A finales del siglo XV abundan los artistas extranjeros en España, llamados por los Reyes Católicos, por dignatarios civiles y eclesiásticos también, para realizar obras arquitectónicas; trasiego que se produce de igual modo en las naciones europeas de la época, y que dura hasta mediados del siglo XVI.
En España tan sólo una tradición artística propia, de raigambre, se mantuvo enhiesta frente a las influencias y modas arquitectónicas en curso: el arte mudéjar, la carpintería de lo blanco —recogido en el tratado homónimo escrito por Diego López de Arenas—, en la que los artífices moriscos continuarían desplegando una gran actividad, sobre todo en la construcción de artesonados y puertas.
El estilo arquitectónico mudéjar, netamente hispano y vigente del siglo XI al XVI, se caracteriza por la conservación de elementos del arte cristiano y el empleo de la ornamentación árabe, florecido en los territorios ganados por los cristianos durante la Reconquista donde se permite vivir, profesar su religión y trabajar a los musulmanes allí residiendo con anterioridad.
Es el estilo que adoptan las restauraciones del Alcázar de Sevilla, del Palacio de la Aljafería de Zaragoza y la decoración de los techos del Palacio de los duques del Infantado en Guadalajara, donde blasones y motes heráldicos adquieren una gran importancia en el exorno; grandes escudos flanqueados por figuras hercúleas y sostenidos por el águila de San Juan, en tiempos de los Reyes Católicos y su hija la reina Juana, y por el águila imperial, con las alas desplegadas, en tiempo del emperador Carlos I de España y V de Alemania, campean en las fachadas imprimiendo el sello de majestad.
El repertorio decorativo de acentuada predilección era de estilo gótico en un principio, como góticas eran las molduras, aunque se combinaran en sinuosos enlaces de líneas, apartadas ya del gótico flamígero para significarse en el barroquismo; admirable en las grandes y ornamentadas fachadas del antiguo Colegio de San Pablo y el Colegio de San Gregorio, en Valladolid, atribuidas respectivamente a Simón de Colonia y a Gil de Siloé.
Los más reputados arquitectos, tallistas y escultores extranjeros que trabajan en Castilla en los albores de esta época son, junto a los citados, Juan de Colonia y su hijo Simón, Juan Guas, Enrique Egas y Felipe Vigarny (Tanto Gil de Siloé como los hermanos Enrique y Juan Guas, pese a su origen extranjero, pueden considerarse españoles al realizar su obra íntegramente en España); y entre los españoles: Juan de Badajoz y su hijo, de mismo nombre, Juan de Álava, Lorenzo Vázquez, Juan Gil de Hontañón y su hijo Rodrigo, y en última instancia al italianizante Pedro Machuca para dar paso al estilo rigorista de Juan de Herrera.
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El Plateresco es un estilo de ornamentación arquitectónica a partir de elementos clásicos y ojivales, presente en las obras realizadas desde finales del siglo XV hasta mediados del XVI. Sus características principales se manifiestan en la continuidad y permanencia de las estructuras góticas y la decoración abundante y minuciosa de estética propiamente renacentista, aplicada tanto a la arquitectura civil como a la religiosa; con especial incidencia en las ciudades de Salamanca, Burgos y Valladolid; y en menor medida, aunque de notoria relevancia, en las de Guadalajara y Toledo.
A Lorenzo Vázquez hay que atribuir el Palacio de los Mendoza, o del Infantado, en Guadalajara, y no a los hermanos Guas.
Lorenzo Vázquez realizó sus obras principales para miembros del linaje de los Mendoza. Además del citado Palacio del Infantado, se le atribuye el Colegio de la Santa Cruz en Valladolid, y el Palacio Medinaceli en Cogolludo, edificado entre 1492 y 1495. Otros edificios de espléndido brillo plateresco, probablemente influidos por las maneras de Vázquez, son el Palacio de Peñaranda de Duero, que se hizo erigir el virrey de Navarra Francisco de Zúñiga y Velasco, y la llamada Casa de las Conchas, en Salamanca, residencia de Rodrigo Maldonado de Talavera, caballero de la Orden de Santiago, catedrático de Derecho, posteriormente rector de la universidad salmantina, y miembro del Consejo Real de Castilla.
En la leyenda del sepulcro de Juan Guas figura que él construyó la Capilla Real de San Juan de los Reyes, que los Reyes Católicos destinaron como su sepultura antes de elegir Granada como el lugar donde yacieran sus restos mortales. San Juan de los Reyes es, no obstante, un Panteón Real con el propio color blanco de la piedra, decorado con las cifras coronadas de Fernando e Isabel, con sus motes y con enormes escudos sostenidos en alto por gigantescas águilas a las que falta el policromado y los dorados de las águilas y la enseña.
A excepción de las catedrales de Granada, Málaga y Salamanca, en el periodo plateresco no se edificaron grandes templos destinados al culto, puesto que ya abundaban en el centro peninsular las grandes catedrales góticas. Sin embargo, algunos prohombres mandaron abrir capillas sepulcrales en los ábsides de las viejas catedrales, soberbiamente decorados. Valga como ilustración la que dispuso se acondicionara en la citada capilla real de la catedral de Toledo, llamada Capilla de los Reyes Viejos, el Gran Cardenal Pedro González de Mendoza, cuyo sepulcro ocupa el centro del espacio.
Pero su profusión de molduras y relieves queda superada por los habidos en la Capilla del Condestable sita en la catedral de Burgos, cuidada por doña Mencía de Mendoza durante los años que su marido, Pedro Hernández de Velasco, condestable de Castilla, pasó en la guerra de Granada, última de la Reconquista. La construcción se proyecta hacia fuera de la planta de la catedral y su cimborrio, obra de Simón de Colonia, constituye una característica externa del templo. La Capilla del Condestable conjuga suntuosidad con el gusto en las realizaciones del flamígero borgoñón y alemán; las paredes están decoradas con grandiosos escudos de piedra y en lo alto corre una muy decorada galería de circulación; los retablos de piedra son de Gil de Siloé, quien puede que también fuera el autor del cimborrio, como lo fue de la capilla sepulcral de los reyes Juan II e Isabel de Portugal en la Cartuja de Miraflores mandada erigir por su hija, la reina Isabel la Católica.
Estos monumentos reciben un incipiente soplo renacentista; sin embargo, junto a este ostentoso gótico tardío, que se denomina estilo Isabel, aparece una fórmula arquitectónica inspirada en el Renacimiento de Lombardía, y también de Bolonia; y es a este estilo renacentista al que se denomina plateresco. El calificativo fue adjudicado en el siglo XVII por el erudito y tratadista Ortiz de Zúñiga, ya que este nuevo estilo aplicaba a las grandes arquitecturas de piedra las formas ideadas y plasmadas por los orfebres y plateros en sus artísticos trabajos. Parece ser que Enrique Egas, el pionero del plateresco, aprendió la técnica del platero alemán Enrique de Arfe, afincado en Castilla a principios del siglo XVI, de tanta habilidad como fama, proveedor infatigable de cruces y custodias a las catedrales y colegiatas castellanas.
Una de las primeras y más consideradas obras del estilo plateresco es la fachada del Hospital de la Santa Cruz de Toledo, iniciada por Enrique Egas en 1504, en virtud de un legado testamentario del cardenal Mendoza. A Egas también se atribuye otra obra espectacular cual es la fachada de la Universidad de Salamanca, que semeja un tapiz de piedra esculpido con escudos y cuajado de motivos ornamentales.
En los temas decorativos de la arquitectura plateresca aparecen las columnas de fustes con ensanchamientos y collares, grutescos o arabescos, nichos con bóvedas en forma de pechina, penas, recuadros y candelabros decorativos profusamente repartidos en cresterías que coronan las pilastras.
El emperador Carlos I de España y V de Alemania manifestó el deseo de disponer de un palacio acorde con el prestigio de la Corona española, y a ello se encomendó el arquitecto Pedro Machuca, plenamente identificado con el arte renacentista de la escuela romana; el lugar elegido fue los jardines de la Alhambra. Pero la obra de Machuca adolecía de excesos importados, sin reparar en las maravillas del entorno granadino; al fallecer, continuó el trabajo su hijo Luis Machuca, que tampoco acabó de conseguir ni la terminación del edificio ni de dar con el estilo apropiado que, aun alejado del plateresco español y cercano al renacentista italianizante, obtuvo como título el de estilo grecorromano, que no satisfizo ni a propios ni a extraños por lo inadecuado e insustancial de la denominación.
Distinta concepción arquitectónica es la de Rodrigo Gil de Hontañón, que supo conjugar en su arquitectura los principios renacentistas de la península itálica con el espíritu castellano, y cuya destacada actividad se prolonga hasta 1577.
Intervino en la construcción de las catedrales de Segovia, Plasencia y Astorga; aunque sus mejores obras son el Palacio de Monterrey, en Salamanca, y la fachada de la Universidad de Alcalá de Henares. El Palacio de Monterrey fue proyectado en 1539 y resalta el contraste de la desnudez de los cuerpos bajos con la florida ornamentación de la parte alta, derivada de los palacios árabes e isabelinos. La fachada plateresca-renacentista de la Universidad de Alcalá de Henares se construyó entre 1537 y 1553, y es su obra maestra: en ella se sugiere la articulación volumétrica de todo el edificio, y la ornamentación nerviosa y dinámica alterna con silencios murales amplísimos, medidos musicalmente.
Su última obra de envergadura, entre 1599 y 1566, es el Palacio de los Guzmanes, en León, y en ella aparece por primera vez el motivo típicamente castellano del balcón volado de rejería.
Carlos I de España y V de Alemania también decidió reconstruir el Alcázar de Toledo, siendo elegido arquitecto Alonso de Covarrubias, yerno y sucesor de Enrique Egas. El soberbio edificio es de planta rectangular, con cuatro elegantes torres en los ángulos; los detalles de la puerta, con sus heraldos y escudos, los de las ventanas y el patio, son de un estilo plateresco concebido pensando en los detalles al tiempo que en las masas.
La fachada proyectada por Covarrubias tiene la disposición general de los palacios de la época: dos pisos inferiores con ventanas y un orden superior que forma logia; no obstante, sus aberturas alternan con un espacio liso para otorgar más solidez y seriedad al remate. De Covarrubias es sólo la fachada y el patio, pues murió antes de finalizar la obra. Le sucedieron el italiano Juan Francisco Castello, autor de la crujía meridional (aunque algunos estudiosos la atribuyen a Juan de Herrera), y Francisco Villalpando, autor de la monumental escalera que ocupa el espacio interior de un ala del patio.
Simultáneamente a esta construcción es la de Alcázar Real de Madrid, que fue destruido por un incendio; en su lugar se alza el Palacio Real, también llamado Palacio de Oriente, de espléndida factura.
Fuente Momentosespañoles