Las batallas de Breitenfeld y Lützen, en 1631 y 1632 respectivamente, ambas enmarcadas en la Guerra de los Treinta Años, enfrentaron al ejército sueco de Gustavo Adolfo II (o también Gustavo II Adolfo) y a la Unión Protestante Alemana y el Principado de Sajonia, la Liga de Heilbronn —paradójicamente apoyada por la católica Francia— contra el Sacro Imperio Romano germánico y la Liga Católica Alemana, con resultado favorable para la alianza de los primeros. A raíz de tales éxitos, la fama del ejército sueco alcanzó el cénit, y llegó a decirse que su Infantería era la mejor de cuantas había en el mundo conocido, además de que el ejército sueco era imbatible.
Dado el panorama, el Sacro Imperio recurre a España para encomendarse a su ejército, con la mejor Infantería del mundo, los Tercios, en la salvación de la causa católica.
Felipe IV, el Grande, el Rey Planeta, por recomendación del valido Gaspar de Guzmán, conde de Olivares y duque de Sanlúcar, envía a su hermano Fernando, el Cardenal-Infante, que bisoño en estas lides pero con buena disposición y maneras militares, vía el Milanesado (Ducado de Milán o también Estado de Milán), de donde era Virrey, y camino de Bruselas para hacerse cargo del gobierno de Flandes debido al fallecimiento de la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, primogénita de Felipe II y tía de Felipe IV, llega para el auxilio con quince mil infantes y tres mil quinientos caballeros. Entre ellos los soldados españoles encuadrados en los Tercios de Idiáquez, veteranos de mil batallas, y Fuenclara, formado por compañías de las destinadas en Nápoles y Lombardía; el primero tiene veintiséis banderas y mil ochocientas plazas montadas, el segundo diecisiete banderas y mil cuatrocientas cincuenta plazas montadas, para un total de tres mil doscientos cincuenta hombres que acabarán con la leyenda de imbatibilidad de los suecos. El trayecto hasta Flandes dio inicio en Milán camino del lago Como para cruzar los Alpes, adentrados en Alemania por las regiones del Tirol y Baviera, para después de la batalla seguir avanzando en dirección norte hacia Würtemberg, Franconia y Renania hasta llegar a la frontera con los Países Bajos españoles. Fueron incorporándose efectivos a lo largo de la ruta para completar el ejército ya a la vista de la ciudad bávara septentrional de Nördlingen; el principal obstáculo a vencer.
Un ejército católico mandado por Fernando III de Habsburgo, primo del Cardenal-Infante, rey de Hungría y de Bohemia y futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, ha cercado el bastión de Nördlingen en el que permanecen 5.000 luteranos. Hacia el socorro de la plaza marcha un ejército protestante comandado por el duque Bernardo de Weimar, príncipe elector de Sajonia, y por el veterano y triunfante general sueco Gustaf Horn.
Suman los católicos, con el refuerzo español, aproximadamente veinte mil infantes y trece mil caballeros, más la artillería de treinta y dos cañones; y van a enfrentarse a dieciséis mil infantes y nueve mil caballeros, más la artillería de cincuenta y cuatro cañones. Pese a la diferencia de efectivos humanos, el duque Bernardo va a dar la batalla para evitar la caída de la importante ciudad y con ella su causa protestante.
Los imperiales (católicos del Sacro Imperio) instalan su campamento en la espalda de la loma Stoffelberg, reforzado con defensas abaluartadas enfiladas hacia la cercada plaza de Nördlingen. Al norte, en la dirección contraria y apuntando en el avance protestante, aparecen una serie de lomas de poca altura pero dominantes dada la llaneza del paisaje. Más allá está el curso del Rezenbach, que las separa de una ancha colina cubierta de bosque: el Ansberg. De las lomas más cercanas a Nördlingen la más importante es una prominencia con dos cumbres: al oeste la de Albruch, que domina el capo cercano a la ciudad; al este, más baja, la colina de Heselberg, separadas por mil metros. A pie de Albruch y en dirección a Heselberg crece un bosque de gran valor estratégico para el emplazamiento de los mosqueteros frente a las cargas de la caballería. Previamente a la batalla en sí, las tropas se despliegan para ocupar posiciones ventajosas, provocando algunas escaramuzas; el lugar de mayor disputa por su valor estratégico es la colina Heselberg (o Hesselberg) y el bosquecillo adyacente.
La batalla de Nördlingen
El 5 de septiembre de 1634 los católicos, oficialmente mandados por los dos infantes, el español y el austriaco —pero en la práctica dirigidos los imperiales por Matthias Gallas, conde del Campo y duque de Lucera, y por el marqués de Leganés y vizconde de Butarque, Diego Mexía Felípez de Guzmán—, ocupan el bosque con doscientos mosqueteros del Tercio del conde de Fuenclara, con instrucciones de defenderlo a toda costa; como reserva se sitúan en la colina tres unidades alemanas y una italiana. El primer enfrentamiento tiene lugar entonces, dándose entre las caballerías, con victoria protestante que sigue, animado por el éxito, hacia los infantes españoles que tras cinco horas de contienda ceden la posición.
El día 6 despliega el grueso de ambos ejércitos. Por el lado protestante, Weimar se hace cargo del ala izquierda y Horn de la derecha. Ante Weimar se colocan los hombres de Fernando de Austria; el Cardenal-Infante encara a las mejores tropas protestantes como son los suecos. El campo de batalla es una llanura dominada por cuatro colinas, dos de las cuales fueron abandonadas sin combatir por los católicos el día 5; la tercera, Hesselberg, había caído durante la noche; y la cuarta, Albruch, todavía se mantenía en poder de los católicos y ella se convierte en afán de todas las voluntades. Para su sostenimiento se envían dos unidades alemanas, los regimientos de Salm y de Würmser y se emplaza la artillería; pero Fernando de Austria recela de la solvencia combativa de los tudescos, por lo que manda sustituir a los de Würmser por el Tercio de Idiáquez. Cosa que ofende al coronel alemán que esgrime su valía y fidelidad al rey de España en diversos servicios demostrables; así que los españoles, menos el Tercio de Toralto (de los Tercios de Nápoles), pasan a la reserva con la atención puesta en el desarrollo de los acontecimientos en la colina defendida por los alemanes.
La caballería sueca se lanza al ataque desde el bosque de la colina Ansberg, cuando tenía que ser la infantería quien diera este paso, y es rechazada. Pero, no obstante, los alemanes son desalojados de su emplazamiento defensivo, aunque sus mandos y los de Toralto devuelven la tropa en fuga a la línea anterior y allí ahora resisten con apoyo de la caballería piamontesa al servicio de España al mando de Genaro Gambacorta, que eficazmente acosa al enemigo obligándole a moverse en un terreno estrecho y enfilado por las armas. Sin embargo, la resistencia cede, pues de nuevo optan los atacados por la retirada y ni las picas de los españoles logran que retornen a las posiciones de partida.
Mal pinta la batalla, cercano se anuncia el fin y la consiguiente derrota de los católicos; hasta que el Cardenal-Infante manda el avance de los de Idiáquez para taponar la brecha abierta en la línea, que entran en fuego con la calma y precisión de los tercios viejos, la temible infantería española. Refiere el historiador Julio Albi de la Cuesta en su obra De Pavía a Rocroi, la descripción que de los españoles camino del combate hace un coronel sueco: «Avanzaron con paso tranquilo, cerrados en masas compactas; eran casi exclusivamente veteranos bien probados: sin duda alguna, el infante más fuerte, el más firme con que he luchado nunca».
La también excelente infantería sueca contraataca, siendo rechazada; en seis horas quince intentos con idéntico resultado. Los suecos, que no conocían el fracaso, se desangran en vano. Idiáquez ha dispuesto una táctica que desconcierta al enemigo: sus soldados ponen la rodilla en tierra al ver a los enemigos encarar sus armas de fuego, y las balas se pierden por encima de las cabezas; tras la descarga enemiga viene la de los españoles, de inmediato puestos en pie, y no yerran un tiro. A la par, los piqueros obran como saben y acaban con la audacia restante del enemigo.
Desesperadamente, Horn empeñará todas sus tropas, más la que Weimar le ha remitido como apoyo; pero no hay manera de romper la formación hispana y, además de la inmovilización frontal, sus flancos se ven progresivamente amenazados. Los de Idiáquez aguantan todas las embestidas «mostrando el coraje invencible de España, tan probado en Flandes».
El combate lo extendió la caballería por las faldas de la colina Albruch.
A los suecos se les acaba el ímpetu y a la vista no aparecen indicios de poder revertir la situación a su favor. Al contrario; los católicos asestan el golpe de gracia. El Cardenal-Infante pone en juego a cuatrocientos arcabuceros y mosqueteros del Tercio del conde de Fuenclara, al tiempo que el Tercio de Idiáquez toma la iniciativa atacante, y entre ambos resuelven la partida. Horn y Gratz (Kratz), dos de los tres generales protestantes son hechos prisioneros, y con ellos catorce coroneles y seis mil soldados son capturados de los regimientos Amarillo (veterano de Breitenfeld y Lützen, de los más antiguos y prestigiosos regimientos suecos que formaba la guardia personal del monarca, una de las mejores y más temidas unidades militares que por aquel entonces se encontraban en Europa), Azul y Negro y los mercenarios escoceses; un número que oscila de seis mil a ocho mil son los muertos. Los católicos cogen «muchas damas» que acompañaban al ejército sueco, trescientos estandartes, cincuenta y cuatro cañones y cuatro mil carros de bagaje.
Desde la cima de Heselberg ya no existía una formación de escuadrones ni un amago de ejército sino una desbandada de protestantes en retirada buscando el camino de Ulm, aunque frenados y apelotonados por el Rezenbach. La batalla empezó en el bosque y en él terminó. A mediodía ya llevaban 8.000 muertos, y el día acabó con otros 9.000 a causa de la intervención de la afamada caballería ligera croata, integrante de la fuerza imperial, que cargó contra suecos y sajones.
La alianza hispano-imperial había resultado plenamente exitosa y la victoria abría el camino hacia Bruselas para el Cardenal-Infante, ya expedito de hostilidades.
Las consecuencias de la batalla
Nördlingen fue una derrota total que significó el final para Suecia como potencia europea.
Los Tercios tuvieron en la batalla un comportamiento de soberbia disciplina española, alcanzando la victoria con su determinación y acierto.
En Nördlingen se escenifica un alarde de ductilidad en la disposición y servicio de las unidades. La víspera de la batalla, de noche, un destacamento de doscientos mosqueteros del Tercio de Fuenclara ocupa el bosque para su defensa; en la batalla, el Tercio de Idiáquez interviene precedido por una manga suelta de sus propios arcabuceros que desconcierta al enemigo; y el Tercio de Fuenclara lanza cuatrocientos tiradores para asestar un golpe definitivo. La conjunción de diferentes elementos es perfecta para afrontar las diversas situaciones que provoca la batalla. Y a la par, el Tercio de Idiáquez mantiene su cohesión para rechazar quince asaltos de una infantería extraordinaria como la sueca. El manejo de las técnicas de fuego es impecable. Los hombres cumplen las órdenes de dejar acercarse al enemigo sin tirar; y con excelentes resultados la mosquetería actuó tan diestramente y a tiempo que desbarató una a una las feroces cargas de la caballería enemiga.
La ciudad de Nördlingen se rinde el 7 de septiembre de 1634; el ocho la ocupan las tropas tudescas guarneciéndola; y el 9 el Cardenal-Infante junto al rey de Hungría entran en ella triunfalmente, dirigiéndose a la iglesia mayor donde se entona el Te Deum Laudamus.
Fuente momentosespañoles