Los escandinavos no eran guerreros «al uso». Diezmaron a sus enemigos aprovechándose de la decadencia de estos
Cuando uno piensa en los vikingos, lo más probable es que lo primero que le venga a la cabeza sea la imagen de un guerrero temible. Con barba larga y trenzada, runas tatuadas, brazaletes de oro, cascos con cuernos y una espada -o, en su defecto, un hacha- capaz de partir un hombre por la mitad. En definitiva, un combatiente difícil de derrotar. Una especie de Mel Gibson encarnando a un William Wallace embrutecido. Un soldado medieval experimentado como pocos en el combate cuerpo a cuerpo.
Pues bien, lo cierto es que, dejando a un lado el casco, que ya se sabe que no llevaba cornamenta, los nórdicos no eran profesionales en el arte de la guerra. Por el contrario, compatibilizaban el ejercicio de las armas con actividades civiles, a las que se dedicaban durante la mayor parte del año. En los primeros impases de la Era Vikinga, que comenzó en el 793 con el ataque a Lindisfarne, la mayoría de sus ataques fueron rápidos (entrar y salir) y tuvieron lugar en enclaves costeros prácticamente indefensos. Fuera de sus fronteras no hubo batallas dignas de su nombre hasta mediados del siglo IX, cuando se aprovecharon de la debilidad del Imperio Carolingio y de los reinos británicos para arrebatarles sus territorios.
«Ciudadano en un entorno peligroso»
A diferencia de otras sociedades de la Alta Edad Media, los vikingos no contaban con un ejército profesional. Entre los pobladores de Suecia, Noruega y Dinamarca lo más normal era dedicarse a la agricultura y la ganadería durante la mayor parte del año. No existía un ejército regular per sé. No eran “soldados”. Algunos pasaron varios años haciendo la guerra, ya fuese en Gran Bretaña, Francia o en Europa del Este, pero no era algo habitual. Por el contrario, lo más normal era que su actividad militar quedase limitada a las esporádicas luchas entre clanes o al desarrollo de las incursiones; cuando rapiñaban a bordo de sus langskip (el nombre que reciben sus navíos) las retorcidas costas del Viejo Continente.
Eran «hombres multitarea», por decirlo de algún modo. Igual saqueaban una ciudad que cultivaban los campos o cuidaban de su familia. «La mayoría de ellos eran poco más que civiles con un elevado grado de concienciación sobre temas de seguridad. Para un vikingo, un “soldado” equivalía, acaso, a «ciudadano ordinario que comprende que vive en un entorno humano peligroso”», señala el historiador Paddy Griffith sobre este tema en su libro « Los vikingos. El terror de Europa» (Ariel).
Aunque no parece que existiese el soldado profesional entre los escandinavos, lo cierto es que prácticamente toda la sociedad estaba preparada para defenderse. Entre las excepciones se encuentran las mujeres, que, según parece, aunque eran un pilar fundamental dentro de la cultura nórdica, no tomaban parte en acciones militares.
Enemigos débiles
Uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos a la hora de hacer un análisis sobre los vikingos en la guerra reside en la falta de fuentes fiables. La mayoría de ellas son crónicas de época llevadas a cabo por pueblos extranjeros, como es el caso de la recurrente Crónica anglosajona. Esto hace que resulte bastante difícil separar el grano de la paja. «Carecemos de testimonios escandinavos para este periodo -las estelas funerarias de guerreros con textos rúnicos resultan muy difíciles de datar- lo que nos obliga a depender de la información de sus openentes», señala a este respecto el investigador independiente Stephen Pollington en un artículo publicado en «Desperta Ferro Antigua y Medieval Nº 26. Los vikingos» (Desperta Ferro).
En lo que se refiere a la expansión vikinga por Europa, según parece, buena parte de la culpa la tuvieron las luchas intestinas por el control del poder en la misma Escandinavia. «Para los que eran derrotados esto supuso un aumento considerable de los incentivos a aventurarse en ultramar, ya como fugitivos, ya a la búsqueda de aliados; y para los vencedores agudizó el acicate de lanzarse en su persecución», explica Griffith en su libro.
Parece ser que la subida al trono de Godofredo I de Dinamarca en la primera década del siglo IX también tuvo buena culpa de que los escandinavos comenzasen a expandirse por Europa. El temor al Imperio Carolingio, que para ese momento se encontraba en su plenitud, acabó poniendo nerviosos a los nórdicos, que entendieron como una necesidad frenar su avance si deseaban preservar su independencia y su forma de vida. Sin embargo, al margen de victorias menores, los resultados alcanzados por estos durante las primeras décadas del siglo IX fueron bastante pobres.
Hubo que esperar hasta mediados del siglo IX para que la suerte les sonriese. Fue entonces cuando los vikingos comenzaron la progresiva conquista de las islas británicas. También supieron sacar provecho del progresivo debilitamiento del Imperio Carolingio. La herencia de Carlomagno, fallecido en el año 814, resultó insoportable para sus sucesores. Su hijo Luis el Piadoso estaba más preocupado por el estudio y la cultura que otra cosa. No contaba con los arrestos y la personalidad de su padre. Más tarde, en el 843, los tres hijos de este acabaron repartiéndose los restos del imperio como si se tratase de una tarta.
Los reinos en los que se encontraba dividida Inglaterra también se encontraban en una situación comprometida a mediados de siglo. Por ejemplo, para cuando el Gran Ejército Vikingo llega a Gran Bretaña (entre el 865 y el 866), en Northumbria se estaba librando desde hacía tiempo una sangrienta guerra civil por la sucesión del trono. Las luchas intestinas fueron una de las principales razones por las que los nórdicos consiguieron extenderse por las islas rapidamente, hasta tenerlas prácticamente bajo su total dominio en torno a principios de la década siguiente.
En batalla
La llegada de contingentes vikingos relativamente numerosos a las costas de Francia y Gran Bretaña se hizo esperar, más o menos, hasta el 830. Sin embargo, hubo que esperar hasta el 866 para que se decidieran a pasar en estos territorios un tiempo prolongados. Según recoge la Crónica anglosajona, durante dicho año «un gran ejército pagano penetró en tierra inglesa y acampó para pasar el invierno en Anglia Oriental, donde se proveyeron de caballos y acabaron haciendo la paz».
Para este momento se había superado la etapa de las incursiones rápidas. Ahora la rapiña de las costas era compatibilizada con la batalla tal y como se practicaba en la época. Tanto los anglosajones como los vikingos empleaban en el combate la muralla de escudos. Esta formación implicaba la concentración de la infantería en un frente consistente dividido en líneas. Los soldados combatían unos al lado de los otros tratando de frenar en empuje del enemigo. También contaban con arqueros, por lo que lo más probable es que la densidad de combatientes fuese inferior en las líneas más atrasadas.
«Al inicio, un intercambio de venablos y otros proyectiles pretendía desorganizar la formación del contrario. Luego los ejércitos se aproximaban y chocaban, tanteando la fortaleza de las defensas del enemigo y confiando en explotar cualquier debilidad o desorden del contrario», explica Pollington en su artículo. El investigador también analiza otras formaciones empleadas por los vikingos. Entre estas se encuentra la conocida como «formación de cerdo» («svinfylking» en danés). Los combatientes conformaban una especie de cuña destinada a romper la formación enemiga. Una vez conseguían quebrar el muro de escudos, diezmaban a sus rivales desde dentro.
En lo que se refiere al uso de la caballería existen más dudas. Se sabe que los vikingos empleaban equinos para el transporte durante sus campañas, lo que no está tan claro es sí los empleaban habitualmente en combate. Según explica Griffith en su obra, «los jamelgos nórdicos eran demasiado pequeños y débiles para este uso, como puede contrastarse con los esqueletos que han sobrevivido; y en los registros documentales hay muy pocos fragmentos referidos a acciones de una hipotética caballería vikinga».
Fuente ABC