La Gruta del Apocalipsis de San Juan en Patmos

Como es sabido, la principal característica del mar Egeo, esa masa de agua perteneciente al Mediterráneo oriental comprendida entre Grecia y Turquía, es que está tachonado de cientos de islas e islotes.

Estos se agrupan en un buen puñado de archipiélagos que constituyen atractivos destinos turísticos. Eso sí, teniendo en cuenta que la mayoría están deshabitados y que los visitantes se concentran en unos pocos. Uno de ellos es el del Dodecaneso, situado en el extremo meridional y compuesto nada menos que por 163 islas, de las que las más conocidas son Rodas, Kos y Patmos.

Vamos a quedarnos con esta última porque a pesar de su modesto tamaño (34.6 kilómetros cuadrados) y su escasa población (alrededor de dos millares y medio de habitantes), resulta muy sugestiva por dos razones históricas.

La primera es que, según se cree, fue allí donde se construyó el primer templo en honor de Artemisa, una de las diosas más antiguas del panteón griego, probablemente basada en una deidad anterior a esa cultura según se deduce de sus características primitivas (reinaba sobre los animales y la tierra, presidía la caza, se la relacionaba con las mujeres y sus enfermedades, la virginidad y el parto).

Según la mitología helénica, Artemisa solía reunirse con Selene (una titánide hija de Hiperión y Tea, hermana del sol Helios, identificada con la Luna y que acabó asimilada a la propia Artemisa), quien proyectaba su luz lunar sobre el mar para iluminar la sumergida isla de Patmos porque deseaba hacerla emerger. Artemisa quiso satisfacer a su amiga y pidió ayuda a su hermano Apolo, quien trasladó la petición a Zeus.

Artemisa asimilada a Selene, por Mengs/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El padre de los dioses aceptó y Patmos salió a la superficie. Mucho tiempo después, Orestes se refugió allí huyendo de las Erinias (manifestaciones de la venganza) por haber matado al amante de su madre (que a su vez había asesinado a su padre) y encontrando la paz en el lugar mandó levantar el mencionado santuario en honor de Artemisa.

Ese templo habría estado en la cima del monte Chora, que es la cota más alta de la isla con 269 metros sobre el nivel del mar pero que actualmente es conocido con otro nombre: Profitis Ilias, es decir, Profeta Elías. El cristianismo desplazó a las viejas creencias y el lugar sagrado dedicado a la diosa es hoy uno de los rincones emblemáticos de la nueva religión, ya que se ha reconvertido en el Monasterio de San Juan el Teólogo, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1999. Fundado en el siglo XI por el monje Christodoulos cuando Alejo Comneno I le cedió Patmos, ese cenobio ortodoxo se convirtió en uno de los más ricos e importantes del Egeo, llegando a acoger una comunidad de más de millar y medio de religiosos, aunque hoy sólo hay una veintena.

La localidad de Chora y el monasterio/Foto: Chris Vlachos en Wikimedia Commons

En realidad hay unas cuantas comunidades más y todas bajo la advocación de San Juan. Ello tiene su porqué y, de hecho, es lo que da fama al sitio, con lo que entramos en la segunda razón histórica. No hay más que leer el capítulo uno del Apocalipsis, la Visión preparatoria, donde el propio santo lo cuenta: “Yo, Juan, vuestro hermano y vuestro compañero en el sufrimiento, en el reino y en la constancia, en Jesús, yo me encontraba en la isla de Patmos por haber predicado la palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús. Caí en éxtasis el día del Señor y oí detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía: lo que ves escríbelo en un libro y mándaselo a las siete iglesias, a Éfeso, a Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea”.

No se sabe con exactitud la identidad de San Juan, si es el mismo autor del evangelio homónimo condenado junto a su discípulo Prócoro a confinamiento insular por el emperador Domiciano hacia el año 95 d.C. o, como creen más probable los expertos, una persona distinta. Pero sí que el sitio concreto donde tuvo esa visión fue una cueva que hay a mitad de camino de la carretera que une las localidades de Skala (el puerto) y Chora (la citada montaña), un extraño y mistérico enclave subterráneo cuya conexión con el culto de Artemisa parece evidente.

Conocido como la Gruta del Apocalipsis, aún conserva detalles curiosos, como una roca donde presuntamente San Juan apoyaba la cabeza y otra que le servía de escritorio, así como unas hendiduras en la bóveda pétrea por las que, cuenta la tradición, le llegó la voz divina.

Entrada a la gruta/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

En realidad no está tan claro que esa caverna, antaño llamada Katapafsis al parecer, sea el escenario original del episodio extático de San Juan, pero así ha pasado a la Historia. No obstante, conviene saber que fue restaurada en el siglo XVIII y ahora está integrada en el complejo monástico de la Revelación construido entre los siglos XVII y XX, con cuatro capillas alrededor (nada excepcional, por otra parte, ya que por toda la isla se cuentan nada menos que 365 iglesias, una por cada día del año), formando parte de una de ellas, la de Santa Ana. Se accede bajando unas escaleras que dan paso a un espacio angosto, decorado con multitud de farolillos colgantes e iconos.

“Me volví para ver quién me hablaba y, al volverme, vi siete candelabros de oro y en medio de los candelabros como un hijo del hombre, vestido con una larga túnica y ceñido con un cinturón de oro alrededor de su pecho. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como una llama de fuego; sus pies, como el bronce fundido a fuego; su voz, como el rumor de aguas caudalosas; en su mano derecha tenía siete estrellas y de su boca salía una espada aguda de dos filos; su cara era como el sol que brilla en todo su esplendor”.

La visión de San Juan por Durero/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Sin duda aquél era un ambiente propicio para, en determinadas condiciones, tener una experiencia visionaria, que unos considerarán cercana a la lisergia y otros mero resultado de una descripción literaria cargada de simbolismos; según la interpretación de los estudiosos, los candelabros representarían la Iglesia, las vestiduras el sacerdocio, el pelo blanco la eternidad, los ojos la ciencia, los pies la estabilidad, la voz la manifestación divina, las siete estrellas el señorío de Cristo y la espada el Juicio Final.

Fuentes: A Guide to Biblical Sites in Greece and Turkey (Clyde E. Fant,Mitchell G. Reddish) / UNESCO / Wikipedia/LBV