La Noche de San Daniel, la matanza desatada por un polémico artículo de prensa

Este episodio de la historia de España tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX, empezando con la publicación de un artículo crítico hacia la corona.

Su final fue un baño de sangre, al que se conoce como la Noche de San Daniel. Situémonos. El 16 de septiembre de 1864, tras una crisis de gobierno que supuso la caída del ejecutivo de Alejandro Mon apenas cinco meses después de su nombramiento, la reina Isabel II recurrió a su comodín habitual, el general Narváez.

Mon era el último de una serie de gabinetes efímeros que se sucedieron tras la dimisión de Leopoldo O’Donnell el 2 de marzo de 1863, con Manuel Pando aguantando sólo un año de presidente y Lorenzo Arrazola que no superó los cinco meses; todo ello con el retraimiento de los progresistas, que se negaron a seguir participando en el juego al no ser nunca designados para gobernar.

Por entonces la democracia española funcionaba al revés: en lugar de salir un gobernante de unas elecciones era la Corona la que encargaba a un político constituir un gabinete y luego se celebraban los sufragios… que ganaba el elegido gracias al control del Ministerio de Gobernación.

El general Ramón María de Narváez (por López y Portaña)/Imagen: PHGCOM en Wikimedia Commons

No era la primera vez que Narváez, espadón del Partido Moderado, subía al poder (ni sería la última). En las anteriores siempre había terminado de mala manera por su profundo conservadurismo y su implacable tendencia a reprimir las protestas de los opositores de forma brutal, pero en esta ocasión se mostraba dispuesto a conducirse con más templanza: “Voy a ser más liberal que Riego porque, como ya no llueven progresistas a chaparrones, puedo salir a la calle sin paraguas…”, le escribió a su amigo y colaborador habitual González Brabo (o Bravo) con la gracia andaluza que demostraba cuando estaba de buenas.

Y sus primeros meses parecieron encaminarse en esa dirección, perdonando a Prim (que estaba desterrado en Oviedo al interpretarse como conspiración unas palabras críticas hacia la monarquía), dictando una amnistía para delitos de opinión y prensa, y sacando al Ejército del avispero dominicano a comienzos de 1865, pese a la oposición de la Corona (el gobierno de la República Dominicana había solicitado volver a formar parte de su antigua metrópoli en 1861, aunque el pueblo no le pareció tan buena idea y pronto España quedó envuelta en una guerra).

Luis González Brabo, ministro de Gobernación (Eduardo Blanca)/Imagen: Historia de España Documentos

Pero al final se impuso su incontinente carácter. El general Fernández de Córdova, amigo personal y ministro, dimitió al cabo de un mes reprochando a su superior “la conducta de siempre”, y le siguieron otros miembros del ejecutivo. En febrero de 1864 el titular de Economía. García Barzanallana, también se marchó por el malestar que provocó su proyecto de reparto forzoso, una contribución de 600 millones de reales sobre aquéllos que tuvieran rentas anuales de más de 40 reales.

Le sustituyó Alejandro Castro, que propuso sufragarlo con una subasta pública de bienes estatales enajenados, entre ellos los de la Corona. Cuando la soberana, en una tardía campaña de mejora de imagen, aceptó donar al Estado tres cuartas partes de dicho patrimonio (incluida la colección de pinturas del Museo del Prado, que su padre le había legado), el diputado republicano Emilio Castelar publicó en el periódico La Democracia un irónico artículo titulado El rasgo planteando qué derecho tenía la reina a quedarse el resto, que consideraba perteneciente a la nación.

Emilio Castelar en un retrato de prensa de 1870/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Dicen los estudiosos de la vida de Isabel II que prácticamente ignoraba el valor del dinero debido al alejamiento de la realidad social al que había estado obligada desde que fue nombrada heredera tan niña y a la deficiente educación recibida, de ahí la confusión entre sus propiedades y las del Estado.

Ella misma lo admitió más tarde en una famosa entrevista concedida a Pérez Galdós: “¿Qué había de hacer yo, tan jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno en mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados; no viendo a mi lado más que a personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían? ¿Qué había de hacer yo? Póngase en mi caso”.

Así se explica que sólo su joyero se tasara en 42 millones de reales o que tuviera una colección de 63 coches de caballos. De hecho, la reina era más bien despegada en cuanto a bienes y muy generosa; por eso su fortuna personal, calculada en torno a 4.000 millones de reales en 1833, fue disminuyendo a pasos de gigante y en sus últimos años sólo le quedaba una pequeña parte, 60 millones.

Isabel II una década antes de los acontecimientos (por Federico de Madrazo)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cualquier caso, el artículo de Castelar, publicado el 25 de febrero de 1864, levantó tal polvareda que, pese a ser rápidamente censurado, se difundió con mayor velocidad aún por toda la capital mediante pasquines. El texto vulneraba la circular de Fomento que prohibía a los catedráticos expresarse contra la monarquía, la religión y el concordato, así que fue expulsado de su cátedra de Historia Filosófica y Crítica de España en la Universidad Central de Madrid y condenado a muerte, aunque consiguió huir a Francia.

Algunos escritores y profesores apoyaron la dura medida pero otros se solidarizaron con él y el rector incluso se negó a obedecer la orden, siendo destituido. La Democracia publicó su primera página completamente en blanco varios días y los estudiantes universitarios, tras un par de jornadas de incertidumbre, convocaron una gran serenata nocturna de protesta en la Puerta del Sol y aledaños contra el nuevo rector, el neocatólico Diego Miguel y Bahamonde, a la que se unieron obreros, intelectuales y políticos de la oposición (es decir, demócratas y progresistas).

La jornada, conocida con el nombre de Noche de San Daniel, ha pasado a la historia negra del país: empezó sin previo aviso con disparos de la Guardia Civil, contestados a pedradas, y terminó bañada en sangre por la caballería: 14 muertos -la mayoría por la espalda-, casi 200 heridos y 160 detenidos (Galdós fue testigo presencial) Incluso Narváez en persona salió a encararse con los manifestantes que se habían reunido frente a Gobernación y les espetó fuera de sí: “¡Las personas honradas a sus casas! ¡Los pillos, que se queden aquí a entendérselas conmigo!”.

La indignación pública por la que también se conoció como Noche del Matadero (buena parte de las víctimas eran simples peatones que pasaban por la zona, entre ellos mujeres, niños y ancianos, mientras los guardias sólo tuvieron un herido por una pedrada) fue de tal cariz que el Ayuntamiento, la Diputación de Madrid y varios ministros renunciaron; se cuenta que Antonio Alcalá Galiano, titular de Fomento cuando ocurrieron los hechos, falleció de una apoplejía que le causó una fuerte discusión con González Brabo durante el Consejo de Ministros.

Antonio Alcalá Galiano, ministro de Fomento (por Vicente Palmaroli)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Para empeorar las cosas, la Reina no sólo no destituyó al presidente sino que le felicitó irresponsablemente en público, ignorando a su marido, Francisco de Asís, que le recordó en vano la norma no escrita de que un gabinete con sangre debía salir del poder para no manchar a la Corona.

El irascible diputado Ríos Rosas llamó en el Parlamento “miserables instrumentos” a las fuerzas del orden y cuando fue instado a retirar sus palabras se negó, exigiendo en cambio que se esculpieran “en mármoles y bronces”: el cariz del debate se tornó virulento y acabó batiéndose en duelo con González Brabo, ministro de Gobernación y responsable directo de la brutal represión, que resultó herido en un brazo pese a que su oponente falló el tiro de forma deliberada (en cambio, él sí había apuntado).

Antonio de los Ríos Rosas en un retrato de prensa de 1866/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La situación del país quedó envuelta en un estado de tensión y se agravó dos meses más tarde, cuando Isabel II destituyó por fin a Narváez pero en vez de llamar a los progresistas para sustituirle confió de nuevo en O’Donnell.

Así rompió de manera definitiva el nexo de unión con los progresistas y republicanos, hartos de poner las víctimas, que optaron abiertamente por la vía de la insurrección. Fracasaron en varios intentos pero estaban sembradas las bases de lo que en poco tiempo sería la Revolución del 68, que supuso el destronamiento y exilio de la reina.

Fuentes: La época del liberalismo (Josep Fontana y Ramón Millares) / Isabel II. Una biografía (1830-1904) (Isabel Burdiel) / Episodios nacionales. Prim (Benito Pérez-Galdós) / El rasgo (en Recursosclaseshistoria) (Emilio Castelar)/LBV.

Libro recomendado: La cuestión universitaria y la Noche de San Daniel (Paloma Rupérez)