Tratado de Nérchinsk: cuando dos jesuitas lograron que Rusia y China pactaran sus fronteras

Resulta casi desconocida la tensión histórica que mantuvieron los imperios ruso y chino por delimitar su frontera común, algo que no solventaron -o, al menos, encauzaron- hasta el verano de 1689 por el llamado Tratado de Nérchinsk.

Pero menos conocido aún es el hecho, anécdotico y curioso, de que dos sacerdotes jesuitas fueron fundamentales para conseguir un acuerdo entre ambos gigantes. Situémonos en la época, a mediados del siglo XVII, para entender mejor aquel singular proceso.

El contencioso venía, sobre todo, por la concreción de los límites del territorio Este del continente regados por la cuenca del río Amur. Los mongoles terminaron la conquista de China en esa centuria, e introdujeron la dinastía manchú Quing, en sustitución de la Ming, que aún se mantenía a la desesperada en el sur; los manchúes pasaron así a ocupar el poder, que mantuvieron hasta la caída del último emperador, Pu Yí, en 1931. 

 

 

Pero, mientras, los rusos aprovecharon el revuelto río chino para iniciar una expansión por el noreste de sus vecinos, la región que entonces se designaba como Tartaria China y que hoy llamamos Manchuria. Era el lugar de origen de los mongoles, así que no iban a cruzarse de brazos sin más.

Los rusos intentaron colonizar Manchuria con cosacos y evenkis siberianos (antaño denominados tunguses) y ello originó una serie de conflictos entre ambas partes que duraron casi cuatro décadas, aunque nunca pasaron a mayores y se quedaron en escaramuzas fronterizas basadas sobre todo en la construcción respectiva de fortines. Si Rusia desplazó cosacos como principal fuerza, China contó con la ayuda de Corea. En cualquier caso, las hostilidades fueron más bien favorables a los chinos, que poco a poco consiguieron ir arrinconando a su enemigo hasta expulsarlo totalmente en 1685 con su victoria en Albazin.

La cuenca del río Amur/Foto: Kmusser en Wikimedia Commons
La cuenca del río Amur/Foto: Kmusser en Wikimedia Commons

Entonces llegó el momento de la diplomacia. China ofreció negociar un acuerdo y Rusia, consciente de la dificultad de defender de forma permanente una zona tan extensa, aceptó; además, Pedro el Grande acababa de subir al trono y estaba más preocupado por los problemas en Europa que en aquel remoto rincón de la nada.

Para ello envió como plenipotenciario al conde Fiodor Golovin, uno de los boyardos más poderosos del país -que pocos años después alcanzaría el cargo de canciller-, al frente de una delegación de medio millar de strelsíes (un cuerpo militar de élite que había creado Iván el Terrible y disolvería Pedro el Grande por su tendencia a rebelarse); por parte china, el enviado fue el ministro Songgotou, que se hizo acompañar de varios miles de soldados.

Kangxi y Pedro el Grande /Imágenes: dominio público en Wikimedia Commons 1 y 2
Kangxi y Pedro el Grande /Imágenes: dominio público en Wikimedia Commons 1 y 2

Aunque en principio se pactó un encuentro en Seleginsk, hubo que retrasarlo y Golovin se retiró prudentemente a Nérchinsk para evitar posibles roces; al final, ése fue el lugar elegido para evitar más demoras. Los dos representantes se reunieron por fin el 22 de agosto de 1689 y ahí entraron en liza los dos jesuitas mencionados, que jugaban un papel fundamental porque eran los traductores, ya que ninguna de las dos delegaciones hablaba el idioma contrario. Para ello recurrieron a la lengua universal de entonces, el latín.

Los dos sacerdotes eran el portugués Tomás Pereira y el francés Jean-Francois Gerbillon, que actuaban en representación del emperador Kangxi traduciendo del latín al chino. Por parte rusa estaba un polaco llamado Andrei Bielobocki que hacía lo mismo del latín al ruso. Entre los tres se las arreglaron para crear un clima de cordialidad.

Pereira llevaba en Extremo Oriente desde 1666, primero en la India y después en Macao. Era un erudito, experto en matemáticas, astronomía y geografía cuya especialidad, curiosamente, era la música, sobre la que escribió un tratado que se editó en la misma China. Por su parte, Gerbillon había llegado al país más recientemente, cuatro años antes, y luego se convertiría en un colaborador indispensable del emperador.

Las negociaciones se desarrollaron a lo largo de varios días hasta la firma definitiva del tratado el 27 de agosto, si bien se prolongaron un poco, hasta el 6 de septiembre, para concretar flecos; era la aparición de China en el Derecho Internacional, reconocida oficialmente por primera vez como estado.

Grabado representando a Francisco Javier e Ignacio de Loyola inspirando el diálogo sobre China
Grabado representando a Francisco Javier e Ignacio de Loyola inspirando el diálogo sobre China / imagen: Dominio Público

Los propios jesuitas y el polaco se encargaron de redactar el documento en latín, pero con traducciones al ruso y al manchú (no al chino porque ambas lenguas eran oficiales y, según creen algunos historiadores, Kangxi tendía a imponerla sobre la otra). Sus disposiciones estipulaban que Rusia abandonaría el asentamiento de Albazin pero se permitiría quedarse a los colonos, aunque no a los que llegasen a partir de esa fecha; asimismo se autorizaba el intercambio comercial entre ambas partes, a cambio del reconocimiento de la posesión china del territorio del Amur, la cesión de Trans-Baikalia y la delimitación exacta de la frontera en el río Argun, en su confluencia con el Shilka y desde ésta hasta el Gorbitsa, a través de las montañas Stanovoy, hasta la desembocadura del Uda en el Mar de Okhtosk. Hay que decir que aún no se había cartografiado la región, por lo que el tratado resultaba algo impreciso e incluso hoy no están claras las denominaciones geográficas.

De todas formas, el Tratado de Nerchinsk no sería el último al respecto. Primero porque en 1727 se firmó también el de Kiajta, que confirmaba y ampliaba el anterior por el oeste. Segundo, porque a mediados del siglo XVIII Rusia volvió a mostrar cierto interés en la zona, para lo cual levantó mapas y envió a un delegado a Pekín que solicitaba acceso al Amur, solicitud que fue denegada diplomáticamente. Y tercero porque en 1799 China tuvo que intervenir para poner fin al comercio de pieles que algunos aventureros americanos habían iniciado por esas latitudes, advirtiendo de que la autorización de comerciar era exclusivamente para la zona de Kiajta.

Después, cuando a mediados del siglo XIX el Imperio Chino ya entraba en declive, Rusia se anexionó el norte del Amur (tratado de Aigún, 1858) y la costa de Vladivostok (Tratado de Pekín, 1860), prefigurando las fronteras actuales.

Firma del Tratado de Aigún /Foto: N.I. Grodekov Khabarovsk Territorial Museum
Firma del Tratado de Aigún /Foto: N.I. Grodekov Khabarovsk Territorial Museum

Fuentes: El Imperio Chino (Herbert Franke y Rolf Trauzettel) / China, de los Xia a la República Popular (2070 a.C.-1949) (Eugenio Anguiano y Ugo Pipitone) / China: una nueva historia (John King Fairbank) / Wikipedia./LBV