poniendo vigilantes armados y permitiendo el acceso únicamente a pescadores, que además sólo podían faenar en los islotes menores y más peligrosos.

Fisherman’s Bay, lugar donde se produjo el enfrentamiento/Foto: Duncan Wright en Wikimedia Commons

Era el año 1863 y la cosa terminó en los tribunales. Éstos fallaron a favor de Robinson, otorgándole sus reclamados derechos sobre las islas South East Farallon y West End (también llamada Maintop) y condenando a Batchelter a prisión por asesinato, aunque al final se le absolvió por un tecnicismo. Éxito total de Robinson, que veía así cómo quedaban subsanadas las adversidades anteriores: ya no tenía competencia y además quedaba en nada la reclamación del gobierno federal sobre las islas hecha en 1853 para levantar el citado faro, cuyo torrero era la autoridad oficial teórica (puso orden en los primeros conflictos pero el día de los disparos estaba ausente).

Las dos islas principales/Imagen: Seabirds of the Farallon Islands

No obstante, tampoco la Pacific Egg Company disfrutaría mucho las mieses del triunfo; menos de dos décadas. En los años setenta decimonónicos, con la amenaza latente de un conflicto continuo con el gobierno federal, terminó vendiéndole sus derechos y éste prohibió la recolección de huevos en 1881. Los pescadores continuarán haciéndola pero a título individual. Gracias a ello, la colonia de aves empezó a recuperarse lentamente pero aún hoy está por debajo de la existente antes de la actividad de los llamados eggers; catorce millones de huevos recogidos en treinta años tienen la culpa.

Fuentes: Tales of old California (Frank Oppel)/The Lightkeepers’ Menagerie. Stories of animals at lighthouses (Elinor De Wire)/Brilliant beacons. A history of the american lighthouse (Eric Jay Dolin)/Wikipedia/LBV