La Carga de la Brigada Ligera, el error que se convirtió en leyenda

La carga de la Brigada Ligera (William Simpson)/Imagen: British Battles

Media legua, media legua,/media legua ante ellos./Por el valle de la Muerte/cabalgaron los seiscientos./¡Adelante, Brigada Ligera!”/“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo./Por el valle de la Muerte/cabalgaron los seiscientos.

Es casi imposible no empezar así este artículo, aún cuando se repita mil veces en otros tantos textos. El poeta Alfred Tennyson puede ser una de las grandes figuras literarias inglesas pero si se le conoce mundialmente es, sobre todo, por estos emocionantes y vibrantes versos que convirtieron en gloria lo que, en el fondo, no dejaba de ser una chapuza bélica y una tragedia para quienes se dejaron la vida en ella. El cine la mostró en clave épica en una película de Michael Curtiz que Errol Flynn inmortalizó en 1936, y la repasamos treinta y dos años después bajo un prisma sarcástico y desmitificador en La última carga de Tony Richardson. Hablamos, por supuesto, de la celebérrima carga de la Brigada Ligera.

 

 

Cartel de la película de Michael Curtiz

A mediados del siglo XIX eclosionó la tensión que provocaba el pertinaz deseo ruso de lograr una salida al Mediterráneo, la versión de lo que se dio en llamar el Gran Juego. El objetivo del zar estaba en los Balcanes, la puerta del Bósforo para su flota del Mar Negro, donde había una amplia población cristiana -en torno a catorce millones de habitantes- con la que Rusia se sentía afín desde la guerra de independencia griega. Había un problema, claro: esa región estaba sometida al Imperio Otomano, por lo que era necesario eliminarlo antes.

En 1852, un incidente menor en Jerusalén sirvió de excusa al gobierno ruso para reclamar presencia en la región balcánica y disparó la alarma en Londres y París, que enviaron sendas escuadras a los Dardanelos con el objetivo de disuadir una agresión sobre Turquía. La respuesta zarista fue ocupar Moldavia y Valaquia (provincias turcas en lo que hoy es Rumanía) “en defensa de la religión ortodoxa”. Tras el consiguiente ultimátum, el sultán declaró la guerra pero ni Inglaterra ni Francia se tomaron muy en serio la cosa hasta que los barcos rusos bombardearon Sinope, una localidad vecina de Constantinopla, provocando miles de muertos al disparar con proyectiles explosivos.

La Batalla de Sinope (Iván Aivazovski)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El premier británico, Lord Aberdeen, fue ridiculizado por la prensa y pese a sus reticencias a envolver al país en una guerra difícil y costosa, envió un ultimátum a San Petersburgo (por entonces la capital rusa) exhortando a que retirase sus buques so pena de desencadenar una contienda. Nicolás I no respondió y el 27 de marzo de 1854 la reina Victoria informaba al Parlamento de que se abría un período de hostilidades. Dos semanas más tarde se firmó una alianza con Francia que días después se amplió a Turquía. Mientras, en Sebastopol y Odessa las flotas de uno y otro bando ya intercambiaban andanadas.

Pero lo que era el inicio de la Guerra de Crimea no se iba a limitar a enfrentamientos navales. El 22 de febrero zarparon de Southampton los primeros barcos de transporte llevando al cuerpo expedicionario organizado ad hoc, a cuyo mando se puso a Lord Raglan, ex-secretario militar del Duque de Wellington y veterano de Waterloo -donde perdió un brazo-, aunque llevaba cuarenta años en destinos administrativos y era inexperto en dirigir tropas en combate, de manera análoga a muchos de sus mandos subordinados. Se dijo que le nombraron más que nada por su tacto diplomático para tratar con los aliados galos (cuyo mandó recayó en el mariscal St. Arnaud). A finales de mayo había en Gallípoli 18.000 soldados británicos y 22.000 franceses que, dadas las malas condiciones de alojamiento, fueron trasladados a Varna, puerto turco en el Mar Negro; no era un sitio mejor y ese verano el cólera se cebó con las tropas provocando cientos de muertos.

Lord Raglan/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Todo podía haber acabado ahí, ya que los rusos se retiraron de Moldavia y Valaquia. Pero, una vez movilizado aquel contingente, la opinión pública le exigía no regresar sin combatir, a pesar de que las fuerzas enemigas eran muy superiores numéricamente (hasta 120.000 hombres, se ha calculado) y de que no había un plan concreto más allá de la idea de invadir la península de Crimea. El desembarco se llevó a cabo el 14 de septiembre en la bahía de Calamita, sin que el enemigo hiciera nada por impedirlo porque ya había elegido en el interior el escenario que más le convenía para el choque. Eso no quiere decir que fuera fácil porque un tremendo temporal de lluvia se encargó de dificultar la operación aliada.

Días después, un calor asfixiante sustituyó al agua mientras las primeras unidades se abrían camino por tierra hacia Sebastopol; entre ellas estaba la Brigada Ligera, que estuvo a punto de caer en una emboscada ante la 17ª División Rusa. La Brigada Ligera estaba formada por el 4º y 13º Regimiento de Dragones ligeros, el 17º Regimiento de Lanceros, y el 8º y 11º Regimiento de Húsares, todos ellos a las órdenes de un oficial inclasificable: James Thomas Brudenell, Lord Cardigan, un aristócrata arrogante, soberbio e indisciplinado que había sido expulsado del ejército en 1834 pero que logró su readmisión dos años después comprando el mando del 11º de Húsares (algo que era habitual e implicaba que él se encargaba de su financiación).

Lord Cardigan/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Sebastopol fue sitiada por los aliados porque los rusos no pusieron empeño en defenderla, dejando para ello sólo a 16.000 milicianos al mando del almirante Kornilov. Pero antes se tomó Balaclava, un pequeño puerto que insospechadamente se convertiría en el principal punto de aprovisionamiento. El esperado enfrentamiento entre los invasores y el ejército que dirigía el príncipe Menshikov ocurrió en la segunda mitad de septiembre a orillas del río Almá: los rusos tuvieron que retirarse pero, incomprensiblemente, la caballería no salió en su persecución, con lo que pudieron reunirse con refuerzos.

Ello decidió a Menshikov a intentar romper el cerco de Sebastopol, atacando Balaclava. El asalto pilló por sorpresa a los otomanos que defendían los reductos de la parte norte, de los que fueron desalojados. Ello dejaba el paso expedito a la caballería, compuesta por catorce escuadrones de húsares y un regimiento de cosacos a los que luego se sumaron tres escuadrones del 53º Regimiento de Cosacos del Don. Como defensa, el general Colin Campbell desplegó a su medio millar de highlanders formando una doble línea -que ha pasado a la Historia como la delgada línea roja– en vez de formarlos en cuadro, lo que desconcertó al enemigo; pero acertó y los escoceses, apoyados por mil turcos, no sólo rechazaron una tras otra las cargas rusas, que tenían el terreno en contra al cabalgar cuesta arriba por una ladera, sino que además se lanzaron temerariamente al contraataque.

La delgada línea roja (Robert Gibb)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, los rusos no estaban derrotados y se reorganizaron para un nuevo intento, esta vez con todos sus efectivos de caballería, cuatro regimientos: Ingermaland y Kiev como cuerpos de choque, con dos regimientos de cosacos protegiendo los flancos y la retaguardia más otro de ulanos de refuerzo. Una fuerza importante a la que Lord Raglan opuso la Brigada Pesada con un general al frente, James Yorke Scarlett, que se disponía a entrar en combate por primera vez a sus 55 años pero que se vio beneficiado por un error del enemigo: sin que se sepa con exactitud el porqué, el general Ryzhov detuvo su carga a la vista de los británicos cediéndoles la iniciativa. El caso es que, pese a su notoria inferioridad numérica (300 contra 2.000), los ocho escuadrones de dragones británicos se lanzaron al galope contra los otros y los desbarataron aprovechando que su mayor número les entorpecía los movimientos.

El inaudito espectáculo fue contemplado desde las colinas cercanas por el estado mayor aliado con una mezcla de incredulidad y orgullo. Pero a medio kilómetro de distancia Lord Cardigan, con su Brigada Ligera formada y dispuesta, de la que se esperaba que acudiera a colaborar persiguiendo a los rusos, no se movió más que para murmurar con desagrado que la Pesada se estaba riendo de ellos. Ansiaba que llegase su turno. Y llegó cuando Raglan le envió a un edecán con una de las órdenes más controvertidas y polémicas de la historia militar.

La carga de la Brigada Pesada (Stanley Berkeley)/Imagen: British Battles

Para entenderla hay que saber que, tras la batalla anterior, la caballería rusa se retiró para ponerse a salvo al final del Valle del Norte, protegida por una línea de baterías artilleras, la infantería y los cañones de los reductos arrebatados a los turcos. Temiendo que los rusos abandonaran esas posiciones llevándose consigo las piezas dejadas por los turcos, Raglan envió al capitán Louis Edward Nolan ante el jefe de la caballería, con el encargo de avanzar y retomar dichos reductos. Ese jefe era George Charles Bingham, Conde de Lucan, que además era cuñado de Cardigan. Ambos se detestaban, por eso ninguno quiso aparentar duda o cobardía ante la confusa orden que les transmitió Nolan: “Lord Raglan desea que la caballería avance rápidamente al frente y trate de impedir que el enemigo se lleve los cañones”.

La nota manuscrita con la orden de cargar/Imagen: British Battles

Raglan observaba el campo de operaciones desde lo alto de una colina y tenía una perfecta visión panorámica del lugar pero ni Lucan ni Cardigan podían ver a qué cañones se refería, al estar ellos en el fondo del valle y las piezas en lo alto de varias lomas. Lo normal hubiera sido pedir explicaciones y detalles pero cuando Lucan le inquirió al capitán Nolan qué había que atacar, éste señaló hacia el final del valle gritando “¡He ahí, milord, vuestro enemigo; he ahí vuestros cañones!”. Era absurdo porque en esa dirección, a un par de kilómetros, sólo estaban las baterías rusas pero, en su estúpida y fatua rivalidad, los dos cuñados dieron media vuelta y ordenaron a sus tropas disponerse a cargar.

El Conde de Lucan/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Eran las 11:00 de la mañana del 25 de octubre cuando la Brigada Ligera, con Cardigan en cabeza, se distribuyó en tres líneas de dos en profundidad: en la primera, el 13º de Dragones Ligero y el 17º de Lanceros; en la segunda, el 11º de Húsares; y en la tercera, el 4º de Dragones Ligeros y el 8º de Húsares. Detrás, Lucan preparó en otras tres la Brigada Pesada, más lenta, para una segunda oleada. La Ligera entró en el valle y se puso al trote al llegar los primeros disparos rusos desde los lados, pues había que atravesar aquel mortífero pasillo encajado entre los altos de Fedyukhin y los de Caseway (el que Tennyson rebautiza Valle de la Muerte, muy acertadamente). Probablemente entonces Nolan, que acompañaba a Cardigan, debió de darse cuenta de que estaban atacando a los cañones equivocados pero una esquirla de metralla le mató y ya no hubo marcha atrás.

Quien sí se percató del error fue Lucan, también herido en una pierna, pero no podía avisar a su cuñado porque éste, desobedeciendo sus órdenes (seguramente para salvar el fuego que se hacía desde los flancos), había abierto mucho hueco respecto a la Brigada Pesada. “Han sacrificado a la Brigada Ligera -dijo entonces- No harán lo mismo con la Pesada si puedo evitarlo”. Y mandó dar media vuelta. Entretanto, Cardigan se lanzó al galope mientras una lluvia de “obuses y metralla”, en sus propias palabras, silbaban a su alrededor, derribando a jinetes y caballos en su frenético galopar. Pese a todo, los británicos alcanzaron la línea de baterías enemiga y la rebasaron por inercia.

La Brigada Ligera alcanza los cañones rusos (Richard Caton Woodville)/Imagen: Bristish Battles

Entonces les salió al paso la caballería rusa con sus lanzas, frenando su ímpetu; el mismo Cardigan estuvo a punto de ser atravesado por más de una cuando le rodearon varios cosacos pero consiguió escapar y con él los supervivientes de aquella locura. Lo hicieron en sentido contrario, aprovechando que los disparos desde las lomas impidieron a los cosacos perseguirles (so pena de resultar heridos por su propia gente) y pasando sobre los cadáveres de sus compañeros, que no eran pocos: de los 673 hombres que formaban la Brigada Ligera, 113 murieron y 247 resultaron heridos de gravedad (Cardigan mismo fue alcanzado, aunque leve); también se perdieron 475 caballos, lo que dejaría inoperativa a la Brigada Ligera. El general francés Bosquet, que había contemplado atónito la carga junto al estado mayor de Raglan, dejó una frase para el recuerdo: “C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre” (Es magnífico pero la guerra no es eso).

Supervivientes de la carga (Lady Butler)/Imagen: British Battles

A los dos jefes de caballería les cayó una buena bronca de Raglan y la polémica llegó al Parlamento e incluso a los tribunales. Lucan no sólo salió indemne sino que recibió el nombramiento de Caballero de la Gran Cruz de la Orden del Baño, pero aunque llegó a mariscal de campo nunca volvió a prestar servicio activo. En cambio Cardigan, al que inicialmente se aduló por su heroicidad -que él mismo se encargó de publicitar- e incluso entró en la misma orden que su cuñado, después tuvo que alternar esa admiración con cierto descrédito que incluyó la acusación de huir del campo de batalla y que le supuso tener que poner una demanda por difamación; la sumó a varios duelos posteriores, porque era incorregible.

Mapa de la batalla/Imagen: The Britsih Empire

En cuanto a Raglan, fue duramente criticado por el desarrollo de la guerra en general y las deplorables condiciones de vida de la tropa en particular, así como por no haber previsto la desastrosa rivalidad entre los dos jefes de la caballería. Esas negativas valoraciones le amargaron profundamente, aún cuando fue ascendido a mariscal de campo, y murió ocho meses después, sin haber terminado aún la Guerra de Crimea. La paz llegaría en 1856 con el Tratado de París, que dio por finalizados los preceptos del Congreso de Viena y confirmó la recuperación de Francia como potencia; Rusia no perdió apenas territorios pero sí influencia, aunque para compensar el sacrificio del pueblo se decretó la abolición del servilismo, continuando el Gran Juego con Reino Unido en Asia (donde a los británicos les brotó un nuevo problema, la Rebelión de los Cipayos); por último, los otomanos recuperaron sus regiones perdidas. El precio de todo esto fueron 690.000 muertos entre todos.

Fuentes: The charge of the Light Brigade and other poems (Alfred Tennyson)/The Crimean War. 1854–1856 (John Sweetman)/Balaclava 1854. The Charge of the Light Brigade (John Sweetman)/The Crimean War(James Grant)/Wikipedia/LBV