Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente, Estambul. Imposible describir la ciudad turca mejor y más sencillamente que Espronceda.
Una urbe de vocación occidental en un país islámico, un nombre que a mí siempre me ha provocado la evocación de misterios exóticos, un lugar donde se cruzaron pueblos, culturas, imperios, religiones y estilos artísticos.
Estambul acumula tras sus murallas -esto es un decir porque fueron demolidas en el siglo XV por Mehmet II al bombardearlas con un cañón gigantesco- montones de maravillas. El ejemplo más conocido es Santa Sofía -que ahora es una mezquita pero originalmente era una basílica bizantina-, junto al Palacio de Topkapi, el gran Bazar, la Mezquita Azul y la Süleymaniye Camii. Pero hay otros rincones menos visitados e igual de encantadores que parecen estar esperando a ser descubiertos por quienes se salgan un poco de los itinerarios típicos.
Uno de mis preferidos es la Kit Kulesi, un pequeño edificio situado sobre una minúscula isla en medio del Bósforo. No resultará desconocida porque iconográficamente es uno de los símbolos de Estambul. Sin embargo no todo el mundo se toma la molestia de buscar alguna embarcación para ir hasta allí (desde Ortaköy, en la parte europea, y Salacak, en la parte asiática, tres salidas diarias), y eso que no suele cobrarse más de un euro. Lo cual es una lástima porque se obtiene una perspectiva de la ciudad perfecta para las cámaras fotográficas, desde doscientos metros de la costa.
Además, pese a su reducido tamaño (mil doscientos metros cuadrados en total), acumula un puñado de leyendas de ésas que incitan a ver las cosas de cerca. La primera se remonta a la Antigüedad clásica y en cierto modo parte de un equívoco ya que la historia original se situaba en otro estrecho, el de los Dardanelos o Helesponto. Leandro era un joven griego que, enamorado de Hero, sacerdotisa de Afrodita, atravesaba a nado el Helesponto cada noche para verla, guiado por el resplandor de la antorcha que ella encendía. Un aciago día, una tormenta apagó la tea y Leandro, incapaz de encontrar el camino a oscuras, se ahogó; entonces Hero se suicidó para ir en busca de su amado. Por ello muchos denominan a la torre, equivocadamente, Torre de Leandro.
La otra historia es de tiempos bizantinos y cuenta que la torre fue construida por unemperador (un sultán, según otra versión) para mantener a salvo de todo peligro a su hija, a la que una adivina había profetizado la muerde por mordedura de unaserpiente; lamentablemente, en una cesta de frutas que se envió a la isla se coló un día un reptil y, en efecto, mordió a la joven, haciendo inútiles los esfuerzos de su padre. Por esta razón al lugar se le llamó Kiz Kulesi, que significa Torre de la Doncella.
La Historia con mayúsculas, más prosaica, dice que fue el emperador Manuel Comneno quien en el siglo XII mandó construir ese torreón para que sirviera de punto de anclaje a la gigantesca cadena que cerraba el paso de las galeras por el Bósforo, si bien es cierto que antes ya se había utilizado con fines defensivos aquel pedazo de tierra: en la Guerra del Peloponeso, por ejemplo, fue un bastión. Originalmente estaba conectada a tierra por una muralla, cuyos restos todavía son visibles.
Reconstruido en el siglo XVIII y artillado por el sultán Mehmet II, la Torre de Leandro o de la Doncella ha tenido múltiples usos: faro, oficina de aduanas, lazareto para cuarentenas, casa de retiro para marinos y puesto de inspección. Tras una reforma y restauración en el año 2000, se instaló un recoleto café-restaurante, tan encantador como caro, con música en vivo, que pude visitar en mi última estancia en un apartamento reservado a través de hundredrooms.com.
Fuente LBV