Bucéfalo y Péritas, los animales cuyos nombres puso Alejandro Magno a dos ciudades

Alejandro a lomos de Bucéfalo en la Batalla de Hidaspes, según la película de Oliver Stone

¿Les suena el nombre de Alejandría Bucéfala (o Bucéfala a secas, o Bucefalia)? Fue una ciudad que Alejandro Magno fundó en el año 326 a.C. en la ribera occidental del río Hidaspes y que bautizó así en honor a su apreciado caballo, el famoso Bucéfalo, que acababa de morir en batalla a los treinta años de edad (casi como su dueño). Este episodio revela el afecto que el héroe macedonio podía llegar a alcanzar por sus animales y que se confirma con un segundo caso: la ciudad de Péritas, creada en memoria de su perro favorito.

De la Péritas urbana se sabe menos aún que de Alejandría Bucéfala. Si ésta se situaba en un punto inconcreto de la ribera occidental del río Hidaspes (actual Jhelum, un afluente del Indo que atraviesa el Punjab paquistaní), parece ser que Péritas estaría cerca, pues no se trataba de sitios construidos a partir de cero sino más bien de refundaciones de otros ya existentes conquistados a Poros, soberano de Pauravas (un reino situado entre el citado río Hidaspes y el Acesines (actual Chenab) con capital en Paura, probablemente la que hoy se llama Lahore.

Lamentablemente, parece que Bucefalia no tuvo una existencia superior a un siglo y lo único que queda de ella son referencias: las dejadas por Diodoro Sículo (aludiendo más bien a la batalla y a la tumba monumental que Alejandro erigió en el centro de la ciudad para enterrar al caballo), las del Epítome de Metz (una crónica anónima tardía de las campañas del macedonio que de todas formas se basa en el relato de Diodoro) o la aparición del nombre en la Tabula Peutingeriana (un mapa romano de carreteras elaborado en el siglo IV d.C. y del que únicamente quedan copias medievales o incluso posteriores). También se la nombra, sin más, en el Periplo del Mar Eritreo, un texto del siglo I d.C. que habla de las rutas de navegación grecorromanas.

Respecto a Péritas, la cosa es más etérea aún; apenas están las citas de Plutarco en sus Vidas paralelas o Plinio el Viejo en Historia Natural, sin mayor información sobre el can y menos todavía sobre la urbe. De hecho, parece que incluso hubo una tercera ciudad (de las cerca de setenta que fundó), Alejandría Nicea, también en la misma zona. De ninguna de ellas hay vestigios arqueológicos ni los habrá -salvo que se produzca uno de esos eventuales golpes de suerte que ocurren a veces-, debido a que, a lo largo de los dos milenios largos transcurridos desde entonces, el curso fluvial del Jhelum ha cambiado, desplazándose hasta ocho kilómetros.

ciudades fundadas por Alejandro en Oriente. Se ve la localización aproximada de Bucéfala y Nicea; ahí estaría también Péritas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, ciudades aparte, ¿qué hay de quienes les dieron nombre? El caballo de Alejandro resulta bastante familiar a los aficionados a la Historia. Debía su nombre a cierta característica física, pues Bucéfalo significa “Cabeza de toro”, aunque no queda claro si se le dio debido a la forma de su cara, a una mancha en forma de estrella que tenía en la frente (Arriano en su Anábasis de Alejandro Magno) o a otra -quizá la misma- en su grupa con forma de testa de bóvido (Plinio el Viejo y Pseudo Calístenes).

Diodoro de Sicilia se limita a reseñar que fue un regalo de Demarato de Corinto, más tarde convertido en príncipe etrusco por matrimonio (aunque en realidad éste vivió varios siglos antes). Pero lo verdaderamente encantador es la leyenda. Recogida por Plutarco, dice que era un animal salvaje y hosco que sólo se dejaba montar por su amo. Pseudo Calístenes, en su Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia, es un poco más fantástico y añade que Bucéfalo descendía de las míticas cuatro yeguas del gigante Diomedes (las que tuvo que capturar Hércules en su octavo trabajo) y, por tanto, era antropófago; es más, dice que Filipolas alimentaba con sus opositores políticos y que el Oráculo de Delfos le pronosticó que aquel que lograra montar al équido dominaría el mundo: “Busca, hijo mío -le dijo-, un reino igual a ti, porque en Macedonia no cabes”.

Alejandrando domesticando a Bucéfalo (François Schommer)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Péritas, en cambio, es semidesconocido. Tenemos la cita de Plutarco, justo después de explicar la muerte de Bucéfalo: “Dícese que habiendo perdido también un perro llamado Péritas, al que había criado y del que gustaba mucho, edificó otra ciudad de su nombre. Soción escribe que así se lo oyó decir a Potamón, de Lesbo”. El historiador griego es el único que cita su nombre, cuya etimología, por cierto, no está clara pero los expertos elucubran una posible relación con la palabra macedonia usada para referirse al mes de enero (peritios), acaso porque hubiera nacido en él.

Péritas había acompañado al ejército de Alejandro en aquel interminable viaje hacia oriente desde que, según Plinio el Viejo, se lo regaló su tío Alejandro I de Épiro, hermano de su madre Olimpia. Ignorándose casi todo sobre el can, menos aún sabemos de qué raza era pero hay quien apunta que quizá un moloso, una raza grande y fuerte, muy musculosa y de hocico corto, cualidades muy apropiadas para la lucha. De hecho, son originarios de Molosia, una región del Épiro donde los usaban para pastoreo, vigilancia y la guerra, tal como atestiguó Virgilio en las Geórgicas; el propio Alejandro I era apodado el Moloso.

El moloso Jennings Dog del British Museum/Imagen: Marie-Lan Nguyen en Wikimedia Commons

También hay autores que sugieren que podría ser algún tipo de mastín o perro de toros, o incluso un galgo; no obstante, todo es mera especulación porque no hay descripciones contemporáneas ni imágenes de Péritas identificado. Lo interesante, una vez más, son las leyendas. Plinio cuenta que el perro ya era adulto cuando Alejandro lo recibió de su tío para sustituir a otro anterior que no tenía suficiente carácter; Péritas sí lo tenía, hasta el punto de que combatía contra leones y elefantes y el macedonio insistió en un entrenamiento de ese tipo:

El león quedó despedazado enseguida; después hizo traer un elefante, y nunca un espectáculo le causó tanto placer. Efectivamente, el pelo se le erizó y el perro comenzó a ladrar de una manera terrible, después vino al ataque: se levantó contra el monstruo por una parte, luego por la contraria, asaltándolo y evitándolo con la dirección necesaria para un combate desigual, al final lo hizo girar tanto que el elefante cayó, y su caída sacudió la tierra

Uno de los relieves del Sarcófago de Alejandro Magno con un perro enfrentándose a guerreros persas/Imagen: G. Dallorto en Wikimedia Commons

Hay varias leyendas acerca de la participación de perros de guerra en aquella campaña asiática de Alejandro, como muestran los relieves del llamado Sarcófago de Alejandro Magno. Al fin y al cabo, esos animales han sido y siguen siendo habituales en los ejércitos. Aparecen en las pinturas egipcias, así como en los relieves asirios y persas; las legiones romanas tenían unidades compuestas por decenas de Canis pugnax, están acreditados en las guerras medievales, tuvieron su papel en la Reconquista y los conquistadores españoles los llevaron consigo a América, perdiendo protagonismo sólo cuando se generalizaron las armas de fuego.

Una leyenda cuenta que Sofites, sátrapa bactriano de la región punjabí de Jech Doab, regaló al general macedonio centenar y medio de perros cuya bravura quiso demostrar enfrentando a cuatro de ellos con un león. Uno se distinguió especialmente e hizo presa en la fiera, sin soltarla hasta que murió; ¿sería Péritas? La misma pregunta cabe hacerse sobre otro can que habría mordido la trompa de un elefante en medio del caos de Gaugamela, salvando a un herido Alejandro pero perdiendo la vida durante la pelea. De esta existe otra versión que identifica al animal con Péritas y explica su heroico final. Veámoslo porque es un digno colofón a este artículo.

En plena batalla con los mallianos (de Mahli, región del Punjab), Alejandro trataba de conquistar una ciudad cuando quedó aislado de los suyos tras las murallas y recibió un lanzazo. Advirtiendo la delicada situación, Leonato, uno de sus diádocos (generales, aunque éste en concreto era amigo personal suyo y formaba parte de los siete somatophylakes, su estado mayor), envió al perro en su ayuda. Péritas se lanzó como una bestia sobre los mallianos, entreteniéndolos con su ataque y dando tiempo a las tropas para acudir a rescatar a su líder. En la lucha, el animal resultó gravemente herido y murió en el regazo de su amo, al que consiguió salvar, de ahí que éste decidiera rendirle honores bautizando con su nombre una ciudad.

Fuentes: Vidas paralelas (Plutarco)/Anábasis de Alejandro Magno (Lucio Flavio Arriano)/Historia Natural (Plinio el Viejo)/Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia (Pseudo Calístenes)/Biblioteca historica. Libro XVII-Alejandro Magno (Diodoro Sículo)/Animals in the military. From Hannibal’s elephants to the dolphins of the U.S. Navy (John Kistler)/Peritas. The hound of Alexander the Great (Humane Universal Podcast)/Alexander’s campaign in Southern Punjab (P.H.L. Eggermont)/Wikimedia/LBV