Cómo un cabo encargó un Rolex desde un campo de prisioneros alemán para utilizarlo en La Gran Evasión

 

El cabo Clive James Nutting, primero por la derecha/Imagen: Revolution Watch

En 2007 un cronógrafo Rolex Oyster 3525 y unas cartas salieron a subasta, pagándose por el conjunto sesenta y seis mil libras. Seis años después se supo que otro reloj de la misma marca y modelo se vendió por sesenta mil libras. En el primer caso se trataba del que había encargado el cabo Clive James Nutting y la correspondencia mantenida con el director de Rolex para su adquisición en 1943. En el segundo, su dueño había sido el teniente Gerald Imeson, que, aparte de pertenecer también a la RAF y el tipo de reloj, compartía con el anterior el estar ambos prisioneros en el Stalag Luft III; Steve McQueen lució el Rolex de Imeson en la película La gran evasión.

 

 

Rolex fue el primer reloj en subir al techo del mundo, el Everest, en la muñeca de Tenzing Norgay; también fue pionero en descender a la mayor profundidad, la Fosa de las Marianas, sujeto al casco del batiscafo de Piccard. Es el cronometrador oficial del Campeonato de tenis de Wimbledon y la marca que usa, cómo no, James Bond, puesto que siempre se ha identificado con la calidad elevada a la categoría de exquisitez. Pero de las muchas anécdotas que pueden contarse de esos relojes quizá la más sorprendente es la del importante papel que jugó en la fuga del citado Stalag Luft III durante la Segunda Guerra Mundial.

El Rolex Oyster 3525 del teniente Imeson/Imagen: The Sale Room

Si hay alguien a quien no le suene, se trata de los hechos narrados en el film La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1963). El 24 de marzo de 1944 sonaron todas las alarmas del citado campo de concentración al percatarse los centinelas de que setenta y seis presos, todos pilotos aliados, estaban escapando delante de sus narices. Para ello habían excavado tres túneles, dos de los cuales dejaron cono almacén para la tierra mientras que el otro, al que bautizaron con el nombre clave de Harry, medía nada menos que 102 metros y estaba equipado con luz eléctrica e incluso un sistema de ventilación.

Contaron a su favor con el hecho de que sus guardianes les dispensaban un régimen relativamente laxo, ya que pertenecían a la Luftwaffe y no a las SS. Pese a todo, el túnel se quedó corto; por un error de cálculo apenas rebasó el límite de las alambradas y por eso los fugados fueron descubiertos. A lo largo de los días siguientes la Gestapo fue capturando uno tras otro a los que consiguieron salir -excepto a tres, que lograron ponerse a salvo- y fusiló a medio centenar de ellos como represalia.

El teniente Gerald Imeson/Foto: Revolution Watch

¿Cuál fue el papel de Rolex en todo esto? Hay que retrotraerse al principio de la contienda, cuando los pilotos de la RAF solían comprar relojes de esa marca para sustituir los que recibían como parte del equipo estándar. Obviamente, buscaban lo mejor para su trabajo y no les importaba asumir que tardarían un tiempo en terminar de pagarlos. El problema era que también a los alemanes les llamaba la calidad de la marca suiza, así que cuando un piloto británico era derribado y hecho prisionero, sus captores le confiscaban el reloj.

Ello implicaba que el legítimo dueño no sólo perdía su preciada pertenencia sino que aún tendría un montón de plazos que pagar por nada, y como a lo largo de cuatro años de guerra hubo muchos pilotos en tal circunstancia, la cantidad de relojes Rolex incautados sumaba varios miles. Esta peculiar situación llegó a oídos del fundador de la empresa, Hans Wilsdorf, el cual, haciendo un alarde de empatía, decidió ponerle una atrevida pero elegante solución: reemplazaría todos los relojes confiscados sin cargo y además retrasaría el pago del importe hasta el final del conflicto.

Cartel de la película

Para ello, los oficiales afectados sólo tenían que enviar una carta a Rolex a través de la Cruz Roja explicando las circunstancias en que habían perdidos sus relojes e indicando dónde estaban cautivos exactamente para poder enviarles los sustitutos. Paradójicamente Wilsdorf era alemán de nacimiento (de Baviera), aunque se había establecido en Londres en 1905 para fundar Wilsdorf & Davies, que como consecuencia de la Primera Guerra Mundial trasladaría a Ginebra por la hostilidad que había en Inglaterra contra los germanos; algo que también le llevó a cambiar de nombre a la compañía, optando por The Rolex Watch Company, que sonaba más neutro e internacional. Fue él quien en 1944 se encargó personalmente de aquella inaudita iniciativa, que tuvo un efecto insospechado entre los prisioneros aliados.

Y es que, más allá de la cuestión relojera en sí, su moral se elevó de forma considerable, ya que entendían que el propio empresario daba por hecho que la guerra terminaría pronto y con derrota de Alemania. Para la marca también fue una publicidad inesperada, pues la noticia de la iniciativa de Wilsdorf corrió entre las tropas estadounidenses que en ese momento llegaban a Europa y eso sirvió para abrir mercado en su país.

Hans Wilsdorf en la época en que fundó Rolex/Imagen: Monochrome

Pero vamos con el asunto del Stalag Luft III. Uno de los pilotos que escribieron a Rolex pidiendo el repuesto fue, decíamos, Clive James Nutting, cabo del Royal Corps of Signals capturado en Dunkerque en 1940, que el 10 de marzo de 1943 pidió un cronógrafo Oyster 3525 de acero inoxidable; no era moco de pavo porque el precio de ese modelo ascendía nada menos que a mil doscientas libras, aunque el cabo aseguraba que podía ir pagándolo con el dinero que cobraba en el campo trabajando como zapatero.

Exactamente cuatro meses más tarde llegó el reloj acompañado de una carta de Wilsdorf en la que le eximía de abonarlo mientras no terminase la guerra, tal como había prometido, y además se disculpaba por la tardanza en el envío, debida a los muchos encargos similares que atender.

El dueño de Rolex, al parecer, se había quedado impresionado con el hecho de que un cabo comprase uno de sus modelos más caros, cuando lo normal era que lo hicieran los oficiales, mientras que los pilotos de menor graduación como Nutting solían encargar elSpeed King, que era bastante más barato por tener menor tamaño. Pero Wilsforf ignoraba un pequeño detalle: se estaba organizando una evasión masiva del campo y Nutting era uno de los cerebros del plan.

La carta que Wilsdorf envió a Nutting junto al reloj; dice que su precio en Suiza es de 250 francos pero él no tiene que pagar nada hasta que acabe la guerra/Imagen: Revolution Watch

En efecto, al parecer el cronógrafo estaba destinado a medir los tiempos de paso de las patrullas de guardias y del barrido de los reflectores nocturnos. También el ritmo al que debían ir entrando los presos en el túnel para que éste no se congestionase. Visto el resultado, el Oyster 3525 cumplió eficazmente su cometido y si la fuga no salió todo lo bien que se esperaba fue por la insuficiente longitud de Harry, tal como indicábamos antes.

Nutting e Imeson sobrevivieron a la represión de la Gestapo y a la guerra porque no estaban entre los evadidos; de hecho, el primero sería uno de los asesores de la famosa película y falleció en 2001, de ahí que el reloj y las cartas salieran a subasta. Antes, tal como estaba acordado, solicitó que le enviaran la factura del reloj; cuando llegó fue mucho menor de lo que costaba: quince libras, doce chelines y seis peniques, el mismo importe que pagó Imeson. La razón se debió a un detalle que nadie había tenido en cuenta: el problema de sacar divisas del país en la posguerra, aún cuando fuera para hacer pagos. Claro que a Rolex ya no le afectaba económicamente porque había multiplicado su prestigio y sus ventas.

Fuentes: Strange but true tales of car collecting (Keith Martin)/Rolex, the spoils of war(Nick Scott en Revolution Watch)/Bourne End Auction Rooms/Wikipedia/LBV