La Gran Pirámide es la obra funeraria cumbre de un proceso que empieza con el enterramiento bajo un montón de tierra, arena o piedras; prosigue con la construcción en adobe de mastabas –edificios funerarios de techo plano–; asciende hacia el cielo con la superposición de mastabas de piedra de la pirámide escalonada de Saqqara; se empieza a convertir en auténtica pirámide en la inclinada de Esnefru, cuyo ángulo se corrigió sobre la marcha; y culmina con la de Keops.
Los arqueólogos no sólo saben que se levantó para ser la tumba de ese faraón, sino también cómo fue construida –utilizando rampas–, de qué canteras salió la piedra, cómo se transportó, cómo se planificó todo, y dónde y cómo vivieron los obreros –no esclavos– que la edificaron. Según el egiptólogo Mark Lehner, pudo levantarse con cuatro grupos de 25.000 obreros trabajando en turnos de tres meses durante 20 años. Las exigencias logísticas fueron enormes, por eso se dice que no fue Egipto el que construyó la Gran Pirámide, sino que fue ésta la que estructuró el país.
La magia está en su belleza arquitectónica
La energía de las pirámides no existe. Muchos españoles oyeron hablar de ella en El poder mágico de las pirámides (1974), de Max Toth y Greg Nielsen, quienes sostenían que, si se metía una cuchilla de afeitar en una pequeña pirámide de cartón, el filo se regeneraba y duraba más tiempo. El negocio de las hojas de afeitar y el de los frigoríficos –decían también que la pirámide conservaba la carne– son la mejor prueba de que la historia de la energía piramidal tiene tanto fundamento como la idea de Robert Bauval de que los monumentos de Giza son un reflejo de la constelación de Orión en la Tierra. Lo que hace este ingeniero egipcio es quitar del mapa de la meseta aquellas edificaciones –sólo pirámides, hay otras once en Giza– que no encajan con su teoría y con la imagen de la constelación del cazador.
Fuente :Muy Interesante