La misteriosa Conjuración de Venecia: cuando Quevedo tuvo que huir disfrazado de mendigo

Plaza de San Marcos (Canaletto) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons
Plaza de San Marcos (Canaletto) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Venecia no era el mejor lugar para estar en la primavera de 1618 y menos aún siendo español.

Una turba de exaltados recorría las calles arrojando a los helados canales a cuanto hispano se cruzaba y rodeaba la residencia de Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar y embajador de Felipe III en la República Serenísima, amenazando con asaltarla; varios extranjeros más fueron ahorcados y se prendió fuego a dos muñecos que representaban al duque de Osuna, virrey español de Naṕoles, y a Francisco de Quevedo, su secretario. Era el resultado de la enigmática Conjuración de Venecia.

 

 

Las relaciones entre la república y España nunca habían sido buenas. Es cierto que ambas potencias colaboraron en algunas batallas contra el enemigo común, el Imperio Otomano, como pasó en Lepanto, pero en realidad los venecianos tenían sus propios intereses que no eran otros que controlar el Adriático y extender su influencia tanto por el resto del Mediterráneo oriental como por la parte norte de la península italiana.

Y en esta última chocaban con los Habsburgo, dueños de varios territorios y que con un estratégico puerto como era Génova, tenían en esa zona una auténtica base militar de la que partía el importantísimo Camino Español, un paso que permitía a los Tercios atravesar Europa de sur a norte para llegar a Flandes y uno de cuyos sectores, la Valtelina, reclamaban los venecianos.

Pedro Téllez-Girón y Velasco, duque de Osuna (Bartolomé González y Serrano)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Pedro Téllez-Girón y Velasco, duque de Osuna (Bartolomé González y Serrano) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

La rivalidad entre Venecia y España aumentó en el siglo XVII, cuando Pedro Téllez de Girón, tercer duque de Osuna, fue nombrado virrey de Nápoles. Antes lo había sido de Sicilia, donde había comenzado una activa política dirigida a restituir la autoridad y el dominio español en Italia, por entonces algo decadente por la dejadez del gobierno del duque de Lerma, valido de Felipe III.

Osuna creó una flota, pagándola de su bolsillo, con la que se dedicó a la guerra de corso e incluso atacó Túnez, nido de piratas berberiscos; sus éxitos y algún que otro soborno sirvieron para que le destinaran al Reino de Nápoles, donde volvió a hacer lo mismo. Molesto por la firma de la Paz de Madrid (que devolvía la tranquilidad al norte de Italia) y ante la continua molestia que suponía Venecia, diseñó una conspiración para debilitar a ésta y hacerse con su control.

O, al menos, eso es lo que se dijo, ya que el duque siempre negó toda participación en el asunto y el propio Quevedo acusó a los venecianos -“chisme del mundo”, los llamó- de hacer un montaje. La leyenda cuenta que el célebre escritor se salvó del linchamiento por los pelos, huyendo de noche disfrazado de mendigo y esquivando a sus perseguidores gracias a su dominio del dialecto veneciano.

El caso es que, según los italianos, Osuna aprovechó la densa red de espías que Bedmar llevaba organizando en la ciudad desde su nombramiento en 1607 y, con la ayuda del marqués de Villafranca, embajador del Milanesado, urdieron un complot que debía provocar una situación de caos e inestabilidad que favoreciera la intervención de la escuadra española que aguardaba en el Adriático.

El cardenal Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
El cardenal Alfonso de la Cueva, marqués de Bedmar / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Para ello contrataron a varios corsarios franceses y holandeses de los que combatían al servicio de Venecia, algunos de ellos hugonotes, con el objetivo de ocupar los centros neurálgicos de la república, volar el poderoso arsenal y destituir -o asesinar, según versiones- al Dux para imponer un gobierno favorable a España. Los mercenarios debían, asimismo, sobornar a los compatriotas contratados para luchar en las galeras venecianas mientras Bedmar (en Italia a este episodio se lo conoce como Congiura di Bedmar) se aseguraba la neutralidad de Francia y Gran Bretaña.

Los sucesivos retrasos que sufrió el plan desde el invierno de 1617 ocasionaron que terminara descubriéndose y el 9 de abril una carta anónima advirtió al gobierno local, que de todas formas ya estaba suspicaz. Entonces hubo que precipitar los acontecimientos y uno de los franceses traicionó la conjura y confirmó su existencia a las autoridades.

Éstas reaccionaron y el 12 de mayo arrestaron a Nicolás Renault, el cabecilla de los mercenarios galos, que por expeditivos métodos no tardó en cantar e ir denunciando a sus cómplices. A partir del día 19 se desató una oleada de detenciones, muchas de las cuales acabaron con la ejecución de los implicados, varios de ellos de forma sumarísima, sin juicio previo, mientras otros morían asesinados en medio de los tumultos que se organizaron como protesta.

Ya vimos cómo Quevedo se las arregló para escapar rocambolescamente mientras Bedmar presentaba una queja oficial al ver asediado su palacio. El embajador francés había dejado la ciudad muy oportunamente y su vivienda fue allanada en busca de pruebas. Sólo cuando se demostró la inocencia de Antonio Forcarini, un noble acusado erróneamente de formar parte del complot y que había sido ajusticiado el 21 de abril, se detuvo la represión.

Quevedo retratado en 1618, año de su presunta participación en la conjuración/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Quevedo retratado en 1618, año de su presunta participación en la conjuración / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Para entonces la Conjuración de Venecia había fracasado… o quizá tuvo éxito, si se da por buena la versión de que todo fue un montaje de los venecianos, que tenían larga tradición es ese tipo de acciones. Al fin y al cabo, Osuna, Bedmar y Quevedo, que siempre negaron su responsabilidad, terminaron destituidos por el duque de Lerma, que quería un reinado en paz a toda costa (no lo lograría porque ese mismo año cayó en desgracia y su sucesor, el duque de Uceda, retomó la estrategia belicista).

Es cierto también que el fogoso virrey de Nápoles tendía a actuar por su cuenta, sin consultar a su gobierno. En cualquier caso, una vez más, pese a que en un principio toda Europa desconfió de la versión de Venecia (que, por cierto, a partir de ahí entró en decadencia), a la larga España perdió la batalla de la propaganda y un sinfín de obras literarias sobre el tema engrosaron su Leyenda Negra hasta que ya en el siglo XIX empezaron a aparecer las primeras visiones alternativas.

Como curiosidad, cabe añadir que hoy se hacen rutas temáticas teatralizadas por la ciudad italiana visitando los escenarios de aquel episodio.

Fuentes: Don Pedro Girón, duque de Osuna. La hegemonía española en Europa a comienzos del siglo XVII (Luis M. Linde) / 1618: ¿conjuración de los españoles contra Venecia o Venecia contra los españoles? Sarpi frente a Quevedo y Mornod (Andrée Mansau) / Profesor Carlos Seco Serrano: haciendo historia. El marqués de Bedmar y la Conjuración de Venecia de 1618 (Carlos Seco Serrano y Teresa Martínez de Sas) / El gran Duque de Osuna y su marina: Jornadas contra turcos y venecianos (Cesáreo Fernández Duro) / Wikipedia.LBV