Aimo Koivunen, el soldado finlandés que protagonizó el primer caso documentado de sobredosis por Pervitin en combate

Aimo Koivunen a finales de los años treinta/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Hace un tiempo dedicamos un artículo al Pervitin, un fármaco que los soldados consumían durante la Segunda Guerra Mundial por su efecto estimulante y euforizante, compuesto básicamente por metanfetamina. De uso habitual en la Wehrmacht pero también en otros ejércitos (Aliados incluidos) como tal o bajo otros nombres comerciales, el Pervitin ayudaba a sobrellevar la dureza de la vida en el frente igual que el tabaco o el alcohol. Pero tenía sus riesgos, como sufrió en sus carnes en 1944 un combatiente finlandés llamado Aimo Koivunen.

 

Como decíamos, Pervitin no fue la única droga suministrada a la tropa; también estaban Isophan y algunas no fabricadas bajo licencia legal, caso de la cocaína o la morfina. Pero las primeras, fabricadas por la farmacéutica Temmler y distribuidas bajo las siglas OBM, se daban con receta cuando se consideraban necesarias para mantenerse despierto y con la dosis recomendada de dos tabletas máximo. Además, eran fármacos de gran eficacia antidepresiva y para quitar el hambre -para ambas cosas se usaron en la posguerra.

Distintas formas de presentación de Pervitin (tabletas, inyectables…)/Imagen: Ordercrazy en Wikimedia Commons

Pero la razón para ser admitidas era, aparte de ayudar a no dormirse y a superar el dolor, que podían salvar vidas en situaciones concretas; así quedó demostrado en 1942, cuando un extenuado contingente alemán perseguido por fuerzas soviéticas superó la crisis -y la muerte esperable- gracias al Pervitin. En consecuencia, nadie consideraba nocivas aquellas sustancias y se solían equiparar al café, de ahí que se llegaran a dispensar unos treinta y cinco millones de tabletas durante la contienda; y no sólo entre los soldados, pues se sabe que Rommel era un consumidor habitual.

Ése era el contexto del episodio que experimentó Aimo Allan Koivunen en la primavera de 1944. Nacido el 17 de octubre de 1917 en el seno de una familia de cinco hijos de Alastaro, un pequeño pueblo del suroeste de Finlandia, fue un testigo de los avatares bélicos que sacudieron el país en 1939. Uno fue la llamada Guerra de Invierno, surgida de la invasión que la Unión Soviética inició el 30 de noviembre con el objetivo de recuperar la soberanía sobre territorio finlandés que había perdido en 1917, durante la revolución. Los fineses lograron mantener su independencia, aunque a costa de perder un diez por ciento de su territorio y sufrir un deterioro económico importante.

Izquierda: inicio de la Guerra de Invierno en 1939. Derecha: inicio de la Guerra de Continuación en 1941/Imagen 1: Peltimikko en Wikimedia Commons-Imagen 2: Jniemenmaa en Wikimedia Commons

Uno de los factores decisivos fue la formación de jägers, voluntarios germanófilos que combatieron en la Primera Guerra Mundial por el Imperio Alemán y luego, al estallar la Guerra Civil Finlandesa en 1918, se integraron en la Suojeluskunta o Guardia Blanca, contribuyendo a la victoria final del bando valkoiset(blanco, conservador) frente al punaiset (rojo, socialdemócrata). Los jägers, profundamente nacionalistas, reivindicaban una Gran Finlandia haciendo incursiones armadas en la Unión Soviética que obligaron a firmar un pacto de no agresión.

Aunque ese acuerdo se mantuvo hasta el estallido de la Guerra de Invierno, era endeble porque el istmo de Carelia -la frontera- estaba demasiado cerca de Leningrado y constituía un paso probable para una invasión, de ahí que Moscú exigiera su entrega y, ante la negativa, se desataran las hostilidades. La contienda duró un centenar de días pero se solapó con la invasión alemana de Polonia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que en aquellas latitudes se conoció como Guerra de Continuación. A consecuencia de todo lo anterior, Finlandia se alineó con el Eje.

Territorios cedidos por Finlandia a la Unión soviética en 1944/Imagen: Jniemenmaa en Wikimedia Commons

Así, el 15 de marzo de 1944 Aimo Koivunen fue destinado a una patrulla de esquiadores que tenía la misión de realizar un reconocimiento de los alrededores de Kandalakcha (Kantalahti, en finés), una ciudad rusa de la península de Kola, en la desembocadura del río Niva, sobre la que se había desatado una ofensiva germano-finesa en 1941 por el control de su estratégico ferrocarril. Durante tres días la misión transcurrió sin novedad pero el 18 de marzo la patrulla fue descubierta.

Los soviéticos atacaron por sorpresa a los esquiadores en la colina Kaitatunturi, tratando de rodearlos. Los finlandeses pudieron romper el cerco y huir a través de la nieve pero seguidos de cerca, con un intercambio constante de disparos. Koivunen quedó aislado de sus compañeros pero aunque lograba mantener la distancia con sus perseguidores, poco a poco el cansancio iba haciendo mella. Finalmente llegó a un estado de agotamiento, con lo que se le presentaban dos opciones: o darse por vencido y rendirse, con lo que tenía muchas probabilidades de que le mataran, o recurrir al Pervitin.

Soldados fineses con sus esquíes detrás, en combate durante la Guerra de Invierno/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No era un consumidor habitual pero tampoco se trataba de una situación normal. Mientras seguía deslizándose por la nieve con sus esquíes, trató de sacar una tableta pero no pudo. Mantener el equilibrio, la velocidad de la escapada, los gruesos guantes y las balas volando a su alrededor no constituían una combinación de factores que facilitara la toma, así que, sin detenerse, abrió el bote y vertió su contenido en una mano para después llevárselo a la boca.

Cada envase llevaba una treintena de grageas y si bien es razonable imaginar que Koivunen no pudo ingerirlas todas, que algunas se caerían, el caso es que se tomó una dosis superior a la recomendable; muy superior. Por supuesto, el fármaco cumplió su función y el joven soldado recobró fuerzas inmediatamente, intensificó su ritmo y dejó atrás a los soldados soviéticos. Pero con tal cantidad de anfetaminas en el organismo no tardaron en aparecer también efectos secundarios que a punto estuvieron de hacer el trabajo que no pudieron sus perseguidores.

Aimo Koivunen de uniforme/Imagen: MyHeritage

El estado de euforia pasó a ser de delirio, se empañó la visión y todo empezó a dar vueltas hasta que perdió el conocimiento. Se despertó por la mañana, medio enterrado en la nieve (lo que, irónicamente, ayudó a camuflarle) pero todavía bajo los efectos de la sobredosis: temblores, alucinaciones pasajeras, taquicardia, malestar general… A lo largo de las jornadas siguientes alternaba fases de ímpetu con otras de decaimiento y, pese al sueño que le atenazaba, no conseguía dormir, por lo cual el agotamiento hacía mella.

Todo ello se juntó con otros factores adversos, como el estar lejos de sus líneas sin víveres y soportar temperaturas extremas, de hasta veinte grados bajo cero. Esa situación duró dos semanas, durante las cuales tuvo que esquivar a nuevas patrullas enemigas y resultó herido por una mina que pisó y cuya explosión seguramente fue amortiguada por la nieve (o quizá estaba defectuosa). Incapaz de seguir, cavó como pudo una zanja para ocultarse dentro y descansar. Permaneció en ella siete días, alimentándose de bayas y de un arrendajo siberiano (un pájaro córvido) que logró cazar pero tuvo que consumir crudo.

Aimo Koivunen años después de la guerra/Imagen: MyHeritage

Por fin, fue encontrado por una patrulla finesa que lo trasladó a un hospital de campaña. Los médicos tuvieron que tratarlo a conciencia por varias razones. Primero, porque había perdido tanto peso que en la báscula sólo marcó cuarenta y tres kilos; segundo, porque su frecuencia cardíaca superaba las doscientas pulsaciones por minuto. Es decir, la sobredosis todavía estaba latente y, de hecho, tardaría un tiempo en desaparecer del todo con el tratamiento adecuado. Éste debió ser acertado, pues Aimo Koivunen vivió hasta 1989.

Lo realmente curioso, aparte de que se trató del primer caso documentado de sobredosis por anfetamina en combate, es que la decisión que tomó puede considerarse correcta. La cantidad ingerida fue brutal, excesiva incluso, pero lo cierto es que cumplió su función de salvarle la vida: cuando lo encontraron aquellos soldados estaba a más de cuatrocientos kilómetros de Kandalakcha, el punto donde empezó su huida.

Fuentes:
Finland History: Amphetamine Overdose In Heat Of Combat (Miska Rantanen en Mapinc)/El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich (Norman Ohler)/Psychotherapy in the Third Reich (Geoffrey Cocks)/The Amphetamine Debate: The Use of Adderall, Ritalin and Related Drugs for Behavior Modification, Neuroenhacement and Anti-Aging Purposes (Elaine A. Moore)/Finnish Soldier vs Soviet Soldier: Winter War 1939–40 (David Campbell) /Wikipedia/LBV.