Basilio I: cómo un humilde campesino se convirtió en emperador de Bizancio

Busto de Basilio I/Foto: Vlasis Vlasidis en Wikimedia Commons

El 29 de agosto del año 886 d.C. un hombre falleció tras haber contraído unas fiebres como consecuencia de un terrible accidente durante una cacería. Su cinturón se había enganchado en las astas de un ciervo y el animal le arrastró bosque a través a lo largo de varios kilómetros hasta que finalmente llegó la ayuda, aunque la desagradable experiencia le llevó a la muerte a posteriori. Ese hombre era nada menos que el todopoderoso Basilio I, emperador de Bizancio, cuya principal característica fue el haber alcanzado el trono pese a su condición de humilde campesino.

 

 

Ese radical ascenso social no fue un caso único en la Historia y, por ejemplo, aquí mismo vimos no hace mucho el de Nader Shah, que tuvo ciertas similitudes. Pero es frecuente que este tipo de personajes se hicieran un nombre por sus conquistas militares, sobre todo, y aunque Basilio no tuvo ocasión de demostrarlo personalmente, su reinado se distinguió tanto por el poderío militar alcanzado como por la acertada gestión gubernamental que llevó a cabo, favoreciendo una etapa de esplendor político y cultural en el Imperio Bizantino.

Dada su procedencia es difícil saber con seguridad cómo transcurrió su infancia. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, que se calcula entre los años 811 y la década de los treinta de ese siglo IX, ocurrida en Chariopolis, una ciudad romana que hoy corresponde a la Hayrabolu turca (en la parte europea del país) y que entonces formaba parte del thema bizantino de Macedonia (el thema constituía la unidad básica en que se dividía administrativamente el imperio, sustituyendo a la provincia desde la reforma de Heraclio doscientos años antes).

Sólido bizantino con las efigies de Basilio y su esposa Eudoxia, con su hijo Constantino en medio/Imagen: Classical Numismatic Group en Wikimdia Commons

De hecho, ni siquiera se sabe el nombre de su padre; únicamente el de su madre, Pankalo, de etimología griega. Tampoco está clara su etnia. Por supuesto, durante su reinado se le atribuyó un origen vinculado a la dinastía real arsácida, es decir, de Armenia, pero la historiografía árabe (Hamza al-Isfahânî, al-Tabari) le consideraba eslavo, denominación genérica que se aplicaba a los naturales de Tracia (que comprendía zonas de la actual Bulgaria, Turquía continental y norte de Grecia). Hay quien armoniza ambas tesis sugiriendo que su padre fue armenio establecido en la Tracia bizantina.

También se contaba que la familia de Basilio estuvo cautiva del príncipe búlgaro Krum, fundador de la dinastía homónima, originaria de Panonia o Macedonia, que pacificó Bulgaria, la dotó de su primer corpus legislativo y la convirtió en un pujante reino constriñendo la extensión del Imperio Bizantino. En cualquier caso, Basilio debió evadirse y conseguir que le nombrasen paje de Teofilitzes, que era pariente del césar Bardas. En Bizancio el término césar equivalía al de príncipe o regente; Bardas, como hermano de la ex-emperatriz Teodora y tío del emperador Miguel III, prometía ser una garantía para el nuevo destino del joven Basilio. No obstante, estuvo poco tiempo al servicio de Teofilitzes porque durante una visita a Patras se ganó el favor de una acaudalada viuda llamada Danielis que luego le legó su fortuna.

Retrato ecuestre de Krum (V. Antonov)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De esta forma, ya tenemos al campesino convertido en un rico prohombre. Apañado el factor económico, quedaban el social y el político. La solución al segundo llegó por una insospechada vía: la deportiva. Basilio demostró tener una capacidad especial para la lucha libre y ganó varios campeonatos, de manera que entabló amistad con Miguel III, que demostró ser muy aficionado y le incorporó a la Manglabitas, su guardia de corpspersonal, como parakoimomenos (literalmente el que duerme junto a la cámara del Emperador).

Por último, la mejora de su posición social se concretó en el 865, cuando Miguel le obligó a divociarse de su modesta esposa, María, para que se casara con su propia concubina, Eudoxia Ingerina, para acallar los reproches continuos de Teodora. Así, consiguió asegurar su lugar en la corte y al año siguiente, como hombre de confianza fue el encargado de asesinar al citado Bardas, de quien se sospechaba que conspiraba para hacerse con el poder, asumiendo él su cargo de césar. Más aún, el 26 de mayo de 866 Miguel le asoció al trono, adoptándole.

Basilio derrotando a un búlgaro en un combate de lucha libre/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Todo parecía ir bien pero había una sombra que empañaba aquella relación entre ambos: en septiembre Eudoxia dio a luz a un niño al que bautizaron León y Basilio siempre sospechó que en realidad era hijo del emperador, quien seguiría viéndose con ella. Fuera cierto o no, todos opinaban igual y encima empezó a recibir insinuaciones sobre renunciar a su derecho a la sucesión en favor del recién nacido. Peligraba aquella posición tan arduamente ganada, algo que se agravó cuando Miguel empezó a desviar su atención hacia un nuevo favorito, Basiliskiano, otro cortesano de quien se decía que había empezado desde abajo, como simple remero (aunque otros lo identificaban como hermano de Constantino Kapnogene, prefecto de la ciudad).

Miguel III asociando al trono a Basiliskiano/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Un significativo suceso convenció definitivamente a Basilio: durante las carreras de cuádrigas organizadas para celebrar el nacimiento de León, Basiliskiano, que ya se vestía con atuendo imperial, aclamó tan estentóreamente al emperador que éste, halagado, se quitó sus botas rojas exclusivas de su cargo y se las hizo poner al otro. Basilio no ocultó su desagrado, Miguel se lo recriminó y la relación quedó rota de forma irremisible. El gran error del emperador fue no percatarse de que su integridad física dependía de quien, al fin y al cabo, era su escolta. Y cuya ambición no conocía límites.

En septiembre de 867, exactamente un año después, Basilio no dejó escapar la ocasión cuando Miguel y Basiliskiano dormían completamente ebrios tras uno de sus banquetes. Ayudado por su hermano Marino y su primo Ayleon, los asesinó y como aún era co-emperador pasó a ser basileus, culminando su carrera. No hubo ningún problema en la sucesión porque el crimen tuvo lugar en otra ciudad, Santa Mamas, y además todos detestaban el libertinaje del difunto, quien había descuidado su responsabilidad como gobernante dejando la administración convertida en un caos. Hasta su alias era bien expresivo: el Beodo.

El asesinato del emperador Miguel III por Basilio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Nadie confiaba en que Basilio fuera buen monarca, dada su falta de educación y su inexperiencia, tanto militar como administrativa. Tampoco prometía la desordenada vida que llevaba hasta entonces, con la hermana de Miguel, Tecla, como amante y obligado a participar en las degradantes fiestas palatinas. Pero todos se equivocaron. Basilio reinó diecinueve años, inaugurando una nueva dinastía, la macedónica, que no se extinguiría hasta el año 1057 (en que la sustituyó la de los Commeno) y que proporcionaría al imperio su período de mayor poder y extensión.

Su labor legislativa, que le valió ser comparado con Justiniano, se plasmó en una magna obra de sesenta volúmenes titulada Basilika y en los manuales jurídicos Prochiron y Eisagoge, obras todas éstas que no se compilaron y publicaron hasta después de su muerte por iniciativa de León pero que estuvieron vigentes mientras duró el Imperio Bizantino. La referencia de Justiniano fue, de hecho, una constante para él; por eso promovió un vasto programa arquitectónico destinado a embellecer la capital y cuya mejor representación fue la construcción de la Catedral de Nea Ekklesia entre el 876 y el 880.

Coronación de Basilio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No debe extrañar que ese templo, el primero monumental que se erigía desde Santa Sofía, se convirtiera en el emblema de aquel gobierno, ya que se entró en una nueva etapa de exaltación religiosa desde la proclamación misma del nuevo mandatario, cuando él personalmente dedicó su corona a Cristo, marcando distancias con su inmoral predecesor. En ese sentido inició un acercamiento a la Iglesia romana reponiendo como patriarca a Ignacio I, que contaba con el visto bueno del papa Adriano II, en perjuicio del titular, Focio, garantizando buenas relaciones entre ambas iglesias hasta la muerte del primero y el renombramiento de Focio, lo que separaría para siempre a católicos y ortodoxos.

Relacionada también con la fe fue la guerra contra los paulicianos, una secta cristiana maniquea originaria de Armenia que, en una extraña confluencia con otros credos heterodoxos, aunaría posteriormente (en el siglo XI) en Tracia un sacerdote búlgaro llamado Bogomilo; bajo el nombre de bogomilismo, tenía carácter ascético y gnóstico. No obstante, antes de eso, los paulicianos fueron derrotados en el 872.

A las armas hubo que recurrir también para enfrentarse al expansionismo islámico en Asia Menor, recuperando Chipre (aunque sólo durante siete años) y marcándole la frontera a un enemigo que con el tiempo se iba a convertir en la pesadilla del imperio. Asimismo, dada la fuerza con que Basilio dotó a su ejército, que los hizo expandirse por el Mediterráneo y controlar el Adriático, se envió una flota en auxilio del emperador carolingio Luis II, arrebatando a los musulmanes diversos territorios de los que se habían adueñado en Italia, caso de Bari, Tarento y Calabria, si bien a costa de perder la mayor parte de Sicilia.

El Imperio Bizantino en el año 867 d.C/Imagen: Bigdaddy1204 en Wikimedia Commons

Lo más peliagudo fue la cuestión de su sucesión. Dada la desconfianza que Basilio tenía hacia León, que no sólo no mejoró con los años sino que empeoró al sospechar que el vástago también asumía su descendencia de Miguel III y quería vengarle, había nombrado heredero a su primogénito Constantino, hijo de su anterior esposa. Pero una enfermedad le quitó la vida y el emperador nombró en su lugar al menor, Alejandro, mientras encarcelaba a León y mandaba cegarlo acusándolo de conspiración, aunque finalmente tuvo que liberarlo por el malestar público que generó la medida y las presiones que recibió del patriarca Focio. Para entonces la relación entre padre e hijo estaba rota porque el primero le arrebató al segundo a su amante Zoe Zaoutzaina, casándola con un funcionario menor.

León el Sabio (Atanas Atanassov)/Imagen: Pinterest

En ésas estaba cuando el ciervo se le cruzó en el camino y León, a quien Basilio acusó de haber organizado aquella cacería para matarle, no tuvo que esperar mucho para hacerse con el trono: los trece meses que reinó su hermano antes de morir, dicen que de agotamiento tras un partido de tzykanion (polo). Alejandro fue tan efímero como detestado y se le acusó de todos los vicios imaginables, así que cuando León le sustituyó lo tenía fácil para ganarse el apodo con que pasó a la posteridad: León VI el Sabio. Por cierto, una de las primeras y significativas cosas que hizo fue enterrar con gran pompa los restos mortales de Miguel III en la Iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla.

Fuentes: Historia del Estado Bizantino (Georg Ostrogorsky)/A History of Byzantium(Timothy E. Gregory)/The making of Byzantium, 600-1025 (Mark Whittow)/Byzantium(Robert Wernick)/Byzantium. The imperial centuries, AD 610-1071 (Romilly James Heald Jenkins)/Byzantium (Giles Morgan)/Wikipedia/LBV