Domingo de Bonechea, el marino que incorporó Tahití a la Corona española

En la larga lista de personajes de la historia de España que han caído en el olvido debería figurar un marino, vasco para más señas, que estuvo a punto de cambiar de forma considerable el mapa del Pacífico de haber tenido éxito.

No fue así y si otros permanecen en el letargo de los recuerdos pese a sus triunfos, con más razón ha quedado relegado éste, máxime al vivir en una época donde las glorias nacionales ya se iban quedando atrás. 

Me refiero a Domingo de Bonechea, el hombre que intentó incorporar Tahití a la Corona en la segunda mitad del siglo XVIII.

A pocos les sonarán el nombre y la misión por esa región del globo. Los más tendrán en mente, más bien, los viajes de James Cook (con el que, por cierto, Bonechea estuvo a punto de coincidir), que es quien ha pasado a la posteridad popular ligando su nombre al archipiélago polinesio, aunque en realidad ese honor debería corresponderle a Pedro Fernández de Quirós, que presuntamente lo avistó y consignó cartográficamente en 1606 (aunque sus datos cartográficos no coinciden y es posible que el verdadero descubridor fuera García Jofre de Loaísa a bordo de la carabela San Lesmes).

Incluso hubo un inglés, Samuel Wallis, que pisó aquella tierra antes que Cook, en 1767, mientras buscaba el famoso continente austral, al igual que lo hizo unos meses más tarde Louis-Antoine de Bouganville.

James Cook/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De hecho, Cook utilizó la información facilitada por Wallis, Quirós y el francés, y enroló en su barco a algunos de sus marineros para la que sería la primera de tres expediciones, desarrollada entre 1768 y 1771. Su misión era observar y documentar el tránsito de Venus sobre el Sol y la Isla del Rey Jorge, como bautizó Wallis a Tahití, que constituía el mejor sitio para ello; por supuesto, había otros objetivos complementarios de descubrimiento y cartografía.

El éxito del viaje, en el que su nave, el HMS Endeavour, dio la vuelta al mundo, fue tal que al poco de regresar a Gran Bretaña ya se anunciaba otro para buscar el continente austral que había reseñado siglos antes otro español, Luis Váez de Torres (no en vano, al Océano Pacífico se lo conocía como el Lago español). En ese contexto es donde aparece Domingo de Bonechea.

Nació en Guetaria (Guipúzcoa) en 1723, hijo de una familia de larga tradición marinera; su padre, un pescador de aquellos que se iban hasta Terranova a faenar, ingresó luego en la Armada como capitán, cargo que también desempeñaba su tío. Se supone que Domingo pasó por la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, aunque no se ha encontrado su expediente y hay constancia de que antes sirvió como piloto durante ocho años.

En cualquier caso, en 1740 ya tenía el despacho de alférez de fragata y le tocaba embarcarse para hacer la preceptiva singladura de prácticas, pese a que en realidad era un veterano. Cruzo dos veces el Atlántico con la Flota de Indias, tomó parte en la Batalla de Toulon en 1744 y cuatro años después era nombrado alférez de navío. En 1751 volvía a ascender a teniente de fragata y como tal combatió con patente de corso por la costa norteafricana mediterránea.

Retrato de Domingo Bonechea/Imagen: Museo Naval

Bonechea continuó acumulando experiencia y viajó a Filipinas al mando de un bergantín. En 1762 también participó en en la defensa de La Habana ante los británicos, donde fue derrotado pero se le exoneró porque había combatido con honor y, de todas formas, se había perdido la ciudad.

El momento decisivo de su carrera empezó en 1767, ya como capitán de fragata, al encomendársele el mando de la Águila (antes Santa María Magdalena), de veintiséis cañones, para navegar hasta Montevideo; en aguas sudamericanas permaneció tres años, como era costumbre, y después recibió la orden de doblar el Cabo de Hornos para arribar al puerto peruano de El Callao y desempeñar labores de guardacostas. En ello estaba cuando, en 1771, llegó a oídos del virrey Amat la noticia de que había británicos en Tahití.

Era un doble peligro, pues por un lado la isla podía convertirse en una base desde la que la Royal Navy atacara el virreinato y por otro quedaba amenazada la isla de San Carlos (actual Rapa Nui, más conocida como Pascua), posesión española.

San Carlos no estaba ocupada de facto -de hecho ni siquiera se tenía su localización exacta-, así que Amat encargó a Bonechea que fuera hasta allí pero también que continuara a Tahití y entablara relación comercial con los indígenas, procurando su evangelización y trayendo de vuelta a algunos para enseñarles el idioma y que hicieran luego de embajadores.

Lo que no sabía, por aquello de las largas distancias que debían cubrirse para llevar las nuevas, era que Cook no sólo había regresado a Inglaterra sino que se disponía a iniciar un segundo viaje con dos barcos, el HMS Resolution (originalmente llamado HMS Drake pero se le cambió el nombre precisamente para no ofender a los españoles en caso de tener que tocar alguno de sus puertos) y el HMS Adventure. Con ellos debía insistir en la búsqueda del continente austral y llegó a Tahití en julio de 1772, pero esta vez estaría menos tiempo.

Mapa de Tahití hecho por Bonechea/Imagen: Museo Naval

Entretanto, la fragata Águila fue provista de varios botes extra para facilitar el acceso a las difíciles costas de esas latitudes y zarpó el 26 de septiembre de 1772. A finales de octubre llegó a una isla donde fue imposible tomar tierra por los arrecifes y la actitud hostil de los aborígenes. De ahí pasaron a otra que los naturales llamaban Hairaki y los españoles bautizaron como San Quintín, donde tampoco pudieron desembarcar.

La situación se repitió con otras dos a las que nombraron Todos los Santos (Anaa) y Cerro de San Cristóbal (Meetía). A la quinta fue la vencida y el 13 de noviembre apareció Tahití. Fue difícil encontrar un sitio para fondear y el buque encalló varias veces pero al final pudo pisar tierra, a la que se puso el nombre de Amat en honor del virrey; los barcos de Cook ya no estaban, aunque los españoles encontraron utensilios que los británicos habían dejado allí.

Como anécdota, cabe señalar que Bonechea prohibió a sus hombres mantener relaciones con las nativas, algo que resultó desconcertante e incomprensible a éstas porque eran gente proverbialmente amigable y efusiva.

La fragata Águila permaneció allí más de dos meses para luego regresar al continente, entrando en el puerto de Valparaíso el 21 de febrero de 1773, no sin antes reseñar el descubrimiento de una nueva isla que se llamó Santo Domingo. No pudo acercarse a San Carlos por una vía de agua y se desplazó directamente a Lima.

Dados los buenos resultados, el virrey decidió organizar una nueva expedición, esta vez ya para colonizar el territorio de forma decidida, de ahí que a la Águila se le sumase el paquebote Júpiter, mandado por José de Andía y Varela.

Zarparon de El Callao en septiembre de 1774 (justo cuando Cook acababa de arribar a Inglaterra de su segundo viaje), cargando todo lo necesario para construir y dejar un fuerte con su guarnición: semillas para plantar, ganado vacuno y ovino, aves de corral… y dos franciscanos que debían intentar convertir a los indígenas, ya que se aconsejaba procurar no combatir contra ellos. Como era preceptivo, también habría que cartografiar las islas.

Islas polinesias cartografiadas por Bonechea/Imagen: Museo Naval

Los españoles descubrieron siete islas polinesias más y alcanzaron Tahití sin novedad, acordando con el rey local su incorporación a la Corona española, que en ese momento dirigía Carlos III, así como la cesión de un terreno en la zona de Tautira para construir; todo ello firmado en un documento ante notario con fecha de enero de 1775.

A lo largo de las semanas siguientes se fue levantando el asentamiento mientras se exploraban las islas vecinas pero un imprevisto iba a dar al traste con todo: regresando de una de una de esas exploraciones, Bonechea empezó a sentirse enfermo y en muy poco tiempo, el 26 de enero, falleció. Fue enterrado en Tahití, bajo la habitual gran cruz de madera que los marinos españoles solían levantar tradicionalmente en cada territorio que descubrían, sin llegar a enterarse de que a los pocos días de su partida de Perú se le había notificado su ascenso a capitán de navío.

Los barcos retornaron a América pero la colonia no perduraría. En 1775 Juan Cayetano de Lángara capitaneó un tercer viaje pero el cambio de virrey y la coyuntura política hicieron abandonar la isla el 12 de noviembre; además, los religiosos querían regresar. La lejanía del lugar, con la consiguiente dificultad de abastecimiento, hicieron que no se pusiera interés en continuar su colonización.

Y mientras, como pasa con otros grandes personajes de la historia de España, hoy se desconoce la localización exacta de su tumba, no porque fuera profanada por los indígenas, como se dijo, ni porque lo hiciera Cook en 1777, que también hubo esa versión (aunque el marino inglés sí destruyó la inscripción que había dejado Bonechea en la cruz de madera, lo que hizo protestar al gobierno español recordando su soberanía), sino porque en 1906 un maremoto provocó grandes inundaciones y daños en Tautira.

Fuentes: Domingo Bonechea Andonaegui y sus expediciones a Tahití (Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco) (Francisco Meilén Blanco) / Expediciones peruanas a Tahití, siglo XVIII (Jorge Ortiz Sotelo) / El Gran Océano(Rafael Bernal) / Indomables del mar. Marinos de guerra vascos en el siglo XVIII(Enrique de Sendagorta)/LBV.