El pirata francés que capturó el monumental y exótico tesoro en oro de Hernán Cortés

Retrato anónimo de Moctezuma II, que dio nombre a un teroso que poco tenía que ver con él
Retrato anónimo de Moctezuma II, que dio nombre a un teroso que poco tenía que ver con él – Wikimedia
Jean Fleury destrozó a una flota española y se hizo con las riquezas enviadas por el conquistador al Rey de España, a pesar de que uno de los capitanes españoles perdió ambos brazos defendiéndose del ataque

 

Francisco I, Rey de Francia y archienemigo de Carlos V, reclamó con insistencia ver el testamento de Adán, para comprobar si era cierto que le había dejado medio planeta en herencia a españoles y portugueses. El irónico comentario del monarca francés hacía referencia a la incapacidad que tenían otros países de Europa de acceder a los territorios americanos y al acuerdo entre Portugal y España, aprobado por un papa valenciano, Alejandro VI, para repartirse el nuevo continente. Frente al monopolio hispánico, el resto solo pudo interponer piratas.

La cifra ascendía a 44.979 pesos en oro, 3.689 pesos en oro bajo, 35 marcos y 5 onzas de plata, etc…

Jean Fleury fue uno de los primeros corsarios en poner sus zarzas en los intereses americanos. Como recuerda Carlos Canales y Miguel del Rey en su libro «Las reglas del viento: cara y cruz de la Armada española en el siglo XVI» (Edaf, 2010), hay quien sostiene que este corsario se llamaba en realidad Giovanni de Verrazzano y era hermano del famoso cartógrafo Hyeronymus, aunque por lo demás resulta misterioso su origen. Fleury fue piloto y comandante bajo las órdenes del armador Jean Ango durante el desarrollo de la Guerra de los Cuatro Años. Con sede en Normandía las actividades marítimas de Fleury se fueron extendiendo a través del Atlántico en busca de las rutas usados por los españoles para trasladar metales preciosos desde el Nuevo Continente. En una de sus incursiones, el francés tuvo un golpe de suerte que iba a cambiar su vida. Se topó con uno de los tesoros más grandes que han cruzado el Atlántico.

El tesoro de Montezuma

Mientras Hernán Cortés y sus hombres estuvieron alojados en el palacio de Axayácatl, en Tenochtitlán, se relata que descubrieron de forma accidental el tesoro de los mexicas. La riqueza hallada era imponente y prometía acabar con los problemas económicos de aquel grupo de conquistadores para siempre. No en vano, durante la Noche Triste una parte de este tesoro se perdió en los canales de la ciudad. La cantidad de oro se rebajó en esos días pero volvió a incrementarse con la conquista de Tenochtitlan un año después. Al final de sus campañas, Cortés separó el 20% de los tesoros reunidos, el llamado Quinto Real, para enviárselo al Rey de Castilla, Carlos, a modo de impuesto y muestra de su lealtad. La cifra ascendía a 44.979 pesos en oro, 3.689 pesos en oro bajo, 35 marcos y 5 onzas de plata, etc. El tesoro, mal llamado de Montezuma, estaba formado por máscara, collares, brazaletes, vasos, figuras de jade, perlas, aves, huesos de mamuts y tres jaguares.

El cabo de San Vicente desde el sur
El cabo de San Vicente desde el sur– Wikimedia

Para Cortés era imprescindible que el tesoro llegara intacto a España, porque todavía se seguía juzgando en España si su actuación respecto al gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, había sido correcta. El extremeño necesitaba que Carlos V confirmara su autoridad en México y designó a los capitanes Alonso Dávila y a Antonio de Quiñones para trasladar el Quinto Real. Tres carabelas partieron al fin de San Juan de Ulúa con el objetivo de dirigirse directamente a España. No obstante, la expedición sufrió varios percances. Sin ir más lejos, los jaguares se liberaron y hubo que matarlos para evitar que hirieran de gravedad a varios marinos. En las Azores, Antonio Quiñones murió durante una riña amorosa y dejó a Dávila solo en el mando.

Fleury reunió una flota de seis barcos, tres de ellos con más de 100 toneladas, que suponían un escollo demasiado grande frente a la flotilla española

Al llegar rumores de que varios corsarios merodeaban el Cabo de San Vicente, como si supieran que a las costas españolas se aproximaba una pieza de calado, Dávila prefirió esperar a la armada de guardacostas de Andalucía. Francia y España se encontraban sumergidos en una nueva guerra en esos años y merecía la pena extremar la seguridad. Pero a pesar de los refuerzos españoles, Fleury reunió una flota mayor de seis barcos, tres de ellos con más de 100 toneladas, que suponían un escollo demasiado grande frente a la flotilla española dirigida por Domingo Alonso de Amilibia. En las proximidades del cabo de San Vicente se enfrentaron españoles contra franceses, en un duelo desigual donde solo el barco capitaneado por Amilibia resistió las acometidas francesas.

Francia aclama a Fleury

El barco de Amilibia fue arrasado, su capitán perdió sus dos brazos y vio como moría su hijo en la refriega. Amilibia, Alonso Dávila y otros importantes capitanes fueron llevados prisioneros a La Rochelle y permanecieron allí varios años. Pero no todos fueron tan valientes como Amilibia en aquella jornada, el capitán Martín Cantón evitó el combate y condenó a dos de las tres carabelas a caer en manos francesas. La tercera, dirigida por Juan de la Ribera, logró ocultarse en la isla de Santa María a la espera de que desde Sevilla enviaran ayuda. Al desembarcar en el Puerto de Santa María, sin embargo, el obispo Juan Rodríguez Fonseca, confiscó parte del tesoro debido a viejas enemistades con Cortés.

Grabado de Juan Florín
Grabado de Juan Florín– Wikimedia

En Francia, un porcentaje del tesoro pasó directamente a las arcas reales, mientras que una parte se expuso al público en 1527 en una fiesta organizada en la mansión del armador Ango. Durante un tiempo, Fleury se convirtió en un héroe patrio. Así abrió el camino a toda una generación de corsarios y piratas que se lanzaron a por los tesoros hispánicos y a amenazar su monopolio, vigente desde 1522. Tanto es así que al Cabo de San Vicente los españoles comenzaron a llamarlo «El cabo de las Sorpresas». Sin embargo no vivió mucho para saborear esta edad dorada de la piratería.

A lo largo de su trayectoria como pirata, Fleury asaltó más de 150 barcos y arrasó la costa peninsular con relativa facilidad. En 1527, fue capturado tras un duro combate con cuatro naos vizcaínas. Una vez trasladado a Sevilla, el pirata fue ejecutado por orden directa del Emperador Carlos, siendo ahorcado en el puerto del Pico, en Colmenar de Arenas, Ávila.

Fuente ABC