El origen de los nombres de los meses y los días de la semana

Detalle del reloj astronómico de Praga/Imagen: Filip Maljković en Wikimedia Commons

Medir el tiempo es una obsesión muy antigua, tanto que se originó ya en la Prehistoria -en el Mesolítico, para ser exactos- impulsada probablemente por la necesidad de llevar un control de los ciclos agrícolas. Desde entonces todas las culturas y civilizaciones desarrollaron su calendario, unas de forma original y otras copiando otros modelos, éstas solar y aquellas lunar, en unos casos estrictamente de cómputo y en otros con carácter más bien religioso.

La mayoría tenía el denominador común de dividir el año en un número de días que solían ser entre 355 (calendarios musulmán y otomano) y 365 (calendarios egipcio, juliano y mexica), a su vez agrupados por meses, éstos ya de cantidades más variables (12 el egipcio, juliano e inca, 18 el maya). En el caso mesoamericano prehispano, el calendario era una combinación de dos, uno cronológico y otro ritual (más un tercero que tenían los mayas para contar las eras), que se consultaban solapados. Por cierto, el año maya era de 365,2420 días, más preciso incluso que el nuestro actual, que dura 365,2425 (el año solar es de 365,2422).

 

 

 

La doble reuda calendática maya, cronológica y ritual, más la tercera que empleaban para contar las eras/Imagen: Pinterest

Ese calendario que empleamos ahora en el mundo occidental es el gregoriano. Se llama así porque fue el papa Gregorio XIII quien ordenó hacer unos ajustes al calendario juliano, que era el que se utilizaba desde su creación en el año 45 a.C. por el sabio Sosígenes de Alejandría, siguiendo instrucciones de Julio César. Había pervivido pese a que tenía un error de dos segundos diarios (11 minutos y 9 segundos anuales), advertidos ya en el Concilio de Nicea; pero tras dos informes científicos de la Universidad de Salamanca en 1515 y 1578, la Santa Sede ordenó su reforma.

Fruto de ella, como sabemos, es un sistema que divide el año en 12 meses y cada uno de éstos en un número variable de días, cuyos nombres, tanto de unos como de otros, aprendemos desde niños. Ahora bien, lo que ya no es tan conocido es el porqué de dichas denominaciones, como también suele ignorarse el origen de los nombres de los días de la semana. Al igual que en tantas otras cosas, hay que mirar a la Antigua Roma y, por ende, a Grecia. Veámoslo sucintamente.

El papa Gregorio XIII (Lavinia Fontana)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Enero

El nombre procede de Jano, un dios romano vinculado a conceptos temporales (inicio, final, puertas…) que, consecuentemente, se representaba con dos caras, una mirando hacia delante y otra hacia atrás. Al empezar el año -y al disponerse a acometer alguna empresa- se le invocaba, ofrendándole tortas en un altar mientras la gente intercambiaba delicias tipo miel o higos.

Jano bifronte/Imagen: Sailko en Wikimedia Commons

Febrero

El mes más corto del año se llama así en alusión al februa o februatio un festival romano de purificación que con el tiempo se integró en otro, las célebres Lupercales, que eran un ritual de fecundidad. El februa, cuyo origen se remonta al pueblo sabino, tenía lugar el día 15 y se basaba en alejar a los espíritus malignos mediante procesiones en las que hombres desnudos -a veces con máscara de lobo- azotaban a las espectadoras -con su permiso, obviamente- porque ello incrementaba su fertilidad y favorecía los buenos partos. Más tarde se creó una divinidad específica, Februus, que tomó su nombre del mes.

Marzo

El mes que, decíamos antes, iniciaba el año en el viejo calendario lleva el nombre de Marte, el dios de la guerra, porque era entonces cuando se empezaba a organizar el ejército para las campañas militares del año entrante, (a las que se ponía fin en octubre). Se conmemoraba con rituales y fiestas que, además, tenían una motivación extra porque ese mes es el equinoccio de primavera (en la Antigüedad no coincidía como ahora con el 20-21 de marzo), que ponía fin al invierno y daba la bienvenida a un tiempo más benigno.

Lupercales (Andrea Camassei)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Abril

Rara avis de los meses, se desconoce el origen de su nombre, aunque no faltan teorías al respecto. Una, tomada del poeta Ovidio, lo relaciona con una de las formas del verbo aperire (es decir, abrir), en el sentido de que sería en esa época cuando las flores abren sus capullos y la primavera se consolida. Otra identifica aprilis, que es como llamaban los romanos a este mes, con el término griego aphrós (espuma), alusión a la Aphrodíte (Afrodita), la diosa del amor y la belleza, a cuya equivalente romana, Venus, se la homenajeaba en esas fechas.

Mayo

La primavera llega a su esplendor en mayo, de ahí que ese mes se llame igual que Maia (la Bona Dea romana), diosa helena de la fertilidad, crianza y profusión que traía calor y abundancia, y cuyas fiestas se celebraban ese mes. Pero ésta es sólo una teoría. En esa línea, otros apuntan a Maya, una ninfa madre de Hermes, o a la expresión Maius Juppiter (en la que Maius sería una variante de Maximus). Por su parte, Ovidio se decantaba por maiores, los mayores (ancianos), como contraposición al mes siguiente (junio, iuniores, los jóvenes).

El nacimiento de Venus (Botticelli)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Junio

Representado metafóricamente por un iunio o joven desnudo, tradicionalmente se ha dicho que junio se llama así por Lucio Junio Bruto, el político que lideró el levantamiento contra la monarquía de Lucio Tarquinio y dio paso a la República después de que fuera perseguido por la familia del monarca debido a que había besado la tierra para hacer cumplir una profecía del Oráculo de Delfos (que había anunciado que el sucesor del rey sería el primero en dar un beso a su madre).

Sin embargo, parece más una leyenda que otra cosa y sería Juno (la Hera griega), la diosa esposa de Júpiter, la que bautizó ese mes; al fin y al cabo, como en los casos anteriores, sus fiestas caían en esas fechas. Como además era la divinidad del matrimonio, muchos novios elegían junio para casarse y ser favorecidos por ella (pero siempre en la segunda mitad, pues antes se consideraba un mal presagio).

Busto de Lucio Junio Bruto (Ludovico Lombardo)/Imagen: Wikimedia Commons

Julio

Como dijimos antes, Julio César reformó el calendario para establecer un año de 365 días y 6 horas, más exacto que el anterior, que era de 355. Según la leyenda quitó un día de febrero (como compensación se le añadiría uno durante el bisextum o año bisiesto, que también nació en esa reforma) para incorporarlo al mes de Quintilis, en el que nació. En el año 44 a.C, tras su asesinato, el mes fue rebautizado Julius en su honor.

Agosto

Precisamente fue su sucesor, Octavio Augusto, el que daría su gracia al mes siguiente, hasta entonces conocido como Sextilis. En el año 27 a.C. el Senado le concedió el cognomen de Augusto (venerable), y posteriormente el mes pasó a llamarse Augustus para celebrar su victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra. Pero (según una leyenda probablemente creada en la Edad Media) dado que sólo tenía 29 días y el nuevo emperador no quería quedar por debajo de César, mandó retocar el calendario quitando y poniendo días a los meses hasta que agosto tuvo 31, como julio. Cabe añadir que otros emperadores intentaron repetir la jugada con otros meses pero la cosa no perduró.

Busto de Julio César/Imagen: Andrea di Pietro di Marco Ferrucci en Wikimedia Commons

Septiembre, octubre, noviembre y diciembre

Reseñamos juntos los cuatro últimos meses del año porque su etimología se origina de la misma forma, una numeración: septem, octo, novem y decem, que no hace falta saber latín para traducir por siete, ocho, nueve y diez (recordemos que el calendario romano prejuliano empezaba en marzo y luego se agregaron enero y febrero).

Días de la semana

Hasta aquí los nombres de los meses pero ¿que hay de los de los días de la semana? ¿Tienen también su historia? La tienen, en efecto, aunque es bastante más homogénea porque esos nombres están basados en los siete planetas que se conocían en la Antigua Roma, a su vez nominados con gracias de los dioses que presidían cada amanecer en la astrología helenística.

Los siete planetas-dioses/ (Dietrich Meyer)Imagen: lj.rossia.jpg

El elenco divino griego fue posteriormente adaptado por los romanos a su religión, de forma que Helios, Selene, Ares, Hermes, Zeus, Afrodita y Cronos pasaron a ser Sol, Luna (luego Diana), Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. La similitud cacofónica con los días de la semana es patente en la mayoría de ellos: domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado.

Conviene tener en cuenta que, durante mucho tiempo, la semana romana no tuvo siete jornadas sino ocho, lo que se fue cambiando poco a poco entre los siglos I y III d.C, según se deduce del registro arqueológico (un graffiti pompeyano con la expresión “dies solis”) y de una obra perdida de Plutarco titulada ¿Por qué los días de la semana nombrados según los planetas siguen un orden diferente del real? Así que, como se ve, ya en el siglo primero se hacían preguntas al respecto.

Fuentes: Astronomical Names for the Days of the Week (Michael Falk en Journal of the Royal Astronomical Society of Canada)/Naming the Days of the Week. A Cross-Language Study of Lexical Acculturation (Cecil H. Brown en Current Anthropology)/La reforma del calendario. Las tentativas para transformar el calendario gregoriano (Wenceslao Segura González)/Mapping Time. The calendar and its history (Edward Graham Richards)/Wikipedia/LBV.