Timbrea, la batalla en la que Ciro el Grande conquistó Lidia usando camellos

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Aquí hemos dedicado varios artículos al uso de animales en la guerra, unos más o menos normales (caballos, elefantes, perros), otros un poco menos comunes (cerdos, gatos…). Los camellos entrarían entre los primeros pero hoy queremos resaltar su participación en la Batalla de Timbrea, no por su utilización en sí sino por la forma en que se hizo.

La contienda tuvo lugar a finales del año 547 a.C. y sus protagonistas fueron, por un lado, Creso, rey de Lidia, y por otro, Ciro II, rey de Persia. Ambos dirigían las dos principales potencias del momento y pugnaban por hacerse con el control de Asia Menor. Creso pertenecía a la dinastía Mermnada, que tuvo cinco representantes (Giges, Ardis, Sadiates, Aliates y él mismo). Tras imponerse a su hermano Pantaleón en una guerra civil por la sucesión al trono, llevó a su país a un período de esplendor gracias al enriquecimiento propiciado por la activa acuñación de monedas de oro, metal precioso descubierto en el río Pactolo (un afluente del Hermo, actual, Gediz).

La región en la época de los hechos/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

La palabra creso sigue usándose hoy para definir a alguien inmensamente acaudalado y en 1965 se encontró en un túmulo de Turquía occidental el llamado Tesoro Lidio (también conocido como Tesoro de Karun o Tesoro de Creso), compuesto por más de tres centenares y medio de piezas diversas, buena parte de ellas de oro y plata. Aunque en realidad sólo algunos objetos son contemporáneos del monarca y el resto ha sido datado en una época anterior (siglo VII a.C), constituye un buen ejemplo de la sensación que causó en la Antigüedad la riqueza lidia, de la que se hicieron eco muchas fuentes, desde la Biblia (Éxodo) al Corán pasando por las obras de Estrabón, Píndaro, Dión Crisóstomo y, como no, Heródoto.

Cuenta este último que, bajo el gobierno de este monarca y merced a su poderoso ejército, los lidios fueron conquistando sucesivamente los territorios de su entorno. Con la excepción de Cilicia y Licia, casi toda Anatolia quedó en sus manos, de manera que frigios, misios, mariandinos, cálibes, paflagonios, tracios, tinos y bitinios, carios, jonios (excepto Mileto), dorios, eolios y pánfilos estaban sometidos a su autoridad.

Solón ante Creso durante su visita a Sardes (Gerrit van Honthorst)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El prestigio de Lidia era tal que los sabios de Grecia procuraban visitar la capital, Sardes; al fin y al cabo, Creso era un admirador de su cultura, costeando la restauración del Templo de Artemisa en Éfeso (el mismo que luego quemaría Eróstrato para alcanzar la fama) y haciendo grandes donaciones al de Apolo en Delfos. De hecho, fue una visita al famoso oráculo de ese lugar la que desencadenaría su trágico final y el de su país, pues la pitia le profetizó que si se atrevía a atacar a los persas destruiría un gran imperio. Y no se equivocó, sólo que el imperio malparado fue el suyo.

Y es que el Imperio Aqueménida también estaba en plena expansión bajo el reinado de Ciro II, al que no en vano se apodaba el Grande. Era hijo de Cambises I y Mandane. Se trataba ésta de una princesa descendiente del rey medo Astiages y de Aryenis, princesa del reino de Lidia, razón por la cual Ciro consideraba que tenía derechos sobre los tronos de esos países. Consecuentemente, se lanzó a la conquista de Media, tomando su capital, Ecbatana, derrocando y ejecutando a Astiages, y haciéndose con su control.

Ciro el Grande en una ilustración moderna

Luego puso sus ojos en Lidia, cuya frontera natural con Media era el río Halis (actual Kizilirmak, el más largo de Turquía). Se daba la circunstancia de que Creso era cuñado de Astiages, por lo que estaba obligado a intervenir por alianza matrimonial y por eso consultó al Oráculo de Delfos. La pitia también le dijo que sólo perdería la corona cuando en Media reinase un mulo; Creso quedó satisfecho sin percatarse de que Ciro era vástago de una pareja de diferente condición y se le podía considerar así. Por tanto, Lidia formó una coalición anti-persa con Egipto, Babilonia y Cilicia a la que el Peloponeso contribuyó enviando un contingente de mercenarios.

El ejército lidio cruzó el citado cauce fluvial para frenar al invasor, tomando la ciudad de Pteria, a cuyos habitantes redujo a esclavitud. Ciro, tras intentar infructuosamente convencer a los jonios para que abandonasen a los lidios y se unieran a él, decidió atacar. Su ejército, pese a sufrir pérdidas considerables, resultó ser muy superior y obligó al otro a retirarse hacia Sardes. Parte del mérito se debió a sus tropas montadas en camellos, que en aquel medio desértico demostraron un comportamiento más eficaz que la numerosa caballería enemiga.

Arquero a caballo contra camelleros (Angus McBride)/Imagen: Pinterest

Creso tuvo que retirarse, pues. Entre la llegada del invierno y los refuerzos prometidos por el egipcio Amosis y el babilonio Nabónido, pensaba que tendría tiempo de reorganizarse para contraatacar y, en efecto, despidió a los mercenarios lacedemonios para formar una poderosa fuerza con varios contingentes aliados con los que triplicaba en número al enemigo. Pero los persas, que no se habían detenido esperando atraparle antes, le dieron alcance en Timbrea (actual Hanaï Tepeh) y, pese a todo, no se amilanaron y presentaron batalla.

Según la Ciropedia de Jenofonte, Ciro contaba con 196.000 hombres. 20.000 eran infantes (incluyendo arqueros y honderos) reforzados por 42.000 árabes, armenios y medos, más 10.000 Inmortales (parte de ellos de caballería), 20.000 peltastas y 20.000 piqueros. Había también un millar más de efectivos repartidos entre 300 carros de guerra y media docena de torres de asedio. Frente a esto, Creso tenía 420.000 soldados de los que 60.000 eran lidios, babilonios y frigios, entre otras cantidades menores del resto de Capadocia. Asimismo, Egipto aportaba 120.000 infantes y 300 carros (cada uno con dos hombres y, por tanto, unos 500 combatientes más) y la caballería sumaba unos 60.000 efectivos. Por supuesto, los números del autor griego han sido muy discutidos pero, en cualquier caso, reflejan la diferencia de tamaño entre ambos contendientes.

Desarrollo de la Batalla de Timbrea/Imagen: History of Persia en Wikimedia Commons

Los persas se desplegaron formando un cuadro en cuyo centro iba la infantería y las torres (que eran móviles y se empleaban también en batallas campales) y con los flancos protegidos por los carros y la caballería. Como ésta era inferior a la lidia, se reforzó con el mencionado cuerpo de 300 camellos, que en realidad eran animales sacados del tren de equipajes y cuya misión consistía en desbaratar a la caballería del adversario. Para ello se dispusieron en cada montura dos jinetes, espalda contra espalda, uno guiando al animal y otro combatiendo, tal como cuenta Ctesias de Cnido en su Pérsica.

Los lidios tomaron la iniciativa con su poderosa caballería, envolviendo al cuadro persa. Pero en la fase final del movimiento dejaron sendos huecos respecto al grueso de su ejército, de los que el adversario se percató rápidamente gracias a la observación desde las torres y que se aseguró de ampliar concentrando allí los disparos de sus arqueros. Eso provocó un caos en esas zonas que Ciro aprovechó para enviar a sus unidades de flanqueo. Es posible que el olor de los camellos desconcertara a los caballos -ya ocurrió en otras batallas-, pero el resultado fue inmejorable: el adversario, desbaratado, tuvo que retirarse con graves pérdidas y entonces entró en liza la infantería persa aplastando a los lidios.

Ánfora griega representando a Creso en la hoguera/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Mientras los suyos morían o se rendían, Creso se vio obligado a escapar y atrincherarse con los supervivientes en Sardes, que inmediatamente fue sitiada. El consiguiente asedio duró dos semanas y la ciudad cayó debido a que un grupo de atacantes entró por una parte de la muralla que no estaba vigilada, al disponer de una presunta defensa natural escarpada. El pasado mes de julio una campaña arqueológica sacó a la luz restos de la contienda, como reseñamos en un artículo.

El rey fue hecho prisionero al año siguiente, aunque su destino no está claro. Según Heródoto, cuando estaba a punto de ejecutarle en la hoguera Ciro le perdonó la vida ,emocionado al oirle invocar a Solón, terminando por ser consejero suyo y recomendándole atacar en su propio terreno a Tomiris, la reina de los masagetas (que a la postre le derrotaría y mataría); el poeta Baquílides, en cambio, dice que, pese a ese indulto, Creso eligió morir. Este último final también lo reseña la Crónica de Nabónido (una historia escrita en cuneiforme sobre tablillas de arcilla).

Fuentes: Los nueve libros de la Historia (Heródoto de Halicarnaso)/Ciropedia (Jenofonte)/The complete fragments of Ctesias of Cnidus (antología de Andrew Nichols)/The poems and fragments (Baquídides/edición de Richard C. Jebb)/100 decisive battles. From Ancient times to the present (Paul K. Davis)/La guerra en el mundo antiguo (Philip De Souza)/From Cyrus to Alexander. A history of the Persian Empire (Pierre Briant)/Wikipedia/LBV