David Hahn, el adolescente que fabricó un reactor nuclear en su casa

Instrucciones del juego Atomic Energy Lab/Foto: Gajitz

Hoy resulta sorprendente, casi inverosímil, saber que en los años cincuenta se comercializaban juegos de mesa infantiles con nombres como Uranium Rush o Atomic Energy Lab, algunos de los cuales incluían pequeñas cantidades de minerales radiactivos (uranio, radio, carnotita…), además de instrumental para manejarlo como contadores Geiger, espantariscopios, etc. Incluso se publicaban libros destinados al público juvenil con títulos como Experiments with radioactivity. Entonces no se era plenamente consciente de la peligrosidad del asunto y la cosa no pasó a mayores, que se sepa. Pero en una fecha mucho más reciente, 1998, saltó la noticia de algo que, en cierta forma, entroncaba con ello: un joven menor de edad había intentado construir un reactor nuclear en un cobertizo de su casa, desatando todas las alarmas.

 

 

 

En realidad la liebre saltó un tiempo después, ya que los hechos ocurrieron en 1994 pero pasaron prácticamente desapercibidos para la opinión pública. Fue la veterana revista mensual Harper’s Magazine la que recuperó el caso con un artículo firmado por el periodista y escritor Ken Silverstein en su columna Washington Babylon (nombre al que tenía aprecio porque en 1996 se lo pondría a su primer libro y cuatro años más tarde a una web periodística de su creación). El título del citado artículo era bien expresivo: The Radioactive Boy Scout: when a teenager attempts to build a breeder reactor (El Boy Scout Radiactivo. Cuando un adolescente intenta construir un reactor generador). Ese trabajo constituyó la base de un libro posterior, que salió en 2004 y se titula The Radioactive Boy Scout. The frightening true story of a whiz kid and his homemade nuclear reactor (El Boy Scout Radiactivo. La espantosa y verídica historia de un chico zumbado y su reactor nuclear casero).

El juego Atomic Energy Lab/Foto: Webms en Wikimedia Commons

El auténtico protagonista de los hechos se llamaba David Charles Hahn y tenía diecisiete años cuando decidió que quería ir un paso más allá de las construcciones de Lego, de las maquetas o de los videojuegos que entretenían a la mayoría de sus compañeros de generación. Quién sabe si era un apasionado de la serie televisiva MacGyver -habiendo nacido en 1974 tenía once años cuando se emitió-, pero lo seguro es que, al parecer, fue la lectura de un libro la que despertó en él esa peligrosa creatividad. No se le puede reprochar ya que no era un texto raro y aún no se podía acceder a Internet para buscar: algo tan ingenuo -y educativo- como The golden book of chemistry experiments (El libro dorado de los experimentos químicos), todo un clásico de los años sesenta que le regaló su padre, ingeniero, y que, sin embargo, no incluía nada sobre reacciones nucleares.

La edición clásica del libro/Foto: Snipe

Se puede deducir que David tenía una afición especial por la química y, de hecho, había recibido una distinción sobre energía atómica cuando era boy scout, pues formó en las filas de la BSA (Boy Scouts of America) y alcanzó cierto grado. En aquella época ya no había juegos con uranio como los descritos al comienzo pero sí las versiones americanas de aquel legendario Quimicefa que empezó a recibir críticas, informes negativos e incluso demandas por accidentes debido a que contenía elementos peligrosos. El propio David experimentó alguno de aquellos efectos inesperados en forma de pequeñas explosiones cuando practicaba en casa -se dice que llegó a fabricar nitroglicerina-, lo que hizo que le prohibieran seguir experimentando en su habitación y se trasladara al cobertizo (vivía en Commerce Township, estado de Michigan); otras prácticas eran menos contundentes, aunque no les faltaba el tono excéntrico, como destilar un Kit Kat para dárselo a su gato.

En fin, que entre el libro y los juegos decidió intentar obtener una muestra de cada uno de los elementos de la Tabla Periódica. Y decir cada uno implica todos, incluyendo los radiactivos, que consiguió agudizando el ingenio. Puesto que encontrarlos en la Naturaleza era difícil y dado que no había tiendas donde se pudiera ir a comprar un poco de radio o de uranio, se estrujó el cerebro, tiró de más lecturas y averiguó que podía sacar el primero de los relojes, el segundo de la pechblenda, más litio de las pilas (se gastó mil dólares en pilas), tritio (un isótopo radiactivo del hidrógeno) de las miras telescópicas de los fusiles (eso sí era más asequible en EEUU), torio de las fundas de las linternas o americio de los detectores de humo (reunió cientos).

David Hahn en el cobertizo donde trabajaba/Foto: Daily Mail

Cuando esa imaginativa habilidad no bastaba escribía cartas a científicos haciéndose pasar por profesor y pidiéndoles asesoramiento de forma disimulada. Parece ser que pese a las clamorosas faltas de ortografía nadie sospechó nunca, lo que no deja en muy buen lugar a ese estamento y menos aún a la RNC (Nuclear Regulatory Comission, el organismo encargado de la seguridad nuclear en EEUU), que también le suministró información; claro que una cosa eran las formas y otra el fondo, y en esto último el muchacho sabía lo suficiente como para dar el pego. Entre unas cosas y otras pudo ir cumpliendo su objetivo: fabricar un reactor generador, es decir, un tipo de reactor nuclear que genera más combustible (en este caso torio) que el que consume, originando así menos residuos.

Para ello utilizó un bloque de plomo perforado y transformó en isótopos las muestras de torio y uranio que había reunido mediante un quemador Bunsen de llama regulable y gas, como los que se pueden encontrar en cualquier laboratorio para calentar reactivos. Extraía el litio de las pilas, lo juntaba con dióxido de torio y fundía la mezcla para obtener torio purificado en una cantidad casi doscientas veces superior a lo autorizado por la NCR. Pese a usar materiales caseros, como filtros de café, el inaudito experimento funcionó. Pero, al hacer mediciones, David detectó que el nivel de radiactividad había sobrepasado un millar de veces los límites aconsejables; no tanto como para producir una masa crítica que diera lugar a una reacción en cadena, ya que eso requiere varios kilos (según el tipo de isótopo que se use) pero sí lo suficiente para terminar afectando a la salud.

Esquema de un reactor nuclear generador/Imagen: Slide Deck

En cualquier caso, el joven se asustó y decidió terminar aquel montaje. Lamentablemente para él, la policía se percató de que algo pasaba en aquella casa y en poco tiempo aquello se llenó de agentes del FBI y la NRC vestidos con trajes antirradiación. Rápidamente se procedió a realizar una limpieza del inmueble, desmantelando el cobertizo y llevándose los residuos a un cementerio nuclear de Utah. Al ser menor de edad, David eludió cualquier responsabilidad penal. Sin embargo, se negó a que la EPA (Environmental Protection Agency) le hiciera un examen médico en el Enrico Fermi Nuclear Generating Station para comprobar cómo le había afectado la radiación.

Tras un período de depresión que culminaba su inestable estado emocional por el divorcio de sus padres y que ahora se manifestaba otra vez, en parte por el suicidio de su madre y en parte por un desengaño amoroso; solitario y sin amigos porque su proyecto le había obsesionado hasta alejarlo de ellos; mirado de reojo además por toda la comunidad (hasta los Scouts quisieron expulsarle), fracasó en sus estudios y tuvo un efímero paso por la US Navy (irónicamente sirviendo a bordo del portaaviones nuclear USS Enterprise) y los Marines (le destinaron a Japón), de donde se le licenció al diagnosticársele esquizofrenia paranoide y trastorno bipolar.

Foto de la ficha policial de Hahn

En 2007 volvió a ser detenido acusado del robo de los detectores de humo del edificio donde vivía para obtener americio de nuevo; confesó el delito, siendo condenado a noventa días de prisión y a someterse obligatoriamente a una inspección médica porque la foto de archivo que le hicieron los agentes mostraba un rostro lleno de llagas que hacían sospechar del efecto que la radiación le había causado tras tanto tiempo de manipularla en un lugar cerrado y sin protección adecuada. También se le impusieron seis meses de tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, continuó su vida y parecía haber recuperado el ánimo al matricularse para estudiar Ingeniería hasta que falleció el 27 de septiembre de 2016, según su padre por coma etílico.

Fuentes: The Radioactive Boy Scout (David Silverstein en Harper’s Magazine)/Daily Mail/Wikipedia/LBV