Las primeras mujeres catedráticas y doctoras de la historia de España, en el siglo XVI

¿Era el papel de la mujer tan secundario como creemos en la España Moderna? ¿Estaba tan relegada a las labores domésticas como muestra la imagen habitual?

La mayoría de los estudios apuntan a su subordinación al orden familiar como estructura principal del tipo de sociedad patriarcal propia del Antiguo Régimen; sin embargo, dicha sociedad no se mantuvo igual en el tiempo ni tuvo consistencia homogénea, tanto en lo social como en lo geográfico.

La subordinación femenina tuvo su muestra más importante en el plano intelectual, de manera que aunque hubo casos de mujeres que brillaron en ese campo -literatura, arte, filosofía…- realmente no pasaron de ser excepciones que, por regla general, sus colegas masculinos no se tomaban muy en serio y sobre las que la Historia pasó de puntillas.

 

 

En efecto, parece que el destino de una mujer fuera el matrimonio y cuidar de su casa, aún cuando había una pléyade de oficios que desempeñaban las mujeres del pueblo llano: sirvientas, costureras, hilanderas, molineras, monjas, taberneras, prostitutas, amas de cría, tenderas, campesinas.

Las de mayor alcurnia, obligadas por la etiqueta, evitaban el trabajo en la medida de lo posible, aunque hay casos aparte como el de Margarita de Parma, que fue gobernadora de los Países Bajos. A lo largo de aquel período fueron descollando algunos nombres: escritoras como Santa Teresa, sor Juana Inés de la Cruz, María de Zayas o Cristobalina Vázquez de Alarcón; artistas como Sofronisba Anguissola; profesoras como Beatriz Galindo; soldados como Catalina de Erauso; actrices como María Calderón o Francisca Baltasara; empresarias como Laura Herrera; teólogas como sor María Jesús de Ágreda, etc.

Santa Teresa (François Gérard) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Sin embargo, probablemente los casos más insólitos fueron los de Francisca de Nebrija y Luisa de Medrano, que fueron las primeras féminas en impartir clases en la universidad. Ambas resultan especialmente notables no sólo por lo logrado sino por la temprana fecha en que lo hicieron, a principios del siglo XVI, anticipándose bastante a otras mujeres españolas y extranjeras que luego también alcanzarían importantes metas, como Juliana Morell (humanista barcelonesa que fue la primera en recibir un doctorado universitario junto con la filósofa veneciana Lucrecia Cornaro Piscopia), la prodigiosa Laura Bassi (matemática, médico, historiadora y lingüista, que fue profesora de medicina y ciencias, y catedrática de Física) o María Isidra de Guzmán (primera doctora y académica de la Lengua española, a caballo entre los siglos XVIII y XIX), entre otras.

El apellido de Francisca de Nebrija no le habrá pasado desaparecibido al lector. Efectivamente, era hija de Elio Antonio de Nebrija, el célebre humanista sevillano autor de la primera Gramática Castellana y de dos diccionarios, además de traductor para la Biblia Políglota Complutense apadrinada por el cardenal Cisneros.

Nebrija fue nombrado profesor de Gramática y Retórica de la Universidad de Salamanca en 1473, el mismo año en que se casó con Isabel Solís de Maldonado, con la que tuvo siete hijos. La única chica fue Francisca, de cuya vida no se sabe gran cosa, aunque la lógica hace deducir que la educación que recibió debió de ser exquisita hasta el punto de llegar a colaborar con su padre en la elaboración de la Gramática.

Asimismo, poseía vastos conocimientos de lenguas y cultura clásicas, dominando perfectamente el latín. Todo ello permitió que, al fallecer su progenitor en 1522, fuera elegida para sucederle en la cátedra de Retórica que en aquel momento ocupaba en otra universidad recién fundada en 1499 por Cisneros, la de Alcalá de Henares.

Elio Antonio de Nebrija impartiendo clase / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

No sería raro el caso de la continuación del legado intelectual paterno, ya que el propio Lope de Vega tuvo también una hija, Marcela, que, además de alcanzar el rango de abadesa de las Trinitarias Descalzas, cogió la pluma para escribir varios libros de poesía y teatro (aunque sólo se conservan cuatro de los cinco volúmenes porque su confesor le recomendó quemarlos).

Pero Luisa de Medrano Bravo de Lagunas Cienfuegos, a la que también se suele llamar Lucía, no tuvo unos ascendientes tan famosos, aunque si linajudos, pues su familia era de rancio abolengo y había servido tradicionalmente a los Trastámara (su padre murió en el sitio de Málaga). Nacida en Atienza en 1484, también era de prole numerosa: nueve hermanos eran, uno de los cuales, Luis, llegó a ser catedrático y rector de la Universidad de Salamanca.

Luisa precedió cronológicamente a Francisca -aunque por poco-, siendo contemporánea de la citada Beatriz Galindo la Latina, que fue la preceptora de los vástagos de los Reyes Católicos por deseo expreso de la reina Isabel. Lamentablemente no se conserva la obra publicada por Luisa y, de hecho, su recuerdo mismo se habría perdido en el tiempo de no ser por las referencias documentales que hay sobre ella, tanto las facilitadas por un compañero de la universidad salmantina, el humanista siciliano Lucio Marineo Sículo, como las del rector Pedro de Torres.

Porque ella fue la primera mujer en acceder a una cátedra en 1508, curiosamente la misma que había ocupado antes Elio Antonio de Nebrija, la de Lenguas Clásicas. Con el mérito extra de que en ese momento sólo tenía veinticuatro años, algo explicable por la vasta cultura que al parecer acreditaba y que demostró en una memorable lección magistral impartida aquel curso sobre Derecho Canónico. Si joven fue en su triunfo profesional, joven era también al fallecer en 1527, a los cuarenta y cuatro años.

En 1968 el ministro de Educación inauguró el instituto que lleva su nombre y al preguntar a los asistentes al acto quién había sido Luisa de Medrano nadie supo contestar.

Luisa Sigea / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Aquella entrada de nuestro país en el Renacimiento, desde el reinado de los Reyes Católicos hasta el de Felipe II, resultó inauditamente fructifero desde el punto de vista de la intelectualidad femenina y nunca más volvió a repetirse hasta el siglo XX.

Porque a las citadas habría que añadir más nombres: Isabel Losa, cuyos conocimientos filosóficos y su manejo del latín, griego y hebreo le permitieron recibir el doctorado en Teología de la Universidad de Córdoba; Isabel de Vergara, hermana de los prestigiosos humanistas Juan y Francisco (que colaboraron en la Biblia políglota) y traductora de Erasmo; Luisa Sigea, otra experta en lenguas clásicas añadiendo además el caldeo; la erudita Juana Contreras, que fue alumna del mencionado Sículo, las escritoras Tecla de Borja, Catalina de Paz, Isabel de Vega, Florencia Pinar (esta última del siglo XV), Catalina de Paz, Isabel Mexía, Francisca de Aragón y Feliciana Enríquez de Guzmán (que vivió ya en el Siglo de Oro)… La lista sería aún más larga.

Parece probable que la reseña que dejó Luis Vives en su obra Instrucción de la mujer cristiana, publicada en 1514, tuviera muy en cuenta a aquellas extraordinarias generaciones femeninas, sin paralelo en Europa: “Hay algunas doncellas que no son hábiles para aprender letras; así también hay de los hombres; otras tienen tan buen ingenio que parecen haber nacido para ellas o a lo menos, que no se les hacen dificultosas. Las primeras no se deben apremiar a que aprendan; las otras no se han de vedar, antes se deben halagar y atraer a ello y darles ánimo a la virtud a que se inclinan”. 

Fuentes: Historia silenciada de la mujer: la mujer española desde la época medieval hasta la contemporánea (Alain Saint-Saëns, director) / Los estudios históricos sobre las mujeres en la Edad Moderna; estado de la cuestión (María Victoria López-Cordón Cortezo) / Mujer y cambio en la Edad Moderna (María Antonia Bel Bravo)/LBV.