B612, la fundación científica cuyo objetivo es detectar asteroides peligrosos para la Tierra

La nave Deep Impact actuando sobre el cometa Tempel 1 (ilustración de Pat Rawlins)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El paso del siglo XX al XXI y la primera década de éste fueron prolíficos en noticias catastrofistas debido a la entrada en un nuevo milenio y toda la palabrería que eso suele arrastrar. Que si el final del calendario maya, que si los ordenadores se iban a liar en el 2000… Los cuerpos celestes suelen tener también su papel y si el cometa Hale-Bopp ya hizo correr absurdos ríos de tinta, la órbita del asteroide Apofis, que según cálculos tenía un 2,7% de probabilidades de impactar contra la Tierra en 2029 o 2036, hizo recordar las preguntas que surgieron unos años antes por películas como Deep Impact o Armaggedon: ¿es real la posibilidad de una hecatombe así? ¿Hay forma de evitarla o de prevenirla? ¿Se ha tomado alguna medida al respecto?

La respuesta a esas cuestiones está en El principito de Antoine de Saint-Exupèry. Quienes lo hayan leído recordarán que un aviador tiene que hacer un aterrizaje de emergencia en el desierto del Sahara y allí se encuentra a un niño extraterrestre con el que entabla amistad. Pues bien, este principito procede de un minúsculo asteroide del tamaño de una casa llamado B612. Éste es el nombre que, a manera de homenaje, adoptó en 2002 una fundación privada sin ánimo de lucro que tiene su sede en Mill Valley (California, EEUU) y cuyo objetivo es precisamente la defensa de nuestro planeta frente a amenazas exteriores del tipo de la de Apofis, lo que se conoce como NEO (Nearth Earth Objects, Objetos Cercanos a la Tierra).

El Principito en B612/Imagen: Pinterest

Ese asteroide mide 325 de diámetro así que constituiría un riesgo evidente y, según cálculos de la NASA, si se estrellase contra la Tierra podría producir millones de víctimas, bien directas (si cae sobre zonas habitadas), bien a posteriori (si lo hace en el océano generaría un tsunami de 240 metros de altura). Y eso sin contar otros efectos colaterales, como vimos en el artículo de la guerra que estuvo a punto de estallar en 2002 al confundir un bólido con una bomba. Por suerte parece que los científicos han descartado la colisión de Apofis, pero en el espacio hay muchos parecidos y siempre existe la posibilidad de que uno aparezca amenazando con su siniestra presencia nuestro futuro. Ahí entra en liza la B612 Foundation.

Esta organización no gubernamental asegura que es seguro que habrá un incidente de ese tipo, aunque no se sepa cuándo, por lo que convendría estar preparados y, para ello, es necesario detectar al objeto con una antelación suficiente que permita tomar medidas. De hecho, la Tierra atraviesa diariamente unos 100 millones de partículas de polvo interplanetario y restos cósmicos, de ahí que cada día caigan meteoritos sobre nuestro plantea del tamaño de un balón y cada año lo haga uno tan grande como un coche; pero no suelen provocar daños porque se desintegran en partículas minúsculas al entrar en la atmósfera, originando lo que conocemos como estrellas fugaces.

Órbita de Apofis en 2029, descartando el riesgo/Imagen: Fer31416 en Wikimedia Commons

Los que superan esas medidas son la verdadera amenaza global porque si bien son más escasos (aunque ahora se cree que la frecuencia es de 3 a 10 veces superior a lo que se creía antaño, una vez al siglo en vez de una vez cada mil años), no quiere decir que no hayamos tenido ya alguna visita por su parte. Ahí están cráteres como el Barringer (Arizona), de 1.200 metros de diámetro, producido por el impacto de un meteoro de sólo 46 metros pero que chocó a una velocidad de 12,8 kilómetros por segundo, produciendo un efecto equiparable al de un artefacto de 10 megatones (o sea, 625 veces mayor que la de Hiroshima). Ese episodio tuvo lugar hace 50.000 años pero otros son más recientes, como el de Tunguska (Siberia, Rusia) de 1908.

Por tanto, la implacable Naturaleza no nos excluye de su punto de mira y si hemos desarrollado programas para detectar huracanes, terremotos o erupciones volcánicas, con más razón habrá que hacerlo con asteroides peligrosos. B612 trabaja en ello con un equipo de científicos compuesto por astrónomos, astrofísicos, ingenieros aeroespaciales y ex-astronautas del Institute for Advanced Study, Southwest Research Institute, Stanford University, la NASA y la industria espacial en general, que además tienen la colaboración de instituciones de su país y de otros, como la europea NEOShield, la Spaceguard International, etc.

Vista aérea del Cráter Barringer, también llamado Meteor/Imagen: Shane Torgerson en Wikimedia Commons

Todo empezó en octubre de 2001, cuando el astrofísico holandés Piert Hut y el astronauta estadounidense Edward Tsang Lu organizaron en el Johnson’s Space Center de la NASA (Houston, Texas) un taller informal sobre estrategias para desviar asteroides potencialmente peligrosos en el que participaron una veintena de científicos. Se debatieron varias propuestas, entre ellas alterar la velocidad de rotación del asteroide o cambiar directamente su órbita con un motor de iones de baja potencia, aterrizando sobre su superficie con un vehículo, etc. Se descartaba el uso de explosivos por los impredecibles resultados y se asumía que harían falta años de experiencia para tener éxito.

Los asistentes a aquel evento quisieron ir un paso más allá y fundaron B612 al año siguiente con el objetivo principal de “alterar significativamente la órbita de un asteroide de manera controlada”, tal cual se veía en las películas reseñadas antes. Estimaban que haría falta un presupuesto de 450 millones de dólares para financiar el programa de búsqueda y detección, bautizado con el nombre de Sentinel Mission. Sin embargo, el Congreso de EEUU no les concedió la partida por un curioso legalismo (la protección de todo el planeta excedía sus atribuciones), así que optaron por iniciar una campaña de captación de fondos que aspiraba a conseguir unos 30 o 40 millones anuales.

Ed Lu, cofundador y CEO de B612, en una imagen de la NASA/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El Sentinel es un telescopio espacial cuya misión sería registrar cada objeto que surque el cosmos, permitiendo elaborar un catálogo de ellos. Para ello se lanzaría en 2017 o 2018 mediante un cohete SpaceX Falcon 9, situándose en una órbita heliocéntrica similar a la de Venus y estaría dotado de un sensor de infrarrojos que identificaría al 90% de los asteroides calificables de riesgo, aquellos con diámetros mayores a 140 metros, calculando sus trayectorias y permitiendo así tomar las decisiones consecuentes.

Seis meses después de empezar a escrutar el espacio, Sentinel iniciaría la transmisión de datos a la Tierra para su procesamiento y distribución internacional, usando la red de telecomunicaciones de la NASA (su posición estaría a 270 millones de kilómetros de distancia). Su vida útil rondaría los seis años y medio, prorrogables hasta una década. El telescopio mediría 7,7 metros de longitud por 3,2 de ancho, pesaría una tonelada y media y sus 16 sensores le proporcionarían un ángulo de visión de 200º. El espejo, de 51 centímetros y fabricado de aluminio, contaría con un sistema de refrigeración criogénica, necesario al estar tan cerca del Sol (entre 90.000 y 120.000 kilómetros).

El Sentinel Space Telescope/Imagen: B612Julie en Wikimedia Commons

Todo esto está expresado en condicional porque hoy por hoy la Sentinel Mission apenas ha conseguido recaudar 3 millones de dólares, pese a que el coste sería bastante inferior al de un sólo avión de combate de última generación. “Cuando el problema es de todos es un problema de nadie”explicó Ed Lu ante el escaso interés mostrado por los gobiernos ante el proyecto una vez que pasó el susto inicial del incidente de Chelyabinsk de 2013, cuando una lluvia de meteoritos hirió a millar y medio de personas en Rusia y se multiplicaron las donaciones debido a que los vídeos que circularon por las redes se hicieron virales.

Hablando de vídeos, en 2014 la fundación llegó a presentar públicamente uno de una simulación por ordenador en la que reproducía los impactos de meteoritos que habían originado 25 cráteres de todo el mundo, ocho de ellos más grandes que el de la explosión de Little Boy sobre Hiroshima. De todos ellos sólo uno, el citado de Chelyabinsk, había sido detectado previamente (eso sí, apenas 19 horas antes de que explotara al chocar con la atmósfera), pasando los demás desapercibidos para la opinión pública. Ya vimos aquí una vez que entre 2003 y 2013 se registraron 26 impactos de meteoritos del tamaño de explosiones atómicas.

Sin embargo, sigue sin haber conciencia real del problema pese a -o porque- es de ámbito global. Y el próximo asteroide podría ser el definitivo.

Fuentes: B612 (web oficial)/El Principito (Antoine de Saint-Exupèry)/El reloj del fin del mundo. Claves para entender los acontecimientos que pueden llevar al ocaso de la civilización y las respuestas de los expertos(Alfonso Ferrer Sierra)/Crónicas del espacio (Neil deGrasse Tyson)/Comet/asteroid impacts and human society. An interdisciplinary approach(Peter T. Bobrowsky, Hans Rickman)/Wikipedia/LBV