La extraordinaria vida de Isabelle Eberhadt

Isabelle con ropas beduinas en 1900/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En su libro Grandes aventureras 1850-1950, Alexandra Lapierre y Chrystel Mouchard hacen una adecuada presentación de una exploradora algo atípica, valga la redundancia: “Si se puede decir de muchas de las aventureras que abandonaron un nido confortable, de Isabelle Eberhardt se puede decir todo lo contrario: con múltiples identidades, venida de ninguna parte, no cesó de intentar unir lo que en ella estaba dividido para colocarlo en un único lugar. Y cuando lo encontró se ahogó en él”. Sería un excelente epitafio para su tumba.

 

 

Isabelle Eberhardt, en efecto, no procedía de una ilustre familia. De hecho, tras su nacimiento en 1877 fue registrada como hija ilegítima para proteger la identidad del padre, un ex-sacerdote armenio llamado Alexander Trophimowsky, que no quiso reconocerla. Su propia madre, Nathalie Eberhardt, era hija natural de un alemán y una judía rusa, habiéndose casado con el general y senador Pavel Karlovitch de Moerder, un aristócrata viudo y cuarenta años mayor que ella con el que tuvo dos hijos, Nicolás y Vladimir.

La tumba de Isabelle en Ain Sefra/Imagen: GoodReads

En 1871, Nathalie terminó agobiada de la vida de casada, fugándose a Ginebra con el pope, al que habían contratado como tutor de los niños y quien a su vez ya había abandonado a su propia familia y colgado los hábitos. La muerte de Pavel solucionó cualquier problema legal y económico. Isabelle nació seis años después (antes había nacido otro varón, Augustin).

Trophimowsky, pese a eludir su responsabilidad paterna con Isabelle, sí le proporcionó una esmerada educación, ya que era un auténtico erudito que no dudaba en inculcar a los niños con una novedosa metodología que incluía su espíritu anarquista y ateo. Así, la niña aprendió francés, ruso, alemán e italiano, además de latín, griego y árabe clásico. No sólo idiomas, pues también dominaba materias como filosofía, química, historia, geografía y literatura, siendo una voraz lectora.

Un retrato poco común de Isabelle/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Esa atípica imagen para los estándares femeninos de la época se plasmaron asimismo en la costumbre de vestir ropa masculina. Pero no todo fue idílico. Todos los hermanos se sintieron constreñidos por un Trophimowsky que los trataba tiránicamente y poco a poco fueron marchándose. Augustin, por ejemplo, siguió el consejo de un amigo militar y para librarse tanto del influjo paterno como de unas deudas y un poco recomendable vínculo con un grupo revolucionario ruso, se alistó en la Legión Extranjera Francesa en 1894; fue destinado a la colonia de Argelia, despertando en su hermana -que también conocía a aquel oficial- un vivo interés por conocer el lugar.

Ambos mantuvieron una intensa relación epistolar durante tres años que ella, dando rienda suelta a su ya fértil imaginación, firmaba con pseudónimos orientalistas de ambos sexos, tal cual hacía en algunos cuentos que publicaba en La Nouvelle Revue Moderne. Las cartas de su hermano le resultaron de ayuda para otra obra, Vision du Moghreb, que era una historia de la religión en el norte de África escrita en un tono abiertamente anticolonial.

La foto más famosa de Isabelle, ataviada de marinero, hecha en 1895/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Isabelle amaba el mundo islámico por influjo de su padre, que la había instruido no sólo en el idioma sino también en las costumbres y la fe, leyendo juntos el Corán. Por eso perfeccionó su manejo del árabe por correspondencia y respondió a un fotógrafo llamado Louis David que, interesado por aquel libro, le ofrecía ayuda para establecerse en Bône (actual Annaba, en la frontera argelina con Túnez). Fue él quien en 1895 hizo la foto más famosa de Isabelle, ataviada con uniforme de marinero y apariencia andrógina.

En 1897 convenció a su madre para hacer ese viaje, aunque terminaron chocando con David y su esposa porque éstos desaprobaban la excesiva confraternización que sus huéspedes mantenían con la población local, así que se instalaron por su cuenta lejos de los colonos europeos. Isabelle siguió fiel a su afición a vestirse de hombre, allí con más razón porque si no, al ser mujer, la costumbre árabe le vetaba salir sola. Esas diferencias culturales no le hicieron mella y se convirtió al Islam, religión que se adaptaba muy bien a su espíritu fatalista que todo lo sometía a la predestinación y la voluntad divina.

Cartel de la película Isabelle, basada en su vida

Emulaba así al famoso Richard Burton, que también abrazó aquella fe aunque nunca lo hizo público. Igualmente, su madre la siguió en la decisión y, cuando murió a los seis meses, su hija mandó labrar en la lápida el nombre adoptado de Fátima Manoubia. Trophimowsky, que había sido avisado de la enfermedad cardíaca que mató a Nathalie, llegó tarde y chocó con su hija, que envuelta en lágrimas manifestó su deseo de acompañar a su madre y, para su propio pasmo, tuvo que rechazar el revólver que su padre le ofreció para ello.

Por lo demás, la depresión consiguiente llevó a Isabelle a refugiarse en el consumo de alcohol y hachís, así como a llevar una vida sexual tan activa como impersonal, relacionándose especialmente con gente humilde. Esto la convirtió en una rara avis para los musulmanes pero tolerada porque todos la consideraban una agente británica. Se hacía llamar Si Mahmoud Saadi y, entre narguile y narguile, debatía sobre teología o poesía y empezaba a trabajar en una novela romántica por entregas titulada Trimardeur.

Varias ediciones recientes de las obras de Isabelle/Imagen: Valérie Barkowski

Cuando Augustin fue expulsado del ejército le acompañó a Suiza para encontrar un drama familiar: su hermano Vladimir se había suicidado y su padre, con un cáncer en la garganta, falleció poco después; hay quien apunta que se suicidó o que ella le asistió en eutanasia. Era el final definitivo de la vida en Europa -o eso pensaba-, sólo dulcificada por un amor efímero con un diplomático armenio al que conocía desde adolescente y que se terminó cuando le destinaron a Estocolmo.

Ya sin ataduras, regresó a África y se zambulló de lleno en su alter ego masculino. Cuando agotó el dinero tuvo que retornar al viejo continente para vender su casa y solventar los problemas de herencia que había con la esposa original de Trophimowsky. Fue entonces cuando un amigo le sugirió dirigirse a París y ser escritora. Lo intentó sin éxito pero a cambio se le abrió la puerta a una insospechada aventura: la Marquesa de Morés quería averiguar la identidad de los tuareg que habían asesinado a su marido para llevarlos ante la justicia y contrató a Isabelle para que los buscara.

Así, viajó al Sáhara en el verano de 1900. Sin embargo, los obstáculos que pusieron las autoridades y el poco interés que ella misma aplicó a su misión hicieron que la frustrada marquesa dejara de enviarle dinero. Siguió viviendo en plan nómada hasta establecerse junto a un soldado argelino del que se enamoró, Sliméne Mahmi, levantando un escándalo entre los franceses al mostrarse públicamente de su brazo. Fue él quien la puso en contacto con los Quadriya, una orden sufí en la que se inició, lo que llevó a los galos a deducir que, en efecto, aquella alocada mujer era una espía.

Isabelle con diecisiete años, en otra foto de Louis David/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pasó así de ser considerada una simple excéntrica a una sospechosa de agitación. Las autoridades destinaron a su novio a otro sitio para alejarla pero ella se quedó sin sospechar hasta qué punto levantaba odios. Tuvo ocasión de comprobarlo en enero de 1901 cuando acudió a Si Lachmi, un morabito, para pedirle ayuda económica: mientras esperaba fue atacada a sablazos por un hombre que dijo actuar en nombre de Dios. Hubo quien acusó al santón de instigar el atentado, ya que ella había sido su amante tiempo atrás, pero Isabelle, que recibió una herida leve en la cabeza y otra muy grave en un brazo, siempre creyó que aquello fue instigado por los franceses.

En cualquier caso, tras unas semanas en el hospital se reunió con su soldado pero, hartas de su incómoda presencia, las autoridades les denegaron el permiso para casarse y a ella la expulsaron de África. Tuvo que irse a vivir a Marsella, con Augustin y su esposa, si bien debió personarse en Argelia para el juicio contra su agresor, al que perdonó al ver que mostraba arrepentimiento y eso hizo que se salvara de la guillotina, a cambio de cadena perpetua. Luego volvió a Francia, tarbajando como operario portuario junto a su hermano disfrazada de hombre porque estaban en la miseria.

Isabelle enfermó e intentó suicidarse -algo que repetiría varias veces a lo largo de su vida- pero mientras la vida seguía y ella continuaba su novela. Fue entonces cuando conoció al dramaturgo Eugène Brieux, con quien coincidía en su postura anticolonial, que le pagó por varias de sus historias, aunque luego no encontró un editor que quisiera publicarlas. No obstante, hubo un pequeño atisbo de felicidad al ser destinado Mehmi a una guarnición cercana a la costa, lo que permitió que por fin contrajeran matrimonio en octubre de 1901 y, una vez licenciado él, se les autorizara establecerse en Bône primero y en Argel después.

Otras dos fotos características/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como finalmente se resolvió el pleito por las propiedades de Trophimowsky sin que quedase nada, Isabelle empezó a escribir para el diario Al-Akhbar, publicando además las primeras entregas de Trimardeur. No cobraba mucho pero así compensaba el exiguo dinero que aportaba su marido como intérprete del ejército; la contrapartida fue que volvió a ponerse en el punto de mira de la opinión pública, especialmente después de que retomara sus ropajes de hombre, desapareciera durante semanas en el desierto para entrevistar a las tribus beduinas y frecuentara las visitas a otro santón sufí.

Eso provocó el despido de Mehmi y eso les puso al borde de la ruina absoluta -ella no era buena administradora y todo lo gastaba en libros, regalos y tabaco-, de la que se libraron por la intercesión de algunos amigos. Uno de ellos fue Louis Hubert Lyautey, un oficial francés que años más tarde se haría famoso creando el Protectorado de Marruecos y llegaría a ser mariscal e incluso ministro. Pero de aquélla, año 1903, no era más que un militar al mando de Orán y partidario de una política de cooperación con la población nativa. Tras una entrevista para el periódico, Lyautey la contrató como enlace con los indígenas y, de paso, posiblemente también como espía.

Lyautey años después, con uniforme de general/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Sólo que Isabelle ya estaba muy mermada de salud, en parte por la malaria y en parte por la sífilis. Tuvo que ser ingresada pero pidió el alta voluntaria, se reunió con su esposo y el 20 de octubre de 1904 se mudaron a una pequeña casa de adobe en Aïn Séfra… que al día siguiente fue arrastrada por una riada generada por una súbita tormenta. Mehmi pudo salir a nado pero ella desapareció bajo las aguas y su cadáver no apareció hasta que bajó el nivel, aplastado bajo una viga.

Hubo especulaciones sobre si aprovechó la ocasión para quitarse la vida pero es imposible saberlo. Lyautey pagó el entierro in situ de aquella joven -sólo tenía veintisiete años- en cuya lápida se pusieron tanto el nombre europeo como el musulmán. El director de Al Akhbar, que había entablado cierta amistad con su fallecida empleada, se encargó de publicar los manuscritos que ésta había dejado; el primero de ellos, Dans l’Ombre Chaude de l’Islam (En la cálida sombra del Islam) fue un éxito de crítica y situó el nombre de Isabelle Eberhardt en la Historia y la Literatura.

Fuentes: Los diarios de una nómada apasionada (Isabelle Eberhardt)/Cuatro mujeres imprescindibles (Renata Durán)/Grandes aventureras 1850-1950 (Alexandra Lapierre y Chrystel Mouchard)/Isabelle Eberhardt and North Africa. Nomadism as a carnivalesque mirage (Lynda Chouiten)/Wikipedia/LBV