La leyenda del oro escondido bajo la Montaña de la Superstición

Weaver's Needle, un picacho rocoso bajo el que , cuenta la tradición, se oculta el tesoro.
Weaver’s Needle, un picacho rocoso bajo el que , cuenta la tradición, se oculta el tesoro.

Hay una novela de Karl May titulada La Montaña de Oro en la que las aventuras de sus protagonistas habituales, el emigrante alemán reconvertido en pionero del Lejano Oeste Old Shatterhand y su inseparable amigo apache Winnetou, giran en torno a una montaña sagrada que oculta un fabuloso tesoro indio. Aunque May no salió nunca de su país natal, Alemania, es probable que la idea para este argumento le llegara de alguna manera desde Estados Unidos, pues allí, en Arizona, se contaba una leyenda parecida: la de la Montaña de la Superstición.

Se trata de un pico rocoso que destaca por su altura dentro de la cadena comúnmente conocida como The Superstitions (Las Supersticiones), originada hace unos veintinueve millones de años por vulcanismo y que forma parte del Superstition Wilderness Area, un parque de ciento sesenta mil hectáreas. Se trata de una zona muy sugestiva desde el punto de vista del turismo de naturaleza porque tiene además otros puntos interesantes, como un peculiar mirador panorámico llamado Fremont Saddle al que se llega a traves de un cañón u otra formación pétrea denominada Miner’s Needle. Todo ello en pleno desierto pero atravesado por un red de senderos de trekking.

 

 

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El lugar fue descubierto y explorado por los españoles, siendo el fraile Marcos de Niza el primero en visitarlo en 1639 y darle el nombre de Sierra de la Espuma. Su considerable altitud (la cota más alta roza los dos mil metros), el carácter agreste del entorno y la dureza del clima mantienen la Montaña de la Supertición un tanto apartada y, consecuentemente, propicia para que los indios situaran en ella un buen puñado de leyendas que han incrementado el atractivo local. Se entiende porque, aunque no sea la mayor elevación de la cadena -tiene un millar de metros-, es un farallón imponente, de forma característica y separado de los otros.

Los hallazgos arqueológicos, petroglifos y pinturas rupestres en algunas rocas indican presencia humana desde hace nueve mil años. Luego fueron instalándose tribus como los salado y los hohokam. Los pima, que llamaban a la montaña Ka-Katak-Tami, es decir, Montaña de la Cumbre Deforme, creían que estaba habitada por espíritus malignos cuyo enfado se manifestaba en los rayos que solían caer sobre su cima. Esta idea la recogieron también los apaches, que consideraban que era un sitio tabú: génesis de las tormentas de arena, morada del dios del Trueno, trono del creador Cherwit Make (quien decidiría el destino final de los hombres) y entrada al inframundo. Por esa razón se mantenían alejados y, quizá, se originó la leyenda de que sus primos, aquellos aztecas que habían emigrado hacia el sur, procedían originariamente de allí, lo que suponía identificar el sitio con el mítico Aztlán.

Gerónimo , a la derecha, con tres compañeros apaches
Gerónimo , a la derecha, con tres compañeros apaches

Como se contaba que habrían dejado escondidas tras de sí grandes riquezas por no poder poder llevárselas, probablemente así se originó la leyenda del oro de la montaña. La llegada de los colonos combinó estas historias con otro clásico, un tesoro perdido de los conquistadores españoles. Se cuenta que un inmigrante alemán llamado Jacob Waltz anduvo por aquel paraje en 1891 y descubrió la veta aurífera más rica del mundo, que pasó a ser conocida como la Lost Dutchman’s Gold Mine (en los Estados Unidos de aquella época había cierta confusión entre germanos y holandeses) o también Geronimo’s Gold Cave. Porque puestos a fabular se metió también en el asunto al célebre guerrero apache; de hecho, a mediados del siglo XIX, guerreros de esa tribu habrían encontrado en su territorio a un español llamado Miguel Peralta, matándole y robándole la fabulosa cantidad de oro que había encontrado. Como es habitual en estos casos, la historia se ramifica en múltiples variantes; una de ellas dice que un apache herido fue curado por un médico llamado Thorne y, por ello, el agradecido indio le reveló el escondite de un tesoro.

¿Qué hay de cierto en todo esto? No mucho, seguramente, más allá de la coincidencia del apellido (hubo un virrey de Nueva España en el siglo XVII llamado Pedro de Peralta, quien poseía una baronía en tierras de Arizona que incluía la zona de la Montaña de la Superstición, donde explotaba una mina que luego se agotó) y de un tal Thorne que quiso registrar legalmente una mina por la región pero en unos años distintos a los de la leyenda. En cuanto al verdadero Waltz, al parecer terminó adquiriendo una granja en la vecina Phoenix, por lo que no parece que la febril actividad minera de su juventud diera muchos frutos.

La tumba de Jacob Waltz
La tumba de Jacob Waltz

Eso sí, esta amalgama de mitos y medias verdades desató la imaginación de mucha gente, que se lanzó a buscar la mina o el tesoro perdido; muchos cayeron en el intento, pues se han encontrado varios esqueletos de aventureros fallecidos en el lugar. De alguno de ellos no se había vuelto a tener noticia desde que partieron en busca del oro, como un oscuro personaje llamado Adolph Ruth, que aseguraba saber la localización por un descendiente de Peralta; sus restos mortales fueron encontrados e identificados en 1932 gracias a varios efectos personales. Las últimas víctimas de la Montaña de la Superstición se registraron en 2010: unos excursionistas que cayeron por una grieta y cuyos cuerpos no aparecieron hasta el año siguiente, junto a otros anteriores.

El caso es que ahora hay un parque, el Lost Dutchman State Park, con rutas delimitadas y amenizadas con carteles que explican estas historias. Todas ellas les resultaron tan increíbles a los primeros granjeros que se instalaron en el cercano Salt River Valley, que decidieron llamar al lugar Superstition Mountain. Por cierto, en la novela de Karl May la montaña también dicta su implacable ley sobre quienes quieren profanarla.

Fotos por azstateparks.com y Wikipedia./LBV